Cincuenta años de Lhasa de Sela (1972-2010)

Alfredo Sánchez Gutiérrez

(Ciudad de México, 1956). Autor de La música de acá. Crónicas de la Guadalajara que suena (Universidad de Guadalajara, 2018).

Me acerco al fuego

Que todo lo quema

La luz de tu cara

«La luz de tu cuerpo»

Apenas treinta y siete años duró Lhasa de Sela en este mundo. Del 27 de septiembre de 1972 al día en el que comenzaba 2010. Habría cumplido cincuenta en 2022, pero un cáncer de mama fue la causa de su muerte temprana. Tres discos, distanciados entre sí, alcanzó a grabar en ese corto tiempo: La Llorona (1997), The Living Road (2003) y Lhasa (2009). Una anomalía, tomando en cuenta que el primero vendió varios cientos de miles de copias y ello podría haberla presionado, vía las disqueras de entonces, para publicar con más continuidad. Pero no tenía prisa: cada disco requería dedicación, calma y viajes, cambios de atmósferas y paisajes. Introspección y nuevas experiencias. A pesar de que su vida nómada estuvo marcada por el movimiento y la prisa, ella prefería tomarse su tiempo con la música.

I’ll put my foot
On the living road
And be carried from here
To the heart of the world

Su nombre era el mismo de la capital del Tíbet. Su vida fue una búsqueda errante, definida en buena medida por una familia hippie con la que desde niña viajaba a través de Estados Unidos, México y Canadá en un camión escolar adaptado como casa, sin televisión ni energía eléctrica ni teléfono. Era la menor de cuatro hermanas y la familia se entretenía haciendo espectáculos de teatro y circo que presentaba a la manera gitana, de lugar en lugar. Finalmente se establecieron en Canadá. Sus hermanas estudiaban en una escuela circense y Lhasa actuaba de payaso. Cuando decidió hacer su propia música, cantó en cafés ruidosos de Montreal donde no todos le ponían atención. No se enojaba, cerraba los ojos y poco a poco lograba que la escucharan por gusto, por placer, por interés.  Grabó su primer disco, con el que tuvo éxito notable, pero antes de capitalizarlo del todo decidió mudarse a Francia y alcanzar a sus hermanas viajeras en su circo ambulante. Un espíritu libre, si pudiéramos definirlo así, una artista sin ataduras que nació en Big Indian, Woodstock, en el estado de Nueva York, de padre mexicano —Álex Sela, historiador, escritor y profesor de español— y madre estadounidense —Alexandra Karam, fotógrafa y acriz.

Sur la marée haute,
Je suis monté.
La tête est pleine,
Mais le coeur n’a pas assez.

¿Por qué importa una carrera como la suya, de tan sólo diecisiete años, tres discos grabados, treinta y cinco canciones? Se supone que una carrera musical se construye lentamente, con muchos discos que se van acumulando y que, poco a poco, van definiendo la personalidad del autor. En el mejor de los casos va mejorando con cada producción. Pero ésa no fue la historia de Lhasa, quien desde la primera mostró un sello personal, intransferible. ¿Cómo ocurre un milagro como el de ella, que por supuesto no fue el típico one hit wonder?

Fred Goodman, editor y periodista de la revista Rolling Stone, también se lo preguntó. Supo de Lhasa cuando ella ya había muerto. Como muchos norteamericanos, casualmente la escuchó en un programa de radio. Quedó fascinado y propuso un libro a la colección Music Matters, de la Universidad de Texas. Al principio lo rechazaron: ¿quién es ésa, quién la conoce? La trayectoria de Lhasa se había desarrollado tan sólo en la región francesa de Canadá, y por extensión la reconocían en algunos lugares de Europa. Pero Fred insistió y su entusiasmo tuvo frutos. El libro, finalmente publicado, se llama Why Lhasa de Sela Matters: «Ella era fascinante y ambiciosa, musicalmente sofisticada y emocionalmente intensa: la suya era la música pop más inteligente que yo había escuchado en mucho tiempo, y eso es lo que quería poner de manifiesto con el libro… Muchos de los fanáticos de Lhasa pensaban en ella como una especie de duendecillo musical. Pero de hecho era una persona muy compleja, con muchas facetas: Lhasa era excepcionalmente brillante e infinitamente curiosa, podía ser divertida y extrovertida, la persona que hacía reír a todos. Pero también estaba llena de profundas dudas, proclive a estados de ánimo oscuros. Y, como artista, buscó explorar y expresar esas diferentes partes a través de la escritura y la música».

