a mis padres,
que me dieron el regalo de la fuga
Antemano
El exiliado es casi siempre objeto.
Un problema que se debe solucionar. Una cifra. Un punto en los costos. Un punto. Nunca una coma. Como ya no se le puede excluir de las cosas en las que se piensa, tiene que seguir siendo cosa.
Existe una vida después del destierro. Sin embargo, los efectos del destierro se siguen percibiendo por mucho tiempo, toda una vida. Independientemente de lo que haya marcado a cada quien de manera individual: culpa, conciencia, intención, nostalgia.
El desterrado es una categoría propia de persona.
Primera Parte
(De las perturbaciones)
i
La fuga se justifica a sí misma, la vida que le sigue plantea todo el tiempo nuevas preguntas.
ii
Nada de la fuga es fugaz. La fuga se echa encima de la vida, y nunca más la deja libre.
iii
Todo el tiempo, al exiliado se le presenta como alguien que alguna vez llegó de otra parte. Alguien que entró tarde a la taberna una noche de invierno. Alguien que no estaba invitado. Un hijastro al que se le asignó un plato de sopa, porque es lo que procede. No importa cuántos años hayan transcurrido desde su exilio, los lugareños lo caracterizan como una persona que no comparte con ellos algo esencial. Incluso en la biografía más mínima hay espacio para ligar su identidad a un adjetivo. ¿Será que esto se debe, se pregunta él, a que aún sigue contando los números en su lengua materna?
iv
En el campo de cautiverio, ochenta menores de edad reciben en un recinto semillas de palabras. Se les arroja una «A». Agradezcan, ya que éste es el más noble y primigenio de todos los sonidos, el que resuena por entero en cuello y garganta, el primero que el niño aprende y el que con mayor facilidad puede emitir.
v
Escolarización. Él sabe algunos trozos de palabras, su madre sabe algunos trozos de palabras. Juntos se encuentran el primer día de clases frente a la puerta de la rectora. Llegaron con retraso. Clase 1B, dice la rectora, en el segundo piso. Señala hacia arriba. Una escalera ancha. Cuando dan la vuelta en el corredor, una puerta es cerrada de golpe. La madre toca a la puerta. ¡Pase! Un salón lleno de niños de su edad. Él empieza a avergonzarse. Su madre habla a balbuceos. Él no lo hace mejor. No, no, no, la maestra muestra con ambas manos su rechazo, ya tengo a cuatro turcos en mi clase. Y ahuyenta del salón a madre e hijo. La escalera tiene más escalones cuando bajan. Él sabe lo que pasará. Tendrán que regresar con la rectora. Él se avergüenza aún más. La rectora se levanta. Marchando recorre el pasillo, sube las escaleras, atraviesa el acceso superior hasta llegar a la puerta del salón de clases. Abre la puerta de un jalón y lo que dice es breve. Él se sienta en la última fila. Como entiende poco, lanza miradas furtivas a su alrededor. ¿Quiénes podrán ser esos cuatro niños turcos?
vi
Cuando él pronuncia una palabra de un modo que suena chistoso, los otros alumnos le hacen muecas. En sus bocas las palabras son canicas, piensa. En retrospectiva considera que ése fue el día que tomó la determinación de aprender la lengua extranjera hasta el grado de nunca más tener que avergonzarse. Él no imagina siquiera todavía lo que sus padres saben desde un principio: lenguaje es empoderamiento. Quien domina el alfabeto puede defenderse solo.
vii
How can you allow a foreigner to be better than you? Este reproche es hecho por el maestro proveniente de Inglaterra al grueso de la clase, a niños de los orígenes más distintos. Extranjero en este salón de clases es aquel que apenas aprendió el idioma hace poco. La primera de todas las preguntas que le hicieron en el internado no la entendió. Sus compañeros se rieron. Él no sabía cómo preguntarles: ¿De qué se ríen?
viii
¿Se debe acaso a que el extranjero, como es sabido en todos lados, es alguien cuyo tronco no es de aquí?
ix
Tronco, s. m.: metáfora, la mayoría de las veces doblemente falsa. 1. Los árboles no se mueven; su migración vegetativa se llama polinización. Quien habla a cada rato de raíces, se identifica demasiado con robles y fresnos. Cuando una persona procede de un tronco distinto, ¿significa esto por fuerza que únicamente sus hojas se alemanizan? 2. El tronco como género. Una unidad mayor que la familia, la progenie, el clan. Un pasado del cual él se escapó (aunque ocurriera siendo él un niño inocente). Pasado que quedó escarificado en él como un tatuaje que busca rastros en una lengua nueva.
