Se perfilan contra el cielo
por encima de nuestras cabezas
J. M. Coetzee,
Esperando a los bárbaros
Cruzan sin equipaje, solos o en grupo, el infinito
desierto y no se pierden. Les dicen mena —menores
extranjeros no acompañados— y vienen de Fez,
de Marruecos, de Ceuta. Aquí están, son
pequeños, pequeñas niñas de piel cobriza y mirada
radiante, sin madre ni padre, sin abuelos ni abuelas;
ovillos de día escondidos entre penumbras
y de noche fantasmitas dando vueltas y vueltas
sin parar. La ciudad es nuestra, piensan niñas
y niños que esta vieja Rusadir, Melilla hoy,
es una antigua fortaleza romana de juguete,
aunque esa valla metálica, filosa y punzante
les recuerda que ya no están en el siglo xii
sino en el cruel siglo xxi. Así, trepan, saltan,
vuelan por la estructura fría y geométrica
de alambre hasta llegar a la cima, abren
grandes sus ojos al cielo en la oscuridad
de la noche para mirar bien a lo lejos la costa
ibérica que los espera. ¡Oh mi señor!, ruegan
mientras el viento marino golpea en sus caras,
¿nos abrirás las aguas del Mediterráneo
como a Moisés las del Mar Rojo? ¿O llegaremos
ocultos debajo de un camión como polizontes
de barco? ¿A Málaga, a Almería, a Motril?
¡Sí, estamos aquí arriba elevando nuestros
brazos a la luna y las estrellas, agitando
nuestras manos a ver si alguien nos reconoce
del otro lado!