I’ll see you on the dark side of the moon…
Una mujer que me parece de agua
con un magnético rostro de luna
viene hacia mis brazos. Una mirada
transparente. Un encuadre apresurado
o tal vez una rendija que revienta
fracturando un vórtice de imágenes
abandonadas a su fuerza ciega —la
fuerza ciega y sin reposo donde veo
inflamarse una belleza insensata.
Y al sentir su cuerpo contra el mío
difundiendo su droga irremplazable
el tiempo se repliega avergonzado
hasta su fondo. Juntos sin saberlo
como nunca. El nunca que se agita
en los rincones de la sangre siempre.
Separados sólo por la quemadura
que revela la distancia. Ese abrazo
mío-para mí-con ella-suyo por completo
donde —ya ni mío ni de ella— el tiempo
—que por un momento se contuvo—
se desata dilatado de un reflejo a otro.
Abrasa regresando
insoportable y dulce al mismo tiempo.
Nunca el mismo tiempo. Oculto en ella.
Intacto. Refugiado entre sus brazos.
Esa mujer está conmigo siempre
desde un entonces que atraviesa luminoso
los reductos más oscuros de los años
con anchura —una vida junto a mí.
Pero no sé cómo sobre el propio tiempo
—por su lado oculto, en otro corte—
se desliza hacia el lugar más alejado:
inalcanzable, imperdonablemente joven
mientras voy envejeciendo.