(Madrid, 1954). Autora de varios títulos, entre ellos Puntos de luz en la noche (Ménades, 2019).
I. Acaban de llegar a su destino, avanza la mañana. Mientras se aleja el barco que los trajo a la isla, ella descubre un sitio delicioso para comer junto al mar. Él asiente. Tienen joven el hambre y el amor. En las copas rebosa un vino tan dorado y brillante como el cabello de la chica, que se junta con los rizos oscuros de él en cada beso. Flotan aves marinas junto al acantilado, se mecen en las corrientes cálidas del mediodía. Él acerca su mano al cuello firme de su amada y acaricia con un dedo el medallón, donde dos olas de nácar y de ébano se acoplan en un círculo. Un leve punto del color contrario en cada una hace más perfecto el dibujo. Sonríe, la mira recibir en su lengua pequeña y juguetona el cuerpo aún vivo de los caracoles. Tienen sabor a algas, mar y sal. Le gusta verla comer, comer con ella. Quiere verla saciada, saciarse de su dicha él mismo.
II. En el íntimo cuarto alquilado, se enredan en la tarde. Duermen y se despiertan, se vuelven a buscar. Pierden límites, entran uno en el otro, crean la rueda donde se borra en espiral quien era cada quién.
Salen a respirar el aire leve de las últimas horas, la suavidad de los colores antes de la noche. Caminan su placer por la orilla. El agua fresca es una tentación, la luz invita. Se sumergen de la mano, nadan en el inicio de la oscuridad, se acoplan en las olas que la brisa levanta, suaves en un principio, pero que van creciendo con el viento entre chillidos de gaviotas, sin que ellos lo noten, hasta que les abrazan en su torbellino y les arrastran hacia las zonas más profundas donde lamen sus cuerpos y los deshacen, mezclados con algas y con sal.
III. Como un espejo el mar en calma refleja en el amanecer el primer sol, que contemplan inmóviles, pájaros de la orilla. Los caracoles estiran perezosos sus cuerpos como lenguas en las pequeñas pozas que deja la marea. Se sumergen en el agua que trae su alimento con las olas más suaves. Toman las diminutas algas y construyen las espirales de sus conchas con restos de lo que fueron alguna vez escamas, huesos, piel, espinas