x
No se oye para nada que usted no es de aquí. También las preguntas inocentes pueden desmoralizar. Es que no tiene acento en absoluto. Eso suena como: ¡Usted nos oculta algo, usted nos está haciendo creer algo! Un africano en Viena dominaba las lenguas más importantes de su tiempo y todo el saber de su época, la Ilustración. Era maestro de hijos de príncipes. Convivía en una y la misma logia francmasónica con los compositores más renombrados. Vestía los atuendos más elegantes. Se casó con una mujer de ahí. Al morir se le arrancó la piel y fue maquillado. Y es que en él no corría ni tampoco hervía sangre vienesa en compás de tres cuartos. Quien tiene mi sangre, dice la voz popular, es mi herencia. No está contemplado que los extranjeros ya no se puedan distinguir de nosotros. ¿Cómo es que aprendió usted a hablar tan bien el alemán? Hay algunas preguntas para las cuales no puede haber respuesta.
xi
El exiliado no necesita sentir un recelo más allá de toda medida para verse privado de sí mismo. No tiene que perderse para extraviarse. Incluso cuando consigue legitimar su estatus, certificar su diploma de estudios, actualizar su licencia de conducir, inevitablemente cambia de piel. Da lo mismo que se encuentre en tránsito con un portafolios lleno de documentos nuevos (y algunos crujientes billetes) o que esté sans papiers: la piel abandonada siempre / la piel vuelta huérfana después & no traducible / el tatuaje adoptado &/ diluyéndose la gramática de los sentidos. Mientras se incorpora, ergo se pone en fila con la cuadrilla, se esfuerza en no llamar la atención, se concentra convulsivamente en no pisar fuera de la raya, anhela tener un sitio a dónde llegar, la utopía de todos los exiliados.
xii
Por su nombre se vuelve llamativo. Porque otros pretenden comprenderlo a partir de su nombre. En países remotos son varios los exiliados que le recortan a su propio nombre algunas consonantes. Llegar presupone preocuparse de que el nombre de uno se pueda pronunciar con facilidad. O resignarse a que sea pronunciado distinto. Acostumbrarse a ello. Para no perder por completo su nombre. Hasta que un día la pronunciación original le suena extraña. Casi incorrecta. No todo el mundo le cree cuando asegura: la pronunciación me da igual. Algunos pronuncian el nombre correctamente, pero es otro nombre. Pocas veces se le pregunta: ¿Qué significa tu nombre? O: ¿Por qué te nombraron así? Eso abriría una conversación. En vez de eso, el silencio amistoso después del primer saludo de bienvenida.
xiii
En una capital de Occidente: un hombre de mediana edad que pasó los mejores años de su vida en las prisiones de una dictadura, que tras su liberación del cautiverio escapó cruzando la frontera. No existía en absoluto duda alguna en cuanto a su solicitud de asilo. En una oficina altamente moderna de amplios espacios de un consorcio de nivel mundial le preguntan con suma amabilidad y deferencia sus colegas un día durante la pausa para el café acerca de sus experiencias en cautiverio. Él describe tortura, describe hambre, describe miedo. Ya veo, dicen, y nunca más le vuelven a preguntar.
xiv
Cada exiliado llega a su manera. Algunos la mañana después de fugarse, otros en el instante en el que les es extendido su certificado de naturalización. Algunos una y otra vez, otros nunca. Para su madre sucede justo el día que puede volver a ser anfitriona. La primera vez que en el nuevo país puede recibir y convidar a alguien. No a otros exiliados, que intercambian historias como si fueran cigarrillos, sino a gente local a la que conoció sin ninguna intención y desinteresadamente. Tuvo que sobreponerse a sí misma para invitarlos, rasca dinero y lo junta para ofrecer una cena que satisfaga sus propias y estrictas expectativas. Se entrega por completo a la ocasión. Está totalmente presente. Por unos felices instantes olvida los errores de gramática que se cuelan en su ánimo bromista. Radiante, les ofrece la mesa puesta para celebrar que llegó.
xv
La pregunta: ¿De dónde vienes? sólo estará exenta de sospechas cuando con la misma frecuencia se pregunte: ¿A dónde vas?
