Consuelo Berges / Luis Antonio de Villena

La miras ahí y no lo entiendes. No sé si yo lo entendí bien

aquella tarde lejana de 1978, en que pasé por su humilde
pisito (cerca de San Bernardo) a recoger unos finos versillos
de ocasión que hizo para su amiga Rosa Chacel, amiga mía…
El piso tenía el suelo de baldosas, había muchos libros,
muebles más que corrientes y una mesa camilla con brasero.
Consuelo estaba encorvada y tenía el pelo blanco, artríticas
las manos, un vestido desgarbado con toquilla y unos lentes
con veinte mil dioptrías, dirías. Quería hablar. Sin duda estaba
muy sola. Vivía de ciclópeas traducciones. Me regaló su libro
sobre «Stendhal». Aquella viejecita sola y pobre, se había ido
con 20 años a Argentina para ser libre. Había conocido el amor,
la literatura y la desesperación. Creía en el eros y el aire. Insultaba
a los curas y a los generales. Volvió a España con la República
y luchó con los republicanos. Escribía, traducía, daba clases
y luego se iba a bailar hasta muy tarde y a beber cócteles…
Yo sabía (ante la viejecita de la bocacalle de San Bernardo)
que no se arrepentía de nada y que si volviese a vivir escogería
un destino parejo. La pura y dura libertad. Pese al exilio áspero
en Toulouse y en México, pese al retorno como apestada
a la clerical y fea España del franquismo, pese a la soledad,
pese a las muchas traiciones, pese a los sueños fallidos,
pese a los miles de días traduciendo para malvivir con frío,
no se arrepentía de nada… Allí estaba, diciéndome adiós,
sonriente, con las manos de huesos retorcidos y la más limpia
sonrisa. Un ser humano excepcional, espléndido, del que
poco sabrá la turbia memoria colectiva… Al bajar aquellas
escaleras (no había ascensor) amé a Consuelo y oí para
mis adentros aquellas estrofas incendiadas e imperecederas:
El bien más preciado es la Libertad. Hay que defenderla con
fe y con honor. Alta la bandera revolucionaria por el triunfo
de la Confederación… Alta la bandera revolucionaria
por el triunfo de la vida que no conoce fronteras, por
el triunfo de las valientes como tú, Consuelo, que nunca lo sabrán.
No me arrepiento de nada. Ellos no entendieron la Libertad

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