Veo un alma en el camino, allí delante,
tal vez quiera burlarse de mi pasión delirante.
¡Oh amigo caminante!,
compañero destas andanzas,
permíteme que avancemos juntos y yo pueda acompañarte,
permíteme que te cuente mi historia de lontananzas.
He viajado días y noches de intemperie,
huyendo de mi pasado que me persigue constante,
y dejar de sospechar no puedo, al levantarme,
que más rápidos que yo son mis recuerdos, en serie,
calculado cada instante con fría perfección,
arrasando un lugar antes de hacer mi situación.
¡Bellas musas del Olimpo!:
¿Acaso me abandonasteis?
No quiero más mirar mi papel limpio,
y darme cuenta de que mi alma se fue con ella.
Hoy mi cielo ya no tiene más estrellas,
luces de mi pluma que siempre me iluminasteis.
Era una noche oscura, soñé,
cuando ella me abandonó, ¿soñé?
Tantas cosas fúnebres que dije aquel día,
cuando se disolvió su alma y yo no se lo impedía.
¿Es menester que me responsabilice? ¿Es culpa mía que se alejara?
Pequeña musa, no duradera, el destino quería que me dejaras.
Tanto llanto que no pudo salvar mi pena.
Se alejó, ¡oh destino!, una noche de luna llena.
Desconsolado, sólo dije el tan trillado:
“¡Creí que lo nuestro era especial!”
Hincado a sus pies, pobre humillado,
“pues de mi vida eres lo más esencial.”
No me escuchó mi garganta,
que entre palabras y llantos casi se atraganta.
Aunque me invadiera pronto un suave bienestar,
todo se había roto al yo despertar.
Y así fue como, en un doloroso hastío, me dejaste,
oh mi amada y dulce barra de chocolate.