Pável Granados: Dimitré, leer tu cuento fue una sorpresa, no pensé que fuera tan cercano; además creo que tenemos algunas similitudes en México, porque los escritores de nuestro país se han preocupado mucho por situar a México en el plano literario de Occidente. Quiero preguntarte si, como escritor búlgaro que escribe en alemán, has tenido ese interés de situar a tu país, Bulgaria, en ese plano literario.
Dimitré Dinev: Los búlgaros escriben más historias sobre Bulgaria. Yo entiendo que a veces se necesita algo de distancia para poder ver con claridad. Cuando alguien vive esa vida y siempre está obligado a sobrevivir, entonces te conviertes en otra cosa, sueñas con algo distinto y te dedicas sencillamente a escribir. Por eso buscas otro lugar, así sea en la fantasía, hacia donde llevas a tus personajes, no los dejas en su mundo. En Bulgaria muchos escritores escriben sobre Bulgaria, pero son textos muy experimentales, muy surrealistas, y no verdaderamente con un realismo crítico; no son textos realistas, porque sencillamente se han topado con esa sociedad y prefieren evadirse. Con eso pierde la literatura su conexión con la realidad. Eso es peligroso para una sociedad, porque cuando se le deja todo a los políticos sabes lo que sucederá. Creo que es bueno que la literatura esté siempre interesada en que se llame a cuentas a los políticos. Porque la literatura rompe ese monopolio de la política hablando sobre la historia de un país. Cuentas una historia distinta sobre aquel país. Me gusta mucho un autor suizo que hace lo contrario; su penúltima novela, por ejemplo, se desarrolla en México: su personaje sencillamente comienza a vagar, tiene muchas deudas, es una mala persona cuando vive en Suiza; entonces viene a México, experimenta una especie de iluminación y se convierte en una buena persona —con lo que un escritor suizo prefiere escribir una historia que se desarrolla en México.
PG: Noto que hay en tu literatura un apego a la realidad, un gusto por narrar lo real, lo cotidiano. Sabes perfectamente la situación en la que viven las personas, la relación con los obreros o los literatos. Pero en este sentido, en el de la identidad, ¿específicamente para quién escribes, para qué tipo de público? Y el hecho de que los austriacos vean en ti a una persona que llega a otro país, ¿qué crees que esperan de tu literatura, qué contenido les interesa de tu literatura estando en un país en cierta medida ajeno?
DD: ¿Lo que esperan? Se siente muy bien que mucha gente de Alemania o de Austria compre mis libros. Eso significa que se identifican con mis historias, con los personajes, aunque éstos provengan de otro país. Eso es algo que me anima a escribir; escribo historias que en general estén vigentes, que quien las lee las pueda entender, y da igual en qué sociedad viva. Para mí se trata de las cosas importantes de la vida, lo que mueve a cada persona, y que esa persona se haya sentido igualmente conmovida me parece muy positivo, así se trate de un público alemán o austriaco. Tal vez sea eso lo que tiene la literatura, esa capacidad de reconciliar a las personas. La literatura no puede salvar al mundo, pero por un instante aquellos que anteriormente habían odiado a los emigrantes, eran antimigrantes o racistas, de repente leen mis historias y se van a la cama con mi libro, y los aprecian. Alguna vez me ha pasado en lecturas en Austria que se acerca alguien y me dice: «Sí, ahora vemos de manera muy distinta a los extranjeros, con otros ojos».
PG: ¿Qué tanto valoras esta situación, sobre todo en un mundo en el que la discriminación y el odio a los emigrantes es el sino de la globalización? ¿Qué tanto valoras el efecto de tu literatura en los otros?
DD: Yo mismo no puedo hablar así sobre mis textos, sólo espero que provoquen algo. No puedo darles un valor específico. Uno ha visto en la historia que desafortunadamente los hombres no aprenden mucho de ella. Hay muchos actos de terror que han sido perpetrados por personas que de verdad leían mucho, personas que apreciaban el arte; los nazis en Alemania, que realizaron el Holocausto, que asesinaron a tantas personas. Sin embargo, como escritor tienes aún esa magia, la magia de la palabra, y uno espera que alguna vez ocurra algo profundo que cause una reconciliación en la Tierra, y entonces las personas nos ocupemos de otra cosa y no de los mismos temas en los que llevamos años y años, y que han provocado que haya tanta destrucción. Espero que pase algo y que alguna vez nuestra conciencia cambie y podamos vivir de manera distinta.
