Cine suizo: la ficción de ayer y el documental de hoy / Hugo Hernández Valdivia

Festival Internacional de Cine en Guadalajara

 


Hace muchos, muchos años que el cine de ficción suizo no da muchos pretextos para la celebración. Si bien es cierto que algunos realizadores o actores con trayectoria exitosa nacieron ahí (como Jean-Luc Godard o Bruno Ganz), o que participa en coproducciones notables (el año pasado contribuyó a Youth, de Paolo Sorrentino, que además se filmó en los Alpes), habría que regresar bastante en el tiempo para dar con algún largometraje premiado en un festival internacional importante, con excepción tal vez de L’enfant d’en haut (2012), de Ursula Meier, que obtuvo en Berlín el Premio Especial. Pero hubo un tiempo en que el paisaje era diferente: en los años setenta y ochenta del siglo anterior, Alain Tanner y Claude Goretta dieron brillo a la cinematografía de su país y participaron lo mismo en Cannes que en Berlín y Venecia. Para hacerse una idea del pasado del cine suizo es inevitable ocuparse, así sea brevemente, de Tanner y Goretta. Porque el presente está en el documental.

Tanner nació en Ginebra en 1929 y se formó como cineasta en Londres. En 1957 dirigió con Goretta el cortometraje documental Nice Time, que obtuvo el Premio de Cine Experimental en Niza. De regreso en su país comienza a trabajar en la televisión y funda con algunos colegas el Groupe 5, asociación que ayudó a empujar en los sesenta la actividad cinematográfica y que guarda ciertas similitudes con la Nueva Ola francesa. De aquí surge Charles mort ou vif (1969), en la que un joven rompe con su adinerada familia y que obtuvo el Leopardo de Oro en Locarno. Con La salamandra (1971), que parte de un caso de nota roja, concursó en Berlín, festival al que asistiría en más de una ocasión en el futuro. Una década después, A años luz (Les années lumière, 1981) formó parte de la sección oficial de Cannes; de ahí salió con el Gran Premio del Jurado. En la ciudad blanca (Dans la ville blanche, 1983), protagonizada por Bruno Ganz, hace un brillante homenaje a Lisboa y es tal vez su película más conocida (es una de las escasas obras de este cineasta que circularon en nuestro país); compitió por el Oso berlinés y en Francia se embolsó el César a mejor película francófona. Hace más de una década que Tanner está «en silencio»: su película más reciente es Paul s’en va (2004).

Claude Goretta también nació en 1929 en Ginebra y su formación e inicios son similares a los de Tanner. Fue cofundador del Groupe 5 y en 1973 se presentó en la sección oficial de Cannes con La invitación (L’invitation, 1973), que se inspira en una obra teatral de Michel Viala y exhibe los bemoles de un grupo de hombres de mediana edad. En la justa francesa obtuvo el Premio Internacional y el Premio del Jurado. Fue además nominada al Óscar y participó en la terna de mejor película en lengua extranjera. A la Costa Azul regresó años más tarde con La encajera (La dentellière, 1977), que es protagonizada por Isabelle Huppert, recoge las primeras experiencias sexuales de una joven aprendiz de peluquera y se llevó el Premio del Jurado Ecuménico. En 1981 compitió por el Oso de Oro de Berlín con La provincial (La provinciale), que acompaña a una diseñadora que se muda a París, donde encuentra un ambiente hostil.

La mejor cara del cine helvético, decíamos, hoy la ofrece el documental, que goza de apoyos extraordinarios del gobierno. Por su parte, el Festival de Locarno, el más importante de Suiza, ha contribuido a dar visibilidad a propuestas frescas que ventilan las preocupaciones de los jóvenes y no tan jóvenes, quienes tratan asuntos rurales y urbanos, y lo mismo hablan sobre la migración que revisan la Historia. Empujado por un aliento crítico —un hábito que ya manifestaban los cineastas de lengua alemana que cultivaban la no ficción en los años setenta—, da visibilidad a personajes hasta cierto punto marginales que para el espectador extranjero son casi una revelación y para el local comienzan a convertirse en algo habitual. Por aquí circulan, entre otros, inmigrantes, agricultores, minusválidos, artistas, delincuentes y niños. Asimismo se exploran temas delicados, como el papel que jugó la neutral Suiza durante la Segunda Guerra Mundial.

En esta sana tradición habría que inscribir Fotógrafo de guerra (War Photographer, 2001), de Christian Frei, que acompaña a James Nachtwey, quien se ha ganado una buena reputación ejerciendo el oficio del título. La cinta fue nominada al Óscar de la especialidad y circuló por diversos rincones del planeta. En su largo más reciente, Frei hizo una exploración del amor como un padecimiento adolescente en Sleepless in New York (2014). Entre los documentales que también han sido distribuidos fuera del país cabría ubicar Elisabeth Kübler-Ross (2003), de Stefan Haupt, que acompaña a la tanatóloga del título y se acerca a personas que sufren enfermedades crónicas; La mujer con los 5 elefantes (Die Frau mit den 5 Elefanten, 2009), de Vadim Jendreyko, que revisa la biografía de Svetlana Geier, quien sobrevivió en un campo de concentración y llegó a ser una reputada traductora de Dostoyevski; El sonido de los insectos, grabación de una momia (The Sound of Insects: Record of a Mummy, 2009), de Peter Liechti, que inicia con el descubrimiento del cadáver de un suicida y también toma inspiración de una novela de Masahiko Shimada; Cleveland Versus Wall Street (2010), de Jean-Stéphane Bron, que recoge los detalles del juicio que emprendió la ciudad de Cleveland contra una serie de bancos luego de la crisis hipotecaria de 2008. Asimismo cabría incluir dos títulos que formaron parte de la gira de documentales Ambulante: ThuleTuvalu (2014), de Matthias von Gunten, que da cuenta de las consecuencias del calentamiento global en los distantes lugares que une el título; y La rebelión de todos los días (Everyday Rebellion, 2013), de los iraníes Arash y Arman T. Riahi, que va a distintos parajes para mostrar cómo la rebelión es una sana práctica cotidiana.

Al consumo de cine en Suiza las producciones locales contribuyen con una raquítica cifra cercana a cinco por ciento (en 2014, en México, diez por ciento de la taquilla fue generada por el cine nacional, de acuerdo a cifras de Imcine). Es válido pensar que el público no se siente muy identificado con sus películas. Si bien en 2015 tuvo buena presencia en diversos festivales, la producción helvética juega un rol marginal no sólo en el mercado local sino en el europeo. No obstante, no sería raro que en el futuro cercano las cosas cambiaran, pues los jóvenes cineastas, que recogen lo mejor de diversas tradiciones (en particular del cine francés y del alemán), así como las cintas realizadas en coproducción, gozan cada vez de mayor promoción y se percibe un interés creciente del público. Este escenario es más alentador en el documental, no está de más anotar, si bien sus aportes a la taquilla no son precisamente espectaculares.

Comparte este texto: