De Copérnico y Galileo, autores de libros científicos fundacionales

Luis Adolfo Orozco

(Guadalajara, 1958). Es profesor emérito de física de la Universidad de Maryland y fellow del Joint Quanum Institute. Ha publicado más de cien artículos en revistas científicas.

El libro es un medio privilegiado para guardar y transmitir información a través del tiempo, pero también del espacio. Podemos todavía leer papiros romanos, libros chinos y renacentistas. Textos escritos hace cientos de años en lugares distantes. El mismo puede leerse en lugares y tiempos diferentes si sólo existe una copia, pero con la gran revolución del tipo móvil, la imprenta, es posible salvaguardar la información y transmitirla a través de múltiples rutas espaciales y temporales.

El quehacer humano ha encontrado en los libros un apoyo tanto para conocer lo anterior como para enviar información al futuro y a otros lugares. Los científicos han estado interesados en producir y publicar libros justamente por lo mismo, y así desde el Renacimiento europeo han aparecido numerosas publicaciones de contenido científico.

Los libros de física y astronomía explican la manera de predecir fenómenos naturales y así ayudan, en algunas ocasiones, a controlar la naturaleza y llevarla a hacer algunas cosas que no existirían sin la intervención humana.

Al comparar los libros de física y astronomía de los siglos xvi y xvii, ahora considerados fundacionales, muchos autores destacan, pero dos, Copérnico y Galileo, están indudablemente ligados al haber sido incluidos en el índice de libros prohibidos por la Iglesia católica.

Copérnico (Thorn, Reino de Polonia, 1473-Frombrork, Reino de Polonia, 1543) era sobrino del príncipe obispo de Warmia, quien fue su tutor cuando quedó huérfano. Estudió primero matemáticas en la universidad de Cracovia y luego viajó a Italia, donde estudió medicina y derecho en Bologna. Ahí probablemente se adentró de manera natural a la astronomía, pues los médicos debían saber astrología. Parece contradictorio, pero así era. Fue asistente de Domenico da Novara, un astrónomo de Bologna. Luego viajó a Roma, donde continuó con astronomía. Regresó a Polonia, pero de nuevo viajó a Padua, donde estudio derecho y medicina, para luego doctorarse en Ferrara en derecho canónico.

Obtuvo un trabajo de canónigo de regreso a Polonia. Como médico parece haber tenido un buen número de pacientes. Su pasión e interés fue sin duda la astronomía, donde se abocó a desarrollar un sistema heliocéntrico.

Escribió poco después de su viaje a Italia, en la década de 1510, un pequeño documento de unas cuarenta páginas donde habló de su sistema con sus principales ideas. El manuscrito sin título que distribuyó entre varios amigos, conocido como el Commentariolus, se propagó por Europa y llegó a Roma, donde causó interés. Ese texto no se publicó como libro, las copias eran manuscritas, pero muchos lectores le escribieron alentándolo a publicarlo.

Georg Joachim Rhethicus, un matemático y astrónomo de origen austriaco, llegó en 1539 a Frombork gracias al apoyo de Philip Melanchthon. Se convirtió en discípulo de Copérnico y pasó dos años con él. Tuvo acceso a los apuntes que llevaba mucho tiempo elaborando Copérnico. Hizo un resumen no técnico de las principales ideas y lo mandó como carta abierta a su profesor de astrología en Nuremberg. Rhethicus publicó el texto Narratio Prima poco después, en Dánzing.

Parece haber sido Rhethicus quien terminó de convencerlo de enviar el libro al impresor Johannes Petreius, en Núremberg. La primera edición del De Revolutionibus orbium coelestium apareció en 1543. No es seguro que Copérnico lo haya visto terminado, pues falleció ese año. Se publicaron unos doscientos ejemplares y uno de ellos, el único en Latinoamérica, está en la Biblioteca Pública del Estado de Jalisco, parece haber llegado a la Nueva España en 1600. Fue incluido en el índice de libros prohibidos en 1616.

El libro contiene una primera sección con la teoría heliocéntrica asumiendo órbitas circulares, algo que complicaba mucho las predicciones pues requería multitud de correcciones, comparables a las necesarias con la teoría de Ptolomeo. Años más tarde, ya en el siglo xvii, Kepler cambió las órbitas circulares por elípticas, con ello la teoría se simplificó y sus predicciones aún nos asombran. Entre las otras secciones del libro hay tablas para encontrar las posiciones de la luna, el sol y los planetas, que pueden usarse para predecir, por ejemplo, cuándo era la Pascua, una fiesta movible de la cristiandad relacionada con la primera luna llena después del equinoccio de primavera. Estas partes del libro, por ser importantes para los líderes católicos, le valieron no ser quemado sino dejado en reserva, sólo a ciertas personas se les permitía estudiarlo. Su capacidad predictiva lo salvó.

Galileo Galilei (Pisa, ducado de Toscana, 1564–Arcetri, ducado de Toscana, 1642) fue hijo del músico y matemático Vincenzo Galilei, quien fue llamado por la corte de Florencia e instaló a su familia en el vecindario del Oltrarno, cerca del Palacio Pitti, la residencia de los Medici. Llegó a la ciudad de dos años y estuvo dejándola y volviendo a ella por el resto de sus días. Cuando adolescente, su padre lo hizo tomar clases de dibujo, perspectiva y acuarela, lo cual se nota al ver la calidad de sus dibujos, en especial la acuarela de la Luna, hoy en la Biblioteca Nacional en Florencia, donde quedan claras las montañas de la Luna con sus volúmenes y sombras. Su padre quería que estudiara medicina, pero el interés de Galileo en las matemáticas y la física lo llevó a estudiar en la Universidad de Pisa esas disciplinas, sin obtener un título. Poco después, en 1589, el duque de Toscana lo nombró profesor de matemáticas.

Debe de haber tenido una mente sumamente inquisitiva y emprendedora. La anécdota sobre cómo improvisó un reloj con su pulso para medir el periodo de oscilación de una lámpara en la catedral de Pisa es solo una indicación, pero ya en Padua (1592-1610) estableció una compañía para hacer telescopios, mostrando el camino a multitud de científicos e ingenieros que han abierto empresas basadas en sus aparatos. La armada naval de la República de Venecia fue su cliente, que con este aparato ganó una ventaja tecnológica extraordinaria en las batallas.

Obtuvo el puesto de profesor en la Universidad de Pisa sin obligaciones académicas. El duque de Toscana lo llamó a Florencia para ser su profesor de matemáticas, entre otras cosas, pues parece haber tenido también a su cargo responder a preguntas de la corte sobre astrología, materia que ya había enseñado a los estudiantes de medicina en Padua. Como la universidad de Pisa tenía que pagar su sueldo sin él estar presente, comenzó a haber animosidades entre la universidad y Galileo. Otra fuente de enemistades fueron sus documentos de rechazo a quienes solicitaban una patente en Florencia.

A Galileo, a diferencia de Copérnico, le interesaba la física además de la astronomía. Así concibió una serie de ingeniosos aparatos para llevar a cabo experimentos y comenzar a formular una teoría del movimiento de los cuerpos que fuese verificable con mediciones; los inicios de la mecánica. Sus relojes y sus ideas de cómo mejorarlos sembraron derroteros para los relojes de péndulo, los cuales fueron cruciales durante más de dos siglos. Gracias a sus mediciones formuló la relación entre la distancia recorrida por un cuerpo en caída libre y el tiempo transcurrido. Como no existía el álgebra simbólica, la expresó como una relación aritmética. También estableció la relatividad del movimiento, cuya formulación fue un primer paso para la relatividad de Einstein.

Sus contribuciones a la astronomía fueron importantes, pero sobre todo sus libros fueron vehículos de divulgación de las ideas de Copérnico. Tuvo ideas y teorías equivocadas, entre las más memorables estaba su explicación de las mareas, lo cual dio argumentos a sus enemigos para cuestionar la solidez de sus trabajos.

Galileo tenía, pues, muchos enemigos y, cuando empezaron sus problemas con la Inquisición de Roma, no pocos se alegraron. Fue llamado varias veces a Roma, comenzando en la década de 1610, pero en la década de 1630 fue juzgado y condenado a vivir en exilio. Para entonces ya estaba prácticamente ciego, probablemente por haber estudiado las manchas solares. La condena lo forzaba a vivir fuera de los límites de la muralla de Florencia. Regresó a su casa en Arcetri, al lado del convento donde estaban sus hijas, y ahí pasó el resto de sus días. Fue entonces cuando escribió su libro más importante y trascendente.

La relevancia de Galileo en el inicio del quehacer científico es innegable, bastan dos frases suyas para afirmarlo, pues fue quien indicó la importancia de los experimentos: «Mide lo que es medible, y haz medible lo que no lo es», pero también la manera de trasmitir los descubrimientos: «Las leyes de la naturaleza están escritas en el lenguaje de las matemáticas». Con su trabajo hizo posible la predicción cuantitativa de fenómenos.

Cuando regresó de Roma a Florencia en 1633, después de su condena, pasó por Siena, donde lo hospedó el cardenal arzobispo Ascanio Piccolomini, quien era su amigo. Éste lo alentó a continuar con sus estudios sobre el movimiento, sobre la mecánica. Parece haber retomado ahí algunos experimentos de su juventud. Ya de regreso a Arcetri, en las afueras de Florencia, continuó su trabajo y elaboró un manuscrito con sus apuntes. Comenzó a buscar la manera de publicarlo. Realizó varios intentos fallidos de convencer a editores venecianos de hacerlo. Tanto él como los editores temían las represalias de Roma como parte de la condena. La visita de su exalumno en Padua, el embajador francés en Roma, Françoise conde de Noailles, le permitió enviar el manuscrito a los Países Bajos, donde Luis Elzevier de Leiden lo publicó en 1638 como Discorsi e dimostrazioni matematiche, intorno à due nuove scienze. Roma y el Papa no tenían poder sobre Holanda.El libro fue leído por toda Europa y estudiado con cuidado por los interesados en la física. Hay una serie de comentarios de Descartes a la edición francesa de la obra. En ella mostró sus estudios de la mecánica con el método científico y la liberó de las ideas aristotélicas, iniciando la ciencia moderna al independizarla de la filosofía. La física quedó así encaminada a convertirse en la mas cuantitativa de las ciencias básicas.

Los avances tecnológicos y científicos que hoy disfrutamos tienen sus orígenes en los trabajos de Copérnico y Galileo. Ellos iniciaron el recorrido de observar, cuantificar, modelar y luego predecir con matemáticas multitud de fenómenos de la naturaleza. Supieron la importancia de comparar la predicción con la observación astronómica o la medición experimental, los dos pilares de la creación científica contemporánea, cuyas consecuencias no dejan de afectar nuestras vidas y asombrarnos.

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