Detén el tiempo / Luis Felipe Espinosa Núñez

Preparatoria 11  

La primera vez que me sucedió me asusté mucho, creí que era uno de esos sueños raros donde nada tiene sentido y todo es lento, pero esto no era lento, ni siquiera tenía movimiento, nada de movimiento, todo estaba en una enorme pausa sin fin.

     Me encontraba en la escuela, era la clase de historia y yo no tenía ánimos de atender al llamado del profesor y su gran sermón motivado por una taza de café. En verdad me sentía cansado y no encontraba alguna razón para estarlo, pero en fin, sin ganas de estar ahí me recosté sobre la paleta de mi banca y me arrullé con las voces de la gente que se encontraba a mi alrededor. Mientras el profesor hablaba de griegos y romanos, yo pensaba en cómo terminaría la historia de “el astronauta que pescaba mariposas en el Polo Sur”, y mientras más reflexionaba más me iba adentrando en un sueño profundo.

     Fue ahí cuando todo se quedó mudo, absolutamente todo excepto mi respiración lenta y relajada. Creí que ya estaba dormido pero no era posible pues mis pensamientos me confirmaban que seguía despierto. Levanté la cabeza para asegurarme de que no estuvieran tramando alguna jugarreta en mi contra y lo primero que vi fue al profesor con el gis sobre la pizarra, pero no se movía, estaba petrificado, como si estuviera posando para una revista de ciencia y cultura. Mi asombro me llevó a voltear al resto del aula, y todos estaban igual, sin moverse absolutamente nada, en posiciones tan naturales que ni el artista más prodigioso hubiera podido captar en su mejor obra.

     Asustado, comencé  a hablarles y a empujar sus tiesos cuerpos para que  reaccionaran, pero sólo se movían cuando los forzaba a hacerlo, como si fueran de plastilina dura que yo podía manejar a mi conveniencia. Salí  del aula para encontrar respuesta, pero sólo me encontré con más maniquíes humanos, en la escuela, en la calle, en todas partes. Los autos, los semáforos, los pájaros, las hojas de los árboles, el agua del grifo, todo estaba inmóvil.

     Después de vagar sin sentido y de perder las esperanzas de encontrar a alguien o algo que no estuviera bajo los efectos de esta extraña situación, comencé a pensar qué debió hacer que el tiempo se detuviera y me dejara sólo a mí como testigo. Una de las tantas teorías, probablemente la más absurda que pasó por mi cabeza, fue que tal vez yo la provoqué sin darme cuenta, así que deseando que todo volviera a la normalidad conocí irónicamente mi nuevo pasatiempo favorito. Mi vida común y corriente pasó a ser algo imposible de creer. Al principio me costaba trabajo invocar mi nueva habilidad y sólo la usaba en cosas simples como cuando se me hacía tarde para ir a la escuela, copiar en los exámenes para los que no estaba preparado e incluso dormir cuando estaba cansado. Después, cuando lo dominé a la perfección, era tan vital para mí que me cuesta imaginar quién sería yo sin poder detener el tiempo. Lo usaba para todo: comida gratis, ropa gratis, cualquier cosa que necesitara la conseguía sin prisa ni apuro, jamás volví a usar dinero, cuando tenía que recorrer distancias largas detenía el tiempo y tomaba algún auto ajeno que después abandonaba en algún lugar cercano a mi destino.

     La vi por primera vez en una ocasión que detuve el tiempo para no llegar tarde a una clase, acababa de “activar la pausa” mientras caminaba por el patio principal de mi escuela y quedé absorto al ver el rostro más hermoso que hasta ahora he visto, todo en ella tenía su razón de ser, no había errores, era perfecta. Desde entonces dedicaba todo mi tiempo libre a buscarla y contemplarla hasta perder la noción del  tiempo, tantas fueron las horas que la admiré sin pedir permiso que al cabo de un año me di cuenta que algo extraño estaba sucediendo, pues aparte de mi gran obsesión por verla en todo momento y en todo lugar, abusando de mi condición de poder hacerlo descubrí que yo no había cambiado físicamente en nada, estaba igual, burlaba al tiempo y él se burlaba de mí. Me miré al espejo y vi a la misma persona que en el pasado se asustó al ver al profesor de historia petrificado, entonces decidí que era tiempo de conocerla, conocerla en el sentido de hablarle, de saber qué pensaba y por qué lo pensaba. Sabía cómo era, las cosas que hacía, los lugares que frecuentaba y podía darme una idea de su carácter y su forma de ser, pero jamás había hablado con ella, no conocía el sonido de su voz, ni siquiera estaba seguro si ella me había visto alguna vez y no podía permitir que el tiempo se la llevara lentamente mientras yo seguía igual. Bien podría detener el tiempo y dejarlo ahí para siempre, sé que no me cansaría; pero no, aplicaría el plan B sin antes intentar conocerla.

     Ese día decidí  hacerlo de la forma tradicional, no usaría mi don para favorecer ninguna situación, ella estaría en un restaurante de comida china entre tres treinta y cuatro de la tarde, sabía que estaría sola pues conocía todas sus rutinas. Después de esperar más de dos horas, mi frustración llegó al límite y decidí ir a buscarla. Detuve el tiempo y fui a todos los lugares donde podría estar, y sin éxito alguno acabé en su casa, donde al no encontrarla y ver a sus padres llorando supe que jamás la conocería.

     La noticia salió  por la televisión: dos sujetos intentaron asaltarla con un arma y ella, al intentar huir, recibió dos balazos por la espalda que le quitaron la vida en cuestión de segundos.

     Jamás me he sentido tan triste como aquella vez, mi frustración de saber que yo pude haber sido la diferencia me llenó de una rabia inmensa y decidí  tomar venganza. A los asesinos los “pausé” y los saqué de la prisión para después enterrar sus cuerpos tiesos y volver el tiempo a su curso; murieron de asfixia tres metros bajo tierra. En cuanto a mí, me he dedicado a conocer el mundo. Nunca he sido alguien que suela llamar la atención, mi apariencia es normal y tal vez mi otro poder secreto es que para muchas personas soy casi invisible. Detener el tiempo es mi principal virtud y he tratado de hacer justicia en cada lugar en el que he estado.

 

 

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