Cenizas / Stephanie Ortiz

Preparatoria 12 / 2012B

Habito en un hotel con veintinueve acompañantes. Dormimos parados, de cabeza. Siempre comprimidos; en un momento nuestra vida es cruel.

Así son los humanos, sin más toman su encendedor, nos aprietan con sus labios, de los pies y nos incendian las mechas del cabello, es una muerte lenta.

No me imagino sentir cómo se va convirtiendo mi cuerpecillo en humo y luego en ceniza.

Afortunadamente, habito en el hotel Benson, ni compararme con aquellos chicos hospedados en el Delicados. Dios mío, no soportaría ese olor a cartón todo el tiempo.

Por lo menos, aquí el ambiente sabe a menta.

Me ha tocado compartirlo con veinte camaradas y nueve damas, desgraciadamente todas feas.

Son las siete de la mañana  (eso fue lo que escuché).

¡Oh no! Ya bien lo decía. Aquí vienen esos dedos larguchos (por favor, por favor que no sea yo… a mí no, hoy no…)

Sacan a uno de la orilla, yo estoy en medio. ¡Qué suerte! Pobre bato, aún puedo recordar lo último que dijo: “¡Mamá!”

Qué feo, su señora no ha parado de llorar, y para variar está a mi lado. Derrama tabaco sin cesar. Escucho el barullo de los demás, ya tenemos un poco más de espacio, puedo estirar mis brazos. Todos están tensos. No sabemos exactamente  quién será el próximo. Sólo espero no ser yo.

Creo que el hotel ha sufrido un pequeño accidente. Una de las chicas se ha descalabrado. Fue como si el imbécil se hubiera sentado en nuestra casita. Ahora ella se desangra y no podemos hacer nada, no hay espacio para poder curarla o siquiera ver quién es. Es como si vivieras con  alguien sin conocerlo, hablan y tú escuchas, pero no sabes quién es, de quién son las palabras, lo único que tenemos en común  son esos deseos morir.

Aquí viene de nuevo, oh-oh.

Siento un ligero cosquilleo en mis pies, pero no me dan risa, me asusta, estoy frustrado. Mi piel está helada y mi sangre hierve con furia.

Ohhh… todo pasó, esta vez eligió a un anciano, y además sacó a la accidentada. Sólo que dejó uno de sus brazos. Qué miedo. Ahora hay más espacio, pero permanece la ausencia de quienes se han ido.

Han pasado tres días y con ellos once muertos. Esto me desespera, empiezo a quedarme solo. Esto es una masacre, estoy cansado, mis ojos se cierran, no quiero dormir, podría morir. Zzzzzz…

Ahhh… ¿Qué? ¿Qué paso? ¿Estoy soñando? ¿Por qué todo está en color blanco? ¿Qué? ¿Por qué? ¿Ya morí? ¡No, no puedo morir así! Después de mil preguntas.

Pude comprender que estaba solo. Todos habían muerto. Y obviamente era mi turno. Estrellaba mi cabeza contra la bardita, una, dos… no sé cuantas veces lo hice.

Resonaba el eco de mi voz. Se abrió la entrada, me tomó de las pantorrillas blanquecinas con lentitud. Escuché ese prtch!, prtch!… y cerré los ojos, los apreté mucho mucho, tenía miedo. Sentí una presión en los pies, abrí los ojos, estaba a una gran altura. Llegó la hora, se acercó esa arma a mi mechón. Volvió el prtch, sentí ese calorcito tan acogedor, y a la vez mi cuerpo era absorbido por esos fríos labios, me ahogué en placer. Jamás había sentido esto. Me convertí en un remolino dentro de la cueva de su boca. Mi cuerpo se hacía ceniza. Una tras otra, hasta que llegó el final. Me sorbió por completo y me echó de un soplido, me convertí en aire, en aire puro que él respirará por siempre. Arrojó mi cadáver. Mi venganza será dulce, el me mató, pero también lo mataré. En agradecimiento, claro, para que sienta el mismo placer que yo sentí.

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