Marco Lagunas: Hace algún tiempo, Claudio Magris dio aquí una conferencia. En ella habló de que estaba contra la migración porque Italia tiene problemas por causa de los albaneses, por ejemplo… ¿Qué opinas de eso?
DD: La migración es desde luego un gran suceso en la historia de la humanidad. Los pueblos siempre han emigrado, han venido nuevos y nuevos pueblos. No es algo que se pueda detener, y creo que una cultura vive de esas influencias extranjeras. Es decir que una cultura solamente puede renovarse gracias a que llegan esas influencias de afuera. Si las rechaza, entonces en algún momento esa cultura desaparece. Cuando una sociedad no permite ninguna influencia, no puede sobrevivir. Es como en la biología, los cruces son las más interesantes mezclas. Los organismos que se mezclan más son los organismos que más información portan en sí mismos, y son biológicamente más capaces, y cuando deja de haber cruzas, esas especies desaparecen. Y así es en las culturas, necesitan de esas influencias, las necesitan para que ellas mismas no se agolpen. Necesitas algo que venga de afuera para poder vivir. Es como una competencia, tienes que reflexionar sobre tu propia cultura, porque en algún momento sabes que no tienes la suficiente distancia para ver lo que es valioso o no. Pero un extranjero lo sabe enseguida; cuando llega ve a la sociedad desde otra perspectiva. Y creo que en ese sentido…, yo estoy de acuerdo con eso. Creo que es muy importante la vida en el extranjero, del exiliado; creo que la migración es una necesidad primaria del hombre. Si uno toma la Biblia, también es una historia del exilio; los pueblos judíos migran de país en país. Así ha sido para todos. Y la Biblia está llena de esas historias, y éstas viajan de ahí a Europa, y de Europa a todo el mundo. Eso es la historia de la migración. Es algo que no se puede parar, los humanos vamos a seguir emigrando. A todos nosotros seguramente no nos gusta esa política de los Estados Unidos. Es un país donde los primeros pueblos llegaron de otros lugares. Los que construyeron el país eran emigrantes, y ahora es un país que pone tantas restricciones. Y, sin embargo, son un ejemplo del poder político del mundo. Una muestra de lo importante que es la migración. Ellos mismos la necesitan porque invierten en la gente: cuando saben de un gran matemático mexicano o de otro lugar se lo llevan de inmediato a los Estados Unidos. Conocen esa lógica, que precisamente esa influencia hace fuerte a un país. La migración es un elemento importante de la cultura. Y me gustaría decir que, si no se da ese elemento, es una desventaja, no les favorece para seguir existiendo.
PG: Tu cuento «Una luz sobre la cabeza» me gustó mucho porque en él te refieres a personas, no a algo abstracto como un aparato de Estado, por ejemplo; sin embargo, se nota que atrás de esta narrativa está un tema muy complejo y muy grande, que es la caída del socialismo en Europa oriental. Quiero preguntarte qué tan actual es hoy, qué tan lejano, qué tanto peso tiene el tema del régimen socialista en Bulgaria o los europeos de Oriente.
DD: Todavía es un tema muy actual, que no se ha terminado de trabajar. En la conciencia de las personas ha pasado todo muy rápido. Y el problema de ese cambio es que no hubo ningún castigo para los culpables, por eso las personas sienten que han sido engañadas. No han experimentado una catarsis, han visto que los comunistas, o quienes se hacían llamar comunistas —en realidad no eran comunistas, sino grandes capitalistas, aunque había entre ellos también buenas personas—, metieron a mucha gente en campos de trabajo, les hicieron daño, les hicieron sufrir; realmente no se sabe a cuántos echaron a perder. Y uno se da cuenta de que después de ese gran cambio todos esos políticos no fueron castigados; se apropiaron del dinero que por décadas tomaron del pueblo y de un día para otro se hicieron grandes capitalistas. Entonces el pueblo, que fue explotado durante tanto tiempo, comprende que no hay un tribunal para eso, que no hay justicia en este mundo. Luego viene un gobierno distinto, pero sigue haciendo lo mismo, enriqueciéndose a costa del pueblo. Para una sociedad es muy malo que un pueblo pierda la confianza. En una sociedad así de incrédula viven muchas personas en Europa del Este.
