El cineasta ruso Andrei Tarkovski dedica, en Esculpir el tiempo, un amplio pasaje al asunto de las «adaptaciones» literarias al cine. Entre otras cosas hace una distinción, más allá de la calidad del material que sirve de origen, entre las obras que de alguna manera son redondas y no permiten que se toque ni una coma (mucho menos el traslado indemne al universo de las imágenes en movimiento) y las que son más abiertas y permiten e incluso invitan a que el cineasta las moldee de acuerdo a sus necesidades. Tarkovski parte, no está de más subrayar, de la responsabilidad del que se inspira en las páginas del prójimo, pues el «traslado» a la pantalla es un asunto que pasa por la ética: «Cuando el escritor y el director (de una película) no son la misma persona, nos encontramos ante una contradicción insoluble —esto es, desde luego, si son artistas moralmente íntegros. Hay solamente una salida: darle una nueva urdimbre al argumento, el cual se convertirá en el guión cinematográfico, y durante el trabajo en este guión el autor de la película (no del argumento, sino de la película) tiene derecho de cambiarlo como le plazca». Osadías más, literalidades menos, acaso en esta segunda categoría habría que ubicar los textos de Miguel Delibes (que nació en octubre de 1920 y murió en marzo de 2010), escritor oriundo de Valladolid cuya obra ha sido visitada con gusto por más de un cineasta y en más de una época, con mayor o menor responsabilidad.
El camino, publicada en 1950, es la primera obra de Delibes que llegó a la pantalla grande (en 1963, de la mano de Ana Mariscal). La novela, según reconoció el escritor, se ubica en los parajes donde nacieron sus padres y él pasaba sus vacaciones infantiles, y narra las vicisitudes de un chamaco que es enviado por su padre a la ciudad para que estudie y así pueda aspirar a mejores condiciones de vida. Años después (en 1977) la novela vivió un nuevo pasaje a las pantallas, ahora a las de televisión y en el formato de miniserie, dirigida por Josefina Molina y conformada por cinco episodios. En 1981 la misma realizadora se inspiró en la pieza teatral Cinco horas con Mario, en la que además introduce episodios vividos por los protagonistas. El resultado lleva por título Función de noche, se inscribe en los terrenos del drama y ofrece una rica reflexión sobre el teatro y la vida en pareja.
Antonio Giménez Rico hace patente su gusto por la obra de Delibes en las dos películas suyas que tienen su origen en textos del autor vallisoletano: El disputado voto del señor Cayo (1986), que se inspira en la novela homónima y sigue los pasos de un político que recuerda sus labores en una campaña de los años setenta; en particular rememora las conversaciones con el señor Cayo, hombre maduro que obtuvo sabiduría de sus observaciones de la naturaleza; Las ratas (1998) da cuenta
de la vida que llevan un joven y su padre que habitan una cueva y se dedican a la venta de ratas de agua; y aunque ambos viven en paz y no hacen daño a nadie, no son bien vistos por las autoridades.
Antonio Macero también ha hincado el diente con veneración a la obra delibesca, y en su filmografía aparecen dos títulos inspirados en aquélla: La guerra de papá (1977), que se inspira en la novela El príncipe destronado y da cuenta, a través de la mirada de un niño, de la sociedad española de los años sesenta; El tesoro (1990), cuyo argumento parte del descubrimiento que hace un granjero de un ancestral tesoro y que sufre más de una complicación cuando llega un arqueólogo a hacer las pesquisas del caso.
Los santos inocentes (1983), de Mario Camus, es, con todo merecimiento, la cinta más redonda que ha surgido de la lectura de Delibes. En ella se sigue a una familia de campesinos cuyos miembros encaran de diferentes maneras la vida cotidiana y las relaciones con la autoridad. Camus registra las desigualdades que se viven en el campo, la brutalidad que puede emerger como consecuencia de años de humillaciones. En Cannes la cinta obtuvo aplausos a montones y de ahí salió con una mención especial del Jurado Ecuménico y con el premio a mejor actor, que compartieron Paco Rabal y Alfredo Landa.
Tal vez al momento de hacer el balance, de sacar cuentas y hacer la selección de los más grandes escritores españoles, Miguel Delibes no ocupe uno de los sitios más altos; no obstante, los cineastas han sabido retomar los hilos de su universo para producir tejidos ricos en imágenes y sonidos; y si el escritor da voz a personajes tozudos y describe con esmero el paisaje de Castilla y León, el cine ha sabido registrar sus ecos, iluminar la geografía. Los textos de Delibes, de la mano de realizadores responsables, multiplican sus afanes exploratorios del ámbito rural: con atenta mirada, exponen usos y costumbres que tienen hondas raíces en «la vieja España». El cine inspirado en la obra de Delibes es un valioso ejemplo de cómo el cine puede prolongar, sin exageración, lo que la literatura ha iniciado: se adapta bien, pues.