xvi
Ya veo, usted es rumano (etíope, persa, albanés, vietnamita, húngaro, paquistaní, maliense, afgano, marroquí). Yo estuve ahí una vez. De vacaciones. Hace ya algunos añitos. En el Mar Negro (en el Mar Rojo, en el desierto rocoso). Qué lindo es allá con ustedes, me gustó mucho, de verdad, esas uvas (higos, tomates, naranjas), deliciosas, qué clase de uvas, con nosotros ya no crecen así, tan jugosas, y el licor, yo le digo a usted, un licor así nunca he vuelto a… Se siente casi indecoroso interrumpir a estas personas: Fue de ese país que me fugué.
xvii
Ser de otro lado dice poco, ser de aquí igualmente poco.
xviii
Cuando el exiliado habla con personas que, por no haberse presentado la oportunidad adecuada, aún no han viajado adonde podrían viajar, aunque no por eso quieren descartar que algún día… por fuerza tengo que ir ahí alguna vez. He oído que es precioso. Gente linda, me han dicho. Realmente amable. ¿Qué cosas son las que tengo que ver, en su opinión? Es que recibir consejos de alguien que es de ahí, francamente resulta insuperable. Es siempre en lo que yo más confío, así puedes olvidarte de todas las guías de turistas.
xix
Minidrama
Un empleado público, con experiencia
Un exiliado, también con experiencia
Empleado: ¿Eres judío?
Exiliado: No.
Empleado: ¿Eres musulmán?
Exiliado: No.
Empleado: ¿Eres armenio?
Exiliado: No.
Empleado: ¿Eres libanés?
Exiliado: No.
Empleado: ¿Qué eres?
Exiliado: Complicado.
xx
A diario regresa el exiliado al ser otro. A su asilo de cada día. Hasta que ese regreso se convierte en un regreso al hogar. A lo especial. Las errancias y los enredos de una persona que, incluso cuando no es excluida por nadie, se segrega a causa de una incontenible nostalgia de ser una entre muchos. No saltar a la vista como un pulgar herido. Nada es tan difícil de comprender ni tan difícil de explicar como la sensación de ser extranjero, de ser ajeno.
xxi
Con la cabeza encorvada cuelga del último árbol. Pronto habrá de ahogarse. Llueve sin cesar, el agua sube. Ya sólo puede oler humedad. Él es el único fruto de un árbol pelón. Todo es lluvia. Todo es agua. Pronto se hundirá. Con la cabeza encorvada.
xxii
La violencia de un instante da a luz a interminable tristeza. La última rama que se yergue por encima del río porta frutas ensangrentadas.
xxiii
De vez en cuando el exiliado encuentra personas que tienen miedo de él. A él le habría gustado tocarlas, tomarlas del brazo o poner su mano en sus hombros y decirles al oído: Pero es que soy yo el que tiene miedo. Yo hui de un miedo del que no se puede escapar. Soy yo el que lo perdió todo. Fui entregado a todos, indefenso. Ni siquiera el patrimonio de ustedes está tan amenazado como mi vida.
xxiv
Cortar raíces no es siempre un remedio eficaz contra la soledad.
xxv
Toda fuga se planea de manera conspirativa. En casa, ocultarle todo a la gente de confianza; en el trayecto, contarle todo al compañero ocasional. Durante la fuga se formaron grupos, se entablaron alianzas, se intercambiaron informaciones y alimentos básicos. Acompañados de golondrinas. La soledad se establece más tarde. Durante la fuga una comunidad, después de la fuga un individuo. Cada quien de manera diferente puesto a disposición de su sola persona.
xxvi
Los unos lo consideran encarcelamiento; los otros, puesta en libertad. Y alguno piensa: Fui dejado libre en una prisión. La vida después del exilio es para muchos como encogerse, como desaparecer. En esta tierra extraña muero, y tú no te percatas… Una perseverancia en la sala de espera de la reencarnación.
xxvii
Para el idioma de los exiliados no existe notación. ¿Cómo se puede escribir en palabras una ensalada de alfabetos? Su idioma consiste en muchos idiomas, de los cuales ninguno es el propio.