PG:Nosotros también somos expertos en impunidad…
DD: Sí, sí, lo he escuchado. Es muy peligroso para una sociedad. Es algo lamentable, por eso la gente no cree en la justicia, porque las cosas siempre se quedan sin castigo… No es que se tenga que asesinar, o ser un tirano, pero sí que se vea que hay un proceso, que se está castigando. Así ha sido en toda la historia humana; en Alemania por lo menos hubo los juicios de Núremberg, eso fue algo. En cambio, en algunos países socialistas, los que antes eran comunistas ahora se llaman socialistas, y ya pertenecen a la otan y a otras instituciones, pero siguen siendo las mismas personas, se vuelve a votar por ellas. Y aunque parece que han cambiado, las mismas personas vuelven a llegar al poder, y eso afecta a la sociedad. Y por eso la gente se seguirá ocupando por mucho tiempo de esa historia.
ML: ¿Qué importancia tiene en tu literatura la oralidad, el contar historias y también anécdotas?
DD: Valoro mucho la oralidad porque creo que, por ejemplo, la televisión hace que las personas desaprendan el idioma. Cada vez más van al cine, pero ése es un lenguaje distinto, es un lenguaje de las imágenes, y los diálogos que suceden son muy marginales, se mantienen en la memoria brevemente. Y uno no aprende el idioma correctamente. Tú aprendes correctamente el idioma al hablar, al contar; lo aprendes de una persona distinta que te está contando. Por eso valoro mucho la oralidad, porque con eso cada persona mantiene su individualidad, se realiza a través de la palabra. En cambio, con la televisión todo es igual, la gente habla las mismas frases que ve; uno tiene que encontrar la forma de expresarse, con sus propios medios, con sus propias palabras, como en un cuento; darle movimiento a un idioma es contarle a un niño una historia; entonces uno se da cuenta de las dificultades, porque el niño pregunta, y si la historia no es emocionante no querrá oírla, de manera que lo único que puedes hacer es siempre aprender a contar. Eso no lo puedes hacer con una película; cuando ves una película, enseguida tienes que volver a contarla, tienes que ponerla en palabras, y ver si la emoción aún permanece. Por eso valoro mucho la narración oral.
ML: ¿A qué literatura te sientes más cercano?
DD: Leo sistemáticamente a los rusos. De la literatura rusa prefiero los clásicos. Mi autor preferido es Chéjov. Tengo la suerte de poder leerlo en el original, tengo esa posibilidad y eso está muy bien. Durante años lo estudié con intensidad, y cuando me preguntan: «¿Has leído a Chéjov?», puedo contestar, «Sí, lo he leído todo». Hay una gran biblioteca en Viena que tiene todos los tomos de su obra. Tiene trece tomos en prosa y apenas uno de teatro. Es sorprendente que en un lugar de lengua alemana tanta gente sólo conozca al Chéjov dramaturgo. Hay cartas en las que dice: «Me obligaron a escribir obras de teatro». Y también: «Mis primeras obras de teatro fueron destrozadas por la crítica». Nunca se vio como autor de teatro. Y por eso dijo después: «No puedo escribir obras de teatro». Eso pensaba. Cuando uno conoce tanto a un autor, apenas tiene la impresión de qué tan bueno es; por ejemplo, los rusos valoran mucho a Iván Bunín. A mí también me gusta, pero de él hay sólo dos tomos que son buenos, y el resto más o menos. Con Chéjov los trece tomos son fantásticos, son libros magníficos. Amo también a Dostoievski y a Tolstoi. Hay cuentos de Turguéniev y algunos libros de Leonid Andreiév que me gustan. Y, desde luego, también están Pushkin y Lérmontov y Alexandr Kuprin.
ML: ¿Y sobre la literatura en lengua alemana?
