Placer cúbico / Juan Chávez Sánchez

Casa de la Cultura de Tala, 2014 B

En el nombre de la santísima pura y casta trinidad, ¡vaya encuentro! Que los ángeles bajen del cielo y me acusen de herejía si me malentiendo, o si, al haberlo hecho, caí en un pecado mortal, que tomen mi alma con ellos y la fundan en el más oscuro infierno, pero que se sepa que no me arrepiento, pues a ninguna persona en este mundo de superstición debería prohibírsele tal nivel de placer y libertad. 
      Como férreo triángulo que compone a las estructuras más fuertes, estables y que soporta las cargas más inciertas, aquella cama fue capaz de sostener la furia de las pasiones mezcladas que se abrazaban como enredaderas unas a otras en un desorden sincrónico de agua y vapor. 
Seis luces de iris alumbraban la habitación y por la ventana se colaba la luz de la luna que hacía resplandecer las sábanas enmarañadas en el piso. El aroma, ahora inolvidable, merodeaba cambiando de forma; era la metamorfosis del bálsamo del desenfreno. El placer tuvo cuerpo: espalda curveada, ojos blancos tirados atrás, hermafrodita, pechos de sol, lengua bífida. En el barullo del vicio prohibido no se distinguen pies de manos, sólo se gime y se gime, en un idioma de mutuo acuerdo, de lenguas nuevas, deleites nuevos; gemidos que se sincronizan extasiados en la concupiscencia, volcados en la limadura de un tabú quemado, roto y pisoteado. Sin ataduras ya mentales se entregan a la lujuria de los cuerpos desnudos. 
      ¡Dios santo! ¿Por qué podré soportar tanto? Al entregar mi cuerpo a una sola mujer me siento sediento. ¿Qué será de mí, oh padre, con esta tercia del infierno? Ilumíname que a ti no he faltado, que tú me has otorgado este espíritu curioso y has jugado con mi vida presentando esta infame oportunidad. ¿Quién ha de negarse a tal acto? Hasta el más fiel de tus ciervos sucumbe al placer íntimo de la carne fémina siendo una sola de estas, ¿Cómo esperas que yo libre este doble pesar?
      La dualidad en el universo: para el bien está el mal; para la luz, la oscuridad; femenino y masculino. Me atrevo a decir que es un error, que nos hace falta descubrir para todo un elemento más, algo que complete el ciclo, que remueva incógnitas, que satisfaga la necesidad de saber lo que nadie sabe, como la materia oscura allá afuera, como el espíritu santo que media entre la furia de dios y la pasión de cristo. Porque tres es el número divino. Un piano complementa los dos brazos que lo tocan. La mañana y el día no existirían sin el crepúsculo que juzga la hora correcta. Dios mismo, en su ambiguo y sagrado idioma, incita a probar las mieles de la triple conexión, del dos más uno; del padre, del hijo y del espíritu santo.

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