xxviii
En algún momento, cuando se escuchó en su interior, cuando su lengua se dilató y su espíritu se torció, cuando ya no tiene que traducir del idioma implantado en su carne al idioma fantasma, sino que ordena un café sin pensar en cómo se ordena correctamente un café, en algún momento, cuando ya entendió la diferencia entre llama, llamarse y llamar, el exiliado se considera cambista de idiomas. Esto recuerda a cambistas de dinero, y tácitamente a la suspicacia de que esa persona pescó un mal tipo de cambio, que trocó la riqueza de la divisa de su idioma materno por una divisa extranjera de menor cotización (o al revés), y que además pagó una comisión más alta. ¿Pero qué fue lo que él cambió? ¿El calzado, la ropa, la dirección, el color del cabello, quizás incluso el gusto musical? Pero no el idioma. No se puede cambiar el idioma, en el mejor de los casos se le puede adoptar.
xxix
A veces lo sobrecoge la sensación de que su niñez estuviera encerrada en su idioma materno y que él tuviera que traducir de su niñez a un idioma extranjero. Sin diccionario. Él se contempla a sí mismo, en un columpio debajo de una campana, cae nieve y en sus manos los copos se derriten. Relatado en otro idioma, le parece que ya no es su niñez. Sino un baile de máscaras con un montón de antepasados mudos.
xxx
Otros días se siente como si los idiomas en su cabeza se pelearan por no poder formarse uno junto al otro al mismo tiempo en igualdad de derechos. Ellos extienden los codos, se apretujan, le endosan un giro idiomático cual compasivos abastecedores que llegaran con un artículo de primera necesidad. Con sus macizos cuerpos intentan lanzar al otro idioma a la sombra. Si tan sólo les pudiera asegurar que todos pueden brotar de su persona y hablar al mismo tiempo. Pero eso no lo puede hacer: el dominio de un idioma implica la desatención de otro. Todo el tiempo, uno de sus idiomas es una sombra de sí mismo.
xxxi
En días de bochorno el idioma materno es una espina de pescado y el nuevo idioma un trozo de pan que él masca, perseverante, sin que la espina se disuelva. Con viento caliente se enamora de las palabras remotas.
xxxii
¿En qué idioma sueñas?, le preguntan a menudo. Como si eso fuera el meollo. Él no lo sabe. ¿En qué idioma tienes pesadillas? Él no lo puede decir. Ni siquiera si sueña a color o en blanco y negro. Si él supiera en qué idioma experimenta un orgasmo, podría responder ese tipo de preguntas soberanamente.
xxxiii
Minidrama
Mahmud Darwish, poeta
Edward Said, erudito
Said: Yo soy de allá.
Darwish: Yo soy de aquí.
Said: A decir verdad, yo no soy ni de allá ni de aquí.
Darwish: Tienes dos nombres…
Said: …que se encuentran mutuamente y se separan.
Darwish: Tienes dos idiomas…
Said: …se me olvidó en cuál de ellos sueño.
Darwish: Punto.
Said: Contrapunto.
xxxiv
Quien ha aprendido un idioma afanosamente, hasta que ya nada en ese idioma le produce recelo, se siente corresponsable de él. Procura una relación de cuidados hacia él. Incluso si dio con él por casualidad, lo hizo suyo. Eso le permite nolens volens convertirse en estilista. Cuando se despierta se asombra de que [el idioma] esté ahí. En casos de apremio, el idioma a veces le fortalece la lengua, a veces escapa de sus balbuceos. En ese idioma, en esa maravillosa construcción, tan sólida como quebradiza, el esmero se mira en las arrugas de preocupación.
xxxv
El exiliado se encuentra por lo general con una mano en la perilla de la puerta. Eso es ingenuo. La realidad es que esa puerta frente a la cual regresa no se la pueden azotar en la nariz. La tierra extraña es para el forastero un enigma abierto. Tan accesible como impenetrable. Y aprende: el mantenimiento de puertas domésticas es tortura para las puertas. Está bien: fue un chiste mal redondeado.
xxxvi
Las cartas a casa son pretensiones dignas de Münchhausen. Juro servir a la mentira, servirme única y exclusivamente de la mentira necesaria, con toda la veracidad con que mi orgullo pueda apoyarme. Madre, el Nuevo País es maravilloso. Padre, en el Nuevo País el abastecimiento es inmejorable. Madre, bien podrías visitarnos, nada más para que veas cómo está acondicionado nuestro nuevo hogar, equipado con todo lo que exige el corazón. Padre, qué no daría por llevarte de paseo entre las montañas en mi Passat último modelo. Madre, lo único que nos hace falta, padre, lo único que nos hace falta, por suerte, es la presencia de ustedes.