Now that my heart is open
It can’t be closed or broken
Love came here and never left

En su primer disco había una inspiración mexicana desde el título, La Llorona; canciones en español y referencias a la música ranchera, pero llevada más lejos. Tuvo éxito y se volvió una celebridad; modesta, es cierto, pues si bien vendió muchas copias y en Quebec le dieron galardones prestigiosos —los premios Félix y Juno—, Lhasa de Sela nunca fue una artista masiva de las que salen en televisión o en revistas de chismes. Tampoco era de aquellas a quienes —¡qué tiempos!— ponían en la radio.

Su segundo disco, compuesto en Francia y grabado en Montreal, introdujo algunos cambios: las canciones ahora eran en sus tres idiomas. Con The Living Road realizó conciertos en muchos países y recibió amplio reconocimiento, si bien no vendió tantas copias como con el primero.

El tercero, bautizado simplemente con su nombre, tuvo una producción más sencilla, menos músicos tocando en vivo en el estudio de grabación, pero la misma atmosférica intensidad. Las canciones son en inglés, su lengua natal. Poco después de grabarlo le diagnosticaron el cáncer que la habría de matar.

Llorando
de cara a la pared
se apaga la ciudad
Llorando
Y no hay más
muero quizás
¿Adónde estás?

Aquellos tres discos fueron suficientes para permitirle a Lhasa dejar una huella en el mundo musical, con sus formas inusuales, su aire melancólico, tristón e intenso, aquella voz peculiar que a veces entonaba en español, otras en inglés o en francés. La elección de lenguas era resultado de sus múltiples orígenes, el del padre mexicano, el de la madre norteamericana y el de su vida en el francófono Montreal. «Yo no soy quien decide en qué idioma voy a cantar una canción, lo mismo que una madre no decide si va a tener un niño o una niña. Son las propias canciones las que antes de nacer ya saben cuál es su idioma», decía. Su estilo ecléctico incluía instrumentaciones un tanto insólitas —marimba, oud, acordeón, contrabajo, clarinete, guitarra eléctrica, violín, percusiones caseras, piano eléctrico, trompeta— y combinaciones de géneros —blues, ranchera, klezmer, gospel, chanson francesa, folks diversos—. Y a pesar de esas referencias específicas, la suya no se parecía a esas músicas, tenía algo distinto.

Desde que no hay maldad
Todo el mundo se ríe
De mi ansiedad
Yo lo llamo «poesía»
Le dicen «vanidad»

Dos chilenos fueron desde temprano inspiradores para Lhasa. En casa se escuchaba a Violeta Parra, la intensa artista multifacética que murió por mano propia luego de una serie de circunstancias que la llevaron a esa decisión fatal. También aparecían ahí las canciones de Víctor Jara, asesinado por los militares de la dictadura pinochetista. Leí que entre los proyectos que Lhasa dejó pendientes estaba un disco con canciones de ambos. Sin saberlo, Lhasa de Sela se unió con su muerte prematura al sino trágico de aquellos a quienes admiró.

Llegarás mañana
Para el fin del mundo
O el año nuevo
El puerto se llena
De barcos de guerra
Y una lluvia fina
De cenizas cae
Salgo a encontrarte en mi traje
Mi traje de tierra.
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