DD: Mis preferidos son autores austriacos, de la monarquía austriaca. Joseph Roth es uno de mis escritores favoritos, también sus artículos para el periódico. Aún hoy, ningún autor de lengua alemana puede escribir así. También Egon Erwing Kirsch, que vivió aquí en México, estuvo durante la migración por causa de la Segunda Guerra Mundial. Y, por supuesto, Ödon von Hörvart, que escribió obras de teatro y prosas extraordinarias; lamentablemente no dejó mucha obra en prosa. Judíos sin Dios y Niños de nuestro tiempo son grandes libros. Me gustan porque aún tienen algo, son autores que hablaban muchos idiomas y se decidieron a escribir en alemán. Ellos traen algo a la literatura que los otros no tienen; Roth viene de Brodi en Ucrania, escuchó ruso y hablaba otros idiomas, también Hörvart hablaba otros idiomas. Por supuesto, yo también leí en la escuela alemana a Schiller y a Goethe, y me gustaron, pero no es lo mismo. No los quiero como a Joseph Roth; Schiller y Goethe no pudieron conquistar mi corazón. También Thomas Mann es para mí algo difícil, demasiado armado. Pero a Roth y Hörvart los quiero mucho. Hay muchos otros que no son muy conocidos, valoro mucho a Veza Canetti, la esposa de Elias Canetti. Era una extraordinaria escritora. Desafortunadamente no escribió mucho. Pero hay una novela corta, La calle amarilla, realmente bonita. Me parece que incluso uno podría decir que hizo más que Canetti. Casi se podría decir también que era una escritora excitante, experimentó mucho con el idioma desde muy joven. Escribía muy claro. Y también está otra escritora, Christine Lavant, una extraordinaria poeta que proviene de una familia de campesinos. Cuando Paul Celan se haya ido, yo diría que Christine Lavant permanecerá. Y no es tan conocida como Ingeborg Bachmann, por ejemplo, pero sus poesías son magníficas y también sus pocos textos en prosa son hermosos. Ella proviene de una vida difícil, de una familia grande, tuvo diez hermanos y hermanas.
PG: Durante la lectura del cuento «Una luz sobre la cabeza» me di cuenta de que tuvo muy buena recepción; pienso que tal vez se deba a que tu prosa es muy efectiva, es muy certera. Sobre todo, desde antes de saber que te gustaba Chéjov, lo relacioné con su literatura por la creación de atmósferas con una economía de recursos. Y ahora que dices que un lector está alejado de la literatura porque está el cine y porque está la televisión y muchos medios… ¿cuáles son tus recursos estilísticos para luchar por esta defensa de la literatura, para acercar a los lectores, para satisfacerlos?
DD: Me gusta que me hayas comparado con Chéjov, porque él es tan… no sé. Aunque desde luego no me puedo comparar con él, porque es inalcanzable lo que ha hecho. Pero creo que esa reducción del lenguaje es una ventaja cuando uno escribe en una lengua extranjera. Uno lo puede hacer, me parece, más alcanzable en una lengua extranjera que en la propia, porque en la materna todo está a tu disposición y uno la aprende muy rápido. Uno ha recibido el idioma como un regalo y no lo valora. En la lengua materna uno siempre se puede engañar creyendo que tiene algo que contar. Pero en una lengua extranjera se debe ir directamente al grano. Te das cuenta como escritor. Yo comencé escribiendo en búlgaro y después lo hice en alemán, pero sólo al escribir en alemán descubrí que, como autor, uno necesita pocas palabras para expresar algo. Eso lo sabes sólo a través de ese camino. En la lengua materna experimentas mucho con el lenguaje, das muchos giros, adornas, pero con una lengua extranjera sabes que no necesitas mucho para contar una historia, sino más bien poco. En la literatura es así, como una regla de la fenomenología: entre más se reduzca, más posibilidades existen. O como decía Chéjov, que uno debe escribir de modo que encajen las palabras y la fantasía se expanda, que se expanda en los lectores.
PG: ¿El premio Nobel que recibió Elfriede Jelinek hizo que ella concentrara a los lectores, o les abrió puertas en general a los escritores austriacos?
DD: Creo que está muy bien que Jelinek haya ganado el premio; sin embargo, me parece que eso cierra un poco las puertas, pues significa que ahora lo tiene que recibir una persona de otra nacionalidad. Los escritores austriacos quedan fuera de poder ganarlo durante otros cincuenta años. Su literatura me parece muy buena, pero no puedo decir que pueda amar esta literatura. La pianista es un libro que tiene todavía una historia muy clara. Lo leí y me pareció bien, pero no puedo decir que sea uno de mis favoritos, y los demás libros todavía menos porque no son mi tipo de literatura. Prefiero leer a los clásicos o a otros, pero no a Jelinek.