xxxvii
A la Expulsión del Paraíso sigue la Huida a la Tierra Prometida. Un perpetuum mobile de la historia universal.
xxxviii
Durante años es casi imposible tener una conversación telefónica coherente, ya que de manera inevitable él desde aquí, ella desde allá, ella desde aquí, él desde allá, empiezan a llorar. Cuando el exiliado piensa en su abuela, oye la voz de ella, cómo se quiebra, cómo se desmorona, cómo todas las cosas se le van volviendo incomprensibles, menos su dolor. Porque sollozar los libera a ambos de hablar sobre aquello para lo que les faltan fuerzas.
xxxix
Desde el principio el Nuevo País no corresponde con las ensoñaciones. Tiendas de campaña barracas campo para recogidos. ¿Pero cómo, en la Tierra Prometida? Pasillos administrativos colas de espera puntos muertos. Por todas partes y justo en medio de la Tierra Prometida. Esperar esperar esperar. De pronto volver a anudar el bulto. De nuevo pararse en una fila de espera que cada vez se extiende más hasta el futuro, entre más tiempo tenga el exiliado que perseverar en ella. Él aprende a esperar sin paciencia. La fe en la Tierra Prometida es un anuncio arrancado de un tablero negro.
xl
¿En qué soñabas al abandonar tu patria? ¿En caminar sobre el agua? No. ¡En caminar sobre el aire! Los sueños son enjundiosos. Retacarse por una vez la panza con todo eso que no hay. Probar todos los chocolates del mostrador. Los adultos tienen una pesada carga en los sueños que acarrean consigo, incluso si éstos se están realizando. Los niños no tienen cargas. No saben ni siquiera sobre la planeada fuga (saldremos de vacaciones, vacaciones en el mar, vacaciones en el extranjero, daremos un paseo a través de un bosque, cruzaremos un río a pie). En algún momento los niños entienden que estas vacaciones son una aventura. Pero nunca les pasa por la cabeza: con resultados inciertos. Continúan así sin abrigar expectativas. No tienen que liberarse de la carga de sus ensueños. Inocencia significa carecer de anhelos perecederos.
xli
El que cree en la Tierra Prometida desea diluirse en ella sin dejar atrás residuos visibles. En espacios públicos solamente usa su idioma materno, si acaso, para murmurar, se estremece cuando otro forastero barrunta (seguro no es un exiliado, piensa para sí). Su sentimiento de vergüenza significa para él no ocupar el espacio común con cosas que la generalidad no puede entender. Él no habrá de llamar la atención, cueste lo que cueste. Quiere ser visto, pero sólo como punto que brilla por su propia transformación. Quien por lo contrario perdió la fe querrá desahogarse en maldiciones, divulgar de manera estridente su pesado destino, ocupar la plaza de la estación del tren con sonidos forasteros. Ya no le importa más que un comino la disciplina de los demás. Se asume por completo en el papel del paria porque quiere que lo vean, algo tan completamente distinto de como él se siente.
xlii
Minidrama
Groucho Marx, satírico conocido
Entrevistador, periodista desconocido
Entrevistador: ¿Pero no quería usted ser miembro de un club refinado?
Groucho: Sí.
Entrevistador: ¿Qué pasó?
Groucho: Me rechazaron.
Entrevistador: ¿Y eso por qué?
Groucho: Me informaron que no querían tener como miembros a tipos como yo.
Entrevistador: ¿Y luego?
Groucho: Pasó mucho tiempo.
Entrevistador: ¿Y luego?
Groucho: El mundo cambió.
Entrevistador: ¿Y luego?
Groucho: Me volví famoso.
Entrevistador: ¿Y luego?
Groucho: Me escribieron una carta.
Entrevistador: ¿Qué decía?
Groucho: Me ofrecían aceptarme como miembro de su club.
Entrevistador: ¿Cómo reaccionó usted?
Groucho: Lo rechacé.
Entrevistador: ¿Por qué?
