Cobra

Jorge Orlando Correa

(Chetumal, 1992). Es autor del libro de cuentos Ya no hay fechas importantes (Pinos Alados Ediciones, 2020).

i

Cobra es un depósito de contenedores industriales
entre pinos y abetos, al sur del bosque Whitewood. 
También es lo que Carolina y yo nombramos un hogar.
Hace un año llegamos en bicicleta. Nunca nos fuimos,
tampoco planeamos hacerlo. 


ii
Aquí las noches son graznidos, 
croar de ranas, susurro de árboles, 
grillos a los que prestamos
atención de vida o muerte
para no escuchar 
cómo todo lo que alguna vez conocimos
se desvanece, haciéndose pedazos, 
estruendo tras estruendo tras estruendo.


iii
Lo primero que vemos al amanecer 
esta máquina derruida
de la que alguna vez colgaron canastos
que giraban hacia atrás, adelante,
en espirales interrumpidas 
ante una intermitencia neón 
y gritos de personas 
con la voluntad entregada 
a las garras de un maquinista. 


iv
Atrás ocurrían las explosiones. 

Memoria: ciudades reducidas a rumor, 
vidrios rotos y caras a medio asomar
tras bardas ennegrecidas. 

Pueblos, rancherías, 
gasolineras; páramos abandonados 
en un sentido contrario al nuestro. 

No te detengas, dijo Carolina, 
con las manos aferradas al manubrio. 

Mi respuesta fue seguir pedaleando. 


v
De mi antigua vida extraño cada cosa que odié, 
enfrentarme a toda metáfora de tiempo y de muro.

En Cobra no hay nada que odiar.
Los sonidos del bosque son abrazos.
Hay cambios de luz, no fechas, no horas.
Los días soleados podemos estar desnudos,
los días con lluvia también.

Ahora enfrento amar esta nueva vida. 


vi
Comenzaba a salir vapor de la cafetera.
Era martes, amanecía. En el cielo, pocas estrellas
y una luna transparente. 

De no ser por el fin del mundo ese día hubiera trabajado
12 horas en la tienda departamental por un salario que llenaba 
[mi refrigerador de coraje.
12 horas de ordenar y reordenar cajas en una bodega fría y polvosa.
12 horas de órdenes y más órdenes que parecían tener como fin 
[volverme loco.

Carolina entró a la casa y dijo
vámonos, sube a tu bicicleta.
Escuchamos el primer estallido,
el segundo y decenas. 

El fin del mundo
no acaba con el mundo.
Todas las mañanas pienso
la última taza de café que pude haber bebido. 


vii
Nuestro primer día en Cobra fue de exploración. 
Revisamos los contenedores. Estaban vacíos y
un poco oxidados.

Es un buen lugar, pensé. 
Parece seguro, dijo Carolina.

Alrededor, el bosque era verde, olía a tierra húmeda.
Carolina descubrió un cuerpo de agua, 
yo un encendedor entre hojas secas. 

Hoy fuimos a nadar, 
luego encendimos una fogata. 
Frente al fuego, Carolina preguntó: 

¿Y luego, qué sigue?

Pensé:

Esperar. Ahora esperar
es nuestra forma de huir. 
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