Casa de la Cultura de Tala, 2014 B
De las veinte y tantas letras del abecedario (que si la ñ, que si la ch), no encuentro el conjunto de ellas que te exprese, que me cierre la boca y me revele en letras tu perfección.
Absorto en este pensamiento, tomé un diccionario y lo abrí al azar. Lo primero que lea será una señal, pensé.
Leí mostaza: planta grande, hojas alternas, flores pequeñas y amarillas en espigas, lanuginosa, negra por fuera y amarilla en su interior; justo como tú. Con tu belleza negra, extraña, indeseable para muchos y el cielo para otros, como yo. Amarilla por dentro, amarilla como el cielo justo antes del amanecer, amarillo como el brillo de alnilam.
Leí lanuginosa y no pude evitar sonreír. Como tus brazos lánguidos y recubiertos de bellos rubios finos. Tus manos espigas, tus ojos los granos, tus pies las raíces. No sé cuánto tiempo divagué en esa palabra, admirado recordándote, aunque al final no estuve satisfecho.
Repetí el ritual y tomé de nuevo el diccionario. Esta vez, lo primero que leí fue platanar: conjunto de plátanos que crecen en un lugar. ¿Plátanos? ¿Conjunto de plátanos? ¿Sabrá el maldito destino mi odio irracional por esta planta? Odio. La odio y nunca he sabido porqué, sólo no puedo soportarlo; pero tuvo sentido, encajó contigo, con lo que siento y he sentido. Te odio también a ti, irracionalmente, tanto y más como lo mucho que te quiero y tal como al plátano te odio, porque no puedo comerte.
Arrojé el diccionario por un lado y, sudando, me di por vencido. Supongo que queda claro que cualquier palabra será siempre una razón perfecta para pensar en ti.