Groucho: No quería ser miembro de un club que acepta como miembros a tipos como yo.
xliii
Peor que ser mirado de reojo: ni siquiera ser visto. Tienes que entender, soy invisible simplemente porque las personas evitan verme. El día de la llegada una densa niebla se estaciona. Los lugareños solamente pueden oírlo, lo cual no redunda —de ello el exiliado, en su ceguera, está seguro— en su propio bien. Cuando llega al mostrador, pierde el rostro. En la pesadilla, la expresión de su rostro se desdibuja hasta volverse una huella digital.
xliv
Antes se podía inferir cómo se encontraban quienes fueron dejados atrás a partir de su letra manuscrita; hoy la voz detrás de las palabras es auscultada. Antes se tenía que notificar cada conversación telefónica. La conexión no se establecía siempre. Y si acaso se lograba, el ruido de fondo hacía que la voz perdiera toda confiabilidad. Las cartas que ellos recibían siempre habían sido abiertas, el servicio secreto las había vuelto a pegar burdamente, con pegamento amarillo, revelando de manera escandalosa el acto de control. Las cartas se redactan distinto cuando se sabe que son leídas por gente desconocida, alevosa, pérfida. Los pequeños obsequios por ocasiones especiales eran manoseados en la oficina correspondiente, a veces no llegaban a sus destinatarios. O llegaban rasgados, rotos. En una ocasión, el chocolate para la Navidad tenía los rastros de la mordida de un empleado de aduanas con debilidad por las golosinas.
xlv
Los exiliados están sentados en la cama inferior de una litera, los vidrios de las ventanas están tapados por anuncios publicitarios de una cerveza local que se llama Optimist, el pequeño aparato entre ellos tiene muy alto el volumen. También durante una guerra civil los costos del roaming caen. Mientras hablan, todos al mismo tiempo, o narran su caso de manera individual, o por un instante se quedan callados al unísono, se entremezclan los tonos verdes con los cafés. Las voces crepitantes de los dejados atrás hacen más profundo el miedo propio. Ellos se quedan sentados en la cama inferior de la litera. Afuera los días son desenrollados como si fueran los interminables créditos finales de una película que no han visto.
xlvi
Perder la patria una vez —perder la patria para siempre. Si tan sólo fuera así. Al exiliado se le devuelve la patria como si se tratara de una camisa desgastada que él hubiera abandonado en un albergue juvenil, en una pensión, en un hotel, en un spa, en un sanatorio (y quién puede estimar si fue intencionalmente, después de una sesuda reflexión, o por descuido, el instrumento más secreto del inconsciente). Usted olvidó algo con nosotros. El dolor de no poder desprenderse de algo. Con mucho gusto se lo enviaremos. El anhelo de una pérdida definitiva. Él quiere archivar para siempre la patria pasada de moda, pero no sabe cómo.
xlvii
Sólo otras personas afirman que el país del que él escapó es su patria. El exiliado intenta explicar: él se estableció aquí, pero el lugar de procedencia no desaparece. Se aleja, y al mismo tiempo se siente cercano. Permanece presente, en la familia, en conversaciones en las que a veces se le idealiza y a veces se le sataniza.
Su contradictoria nostalgia se mueve en círculo, su futuro dispone de ojos en la nuca. Es una vida en varios escenarios que a veces se necesitan mutuamente, a veces pasan flotando independientes el uno del otro. Dos frases más adelante alguien quiere saber cuál es su verdadera patria. El exiliado está cansado de la sutil explicación.
xlviii
El exiliado abandonó el país de su nacimiento, pero nunca lo deja tras de sí. Incluso si afirma que ya no le interesa más. Incluso si lo ignora por completo. Incluso si juró nunca volver a querer pisarlo, ni siquiera para la más breve de las visitas, porque con ese país terminó, porque de ese país renegó, porque lo repudió. Incluso si comete traición contra su propia multiplicidad y deja que su idioma materno se atrofie o si hace como si ya no pudiera hablarlo.
xlix
El artista famoso que está parado en el puente que pretende envolver, uno de los puentes más antiguos de la ciudad, ha hecho todo para volverse otro, cambió su nombre y su aspecto, de modo que aquellos que le dirigen la palabra, pues de la procedencia común deducen solidaridad, invariablemente reciben un desplante, ya que ellos le hablan en un idioma y él responde en otro, porque supuestamente ya no entiende el idioma que alguna vez fue suyo, aunque sus respuestas demuestran lo contrario, lo cual es de poca importancia, ya que él rechaza de manera categórica recurrir aunque sea a uno solo de los exiliados para que jale la cuerda con la que se ha de develar su obra de arte.
l
El exiliado se rehúsa a adoptar la nacionalidad del país en el que ha pasado la mayor parte de su vida en tanto que las leyes no acepten su multilingüismo. Ya lo harán, comenta un vecino. El multilingüismo es más que una práctica, le responde.
Traducción del alemán de Gonzalo Vélez