Cromática del recuerdo

Tania Tagle

(Ciudad de México, 1986).Su trabajo ha sido publicado en Tierra Adentro, la Revista de la Universidad de México y Letras Libres, entre otras.

Rojo

Una abeja se ahoga en la alberca del patio. Sus alas aún dibujan ondas en la superficie. Se agitan, pero ya no hacen zumbar el aire. Mi cara redonda, coronada con un moño rojo ridículo, aparece reflejada y descompuesta en el agua. Me miro mirar a la abeja. Mirarla morir, casi con indiferencia. Un pequeño espectáculo que me distrae del calor y el tedio de agosto. El insecto flota ya sin moverse, su cuerpo de terciopelo reblandecido parece un nudo de pelos. El moño tiñe el agua de sangre. Lo arranco y lo lanzo al pasto.

                                             Morado

Mis hermanas vinieron un día, no recuerdo cómo. Dormía y me despertaron para avisarme. No me importaron ellas, sino el vientre púrpura e hinchado como un durazno que se pudre, las ojeras violetas y la sonrisa débil de mi madre. Papá celebraba el nacimiento sin que yo comprendiera, porque en ese cuarto sólo había observado, de nuevo, la muerte.

                                            Azul

Y ahí estaba también cuando atropellaron a mi vecina en su bicicleta y la escuché gritar y luego el golpe. Otra vez la muerte abrazando su cuerpo de pájaro cuando la arrastraron a la banqueta y a mí me metieron a la casa y me prohibieron la ventana para que no viera lo que ya había visto. El vestido azul subido hasta la cintura, los calzones de figuritas, los ojos también azules abiertos e inmóviles, como petrificados, reflejando un cielo impoluto. Y yo sabía que la muerte, con sus dedos largos y también azules, no se había ido con ella en la ambulancia, que se había quedado a montar guardia frente a mi casa y que por eso se malograron los sicomoros.

Verde

Estaba también en el fondo de los ojos verdes de Denise cuando empezó a perder el pelo por la quimioterapia. La reconocí una mañana, mientras almorzábamos bajo los eucaliptos, cuando nos pidió que cuando ella se fuera cuidáramos a su perro. Un maltés tonto que no dejaba de ladrar alrededor suyo para espantar la muerte y que a los pocos meses se murió también. Las monjas de la escuela nos hicieron rezar una novena por Denise, pero nos castigaron cuando quisimos rezar por el perro, nos dijeron irrespetuosas y nos corrieron de la capilla. Las monjas entienden poco o nada de la muerte.

                       Amarillo

Las cortinas, la alfombra, las flamas opacas de los cuatro cirios prendidos a su alrededor, su piel arrugada y áspera, las uñas de sus dedos cruzados sobre su pecho, el destello tintineante del relicario que le colgaron del cuello y que yo nunca había visto, las hebras que le mal cubren la cabeza, la fotografía frente a su ataúd, los dientes que asoman de su sonrisa en esa fotografía y que yo jamás conocí porque se le cayeron antes de que naciera, las calcetas que alguna vez fueron blancas, los susurros de mis tías. Todo en esa habitación es amarillo.

Comparte este texto: