Calixto y Dulcinea
Michele, obsesionado por sus mitos,
se acuesta con Calipso, y flechas de oro
lanza contra las ninfas. Los centauros
por celos le convierten en laurel.
Emilio corre tras las españolas
Juana Cristina Sara Margarita:
todas mayores que él, aunque las únicas
que son para su vida un gran alivio.
Sus esposas esperan impacientes
la hora de apertura de las tiendas;
sin piedad los arrancan a sus ocios.
Obedientes aunque poco entusiastas,
empujando el carrito van felices
quien con Calixto quien con Dulcinea.
Nuevo Dante
Sin que lleves ni bragas ni sostenes,
envuelta en el pareo transparente,
trajinas con espíritu tranquilo
entre ollas y fogones. Mi cabeza
se pierde estérilmente tras un verso
que tarda en concretarse. Me dedico
a tanto esfuerzo vano que no logro
oír cómo me llamas, mejor dicho,
al oído gritarme, pues fastidia
que a un poeta como yo se le importune
sin cesar con estúpidos quehaceres,
como a ver si me escurres la botella
o mira si el ragú ya se ha enfriado.
Que sepas que tus gritos me perturban
las ideas. Y que con tu impaciencia
al mundo privarás de un nuevo Dante.
Nuestra casa
Tú y yo vivimos en un piso inmenso,
ya sin hijos y libres del tormento
de que llegue el dinero a fin de mes,
sin sustos ni sorpresas enojosas.
Tú en tus quehaceres sola en la salita,
yo con mis españoles en mi estudio.
Ya no tienen espinas nuestras rosas,
sólo los dos y cada vez más solos.
Hace años que sólo nos reunimos
a la hora del almuerzo y de la cena,
y esperamos ansiosos el momento
de acostarnos, cada uno en su rincón.
Para casos urgentes de importancia
siempre podemos recurrir al móvil.
Judas
Los sábados después de la película
nos vamos a la ducha. Te demoras
extendiendo la crema en las durezas
y yo me apresto en afilar los dardos
con que atravesaré tu vientre seco.
Ya en la cama te imploro acabar pronto,
depílate más tarde, porque todo
este insólito ardor sé que se acaba
si tú no me lo animas con tu amparo,
se puede derretir cual nieve al sol
con mi vergüenza y con tu gran desdén.
Pasa una hora y apareces desnuda.
Pero ha aguantado mucho. Y ya no quiere
someterse a tus órdenes el judas.
Versiones del italiano de Carlos Pujol y Juana Castro
En el libro El amor tardío encontramos excelentes poemas sobre el amor en la vejez, que son de una mordacidad sin concesiones, donde ni marido ni esposa salen bien parados. Agradezcamos que Coco haya tenido el valor de escribir y publicar estas joyas tóxicas, estas espléndidas flores marchitas. Los desvelos eróticos, nos diría Coco, están bien en parejas jóvenes, pero en los sexagenarios tienen algo o mucho de irrisorio y patético:
Los poemas eróticos exigen
que haya dos cuerpos jóvenes y bellos.
No es éste nuestro caso. La piel cede,
y existen además otros problemas.
¿Tú que crees? ¿Me aventuro a usar palabras
como túrgido, erecto, penetrar?
¿No se van a reír mis enemigos?
«Ya soy un carcamán. No entiendo nada», dice Coco cuando quiere protestar inútilmente contra la emancipación de las mujeres.
Entre los hechos más tristes para un viejo está la confirmación de la declinación del cuerpo en los años ajados. ¿No increpaba Mimnermo a «la odiosa vejez que vuelve al hombre malvado y feo»? ¿No abominó de ella Leopardi en sus Cantos y en sus Pensamientos, como cuando dijo en uno de sus Pensieri (iv): «La vejez es el sumo mal, porque priva al hombre de todos los placeres, dejándole los apetitos y trayéndole en sí todos los dolores»? ¿Acaso Rubén Bonifaz Nuño, en libros espléndidamente misóginos —Albur de amor, Del templo de su cuerpo y Calacas—no hace, entre otros temas, una encarnizada burla del amor del viejo?
Como en anteriores libros, su estilo es conciso y seco y se ocupa de temas, en que, gracias a la gracia con que están escritos, encantan al lector, poemas que en otro poeta serían de una vulgaridad desdeñable.
Emilio Coco nació en San Marco in Lamis, pueblo de la región de la Apulia, en 1940. Al oficio de poeta ha unido una labor ingente de traducción a su lengua, sobre todo de poetas españoles y mexicanos. De los tipos de traducción se ha inclinado por la literal, la cual, si me es permitido decirlo, es la que prefiero. Las traducciones de Coco, que me ha sido dado cotejar, me parecen asombrosas en la recuperación de los ritmos y sentidos originales. No exageraríamos en nada si dijéramos que, sin su tarea de traducción, la poesía hispanoamericana vertida al italiano se vería notoriamente empobrecida.
Marco Antonio Campos
Callisto e Dulcinea
Michele, tutto preso dai suoi miti, / si giace con Calipso e dardi d’oro / scaglia contro le ninfe. Ingelositi, / i centauri lo mutano in alloro. // Emilio corre dietro alle spagnole / Juana Cristina Sara Margarita: / tutte avanti con gli anni, ma le sole / che portano sollievo alla sua vita. // Maria e Erminia aspettano impazienti / l’ora dell’apertura dei negozi / e impietose li strappano ai loro ozi. // Niente affatto entusiasti ma obbedienti, / trascinando il carrello ognun si bea / chi con Callisto chi con Dulcinea.
Novello Dante
Senza mutande e senza reggiseno, / fasciata nel pareo trasparente, / t’affaccendi con spirito sereno / tra pentole e fornelli. La mia mente // si perde disperata dietro a un verso / che tarda a precisarsi. Tutto immerso / in tanto sforzo sterile non sento / la tua voce cercarmi o meglio mento // alle mie stesse orecchie perché offende / che un poeta come me sia importunato / a ogni istante per stupide faccende // come metti a scolare la bottiglia / o vedi se il ragù s’è raffreddato. / Sappi che il tuo strillare mi scompiglia // le idee. Con quel fare intollerante / priverai il mondo di un novello Dante.
La nostra casa
Siamo tu e io nel grande appartamento. / Senza più figli e senza più il tormento / di far quadrare i conti a fine mese, / senza scosse e spiacevoli sorprese. // Tu nel soggiorno a fare le tue cose, / io nello studio con i miei spagnoli. / Non hanno spine ormai le nostre rose, / siamo solo noi due, sempre più soli. // Da qualche anno ci diamo appuntamento / solo all’ora del pranzo e della cena, / ed aspettiamo trepidi il momento // di andare a letto, ognuno al suo angolino. / Per le urgenze che valgono la pena / comunichiamo per telefonino.
Giuda
Ogni sabato sera dopo il giallo / ci facciamo la doccia. Tu t’attardi / a spalmarti la crema sopra il callo / ed io m’appresto ad affilare i dardi // con cui trafiggerò il tuo ventre asciutto. / Già nel letto t’imploro di far presto, / puoi depilarti dopo, perché tutto / quest’inconsueto ardore, se qui resto // ad allenarmi senza il tuo sostegno, / temo si squagli come neve al sole, / a mia vergogna e con tuo grande sdegno. // Trascorsa un’ora, appari tutta nuda. / Ma ha pazientato troppo. Più non vuole / sottostare ai tuoi ordini quel giuda.