Cartas leves, intactas.
Se acumulan asépticas
en los puños cerrados.
Nadie vio que dormían.
Nadie supo leerlas.
Ahora son como préstamos.
Ahora son como bártulos
en estanques abiertos.
Ahora el ser, ¿quién lo escribe?
¿Quién construye las fábulas
con maderas de espejo?
¿Quién zambulle las líneas
de azucenas profundas?
¿Quién promete linternas
e improvisa estaciones?
¿Quién transcribe los céfiros?
¿Quién sorprende a la nada?
¿Quién serpea los mundos
y enarbola quimeras?
¿Quién reúne a los místicos
y descalza los sobres
y enamora las dudas?
¿Quién arrulla los párrafos?
Cartas vagas, tozudas.
Hoy palabras sintéticas.
Nunca más serán voces.
Nadie supo leerlas.
Nadie supo verterlas
—versos, pájaros, vórtices—
en mitad de los labios.