Caos

Brandon Martínez Medina

(Tala, Jalisco, 2002). Estudiante de la Preparatoria Regional de Tala. Este ensayo ganó el concurso en la categoría Luvina Joven.

El caos suele definirse o pensarse como la falta de orden, lo impredecible, lo errático, todo aquello que sea confuso o, incluso, en un sentido mitológico, lo existente antes de la existencia misma. Pero ¿hasta qué punto es esto cierto?

A lo largo de la historia, el caos se ha presentado como algo negativo, ya que constituye una dualidad con el orden, que socialmente es visto como algo positivo, algo bueno. Sin embargo, el caos no es solamente infame desorden, sino que es una forma de inquirir en la naturaleza y cómo ésta se maneja.

En la década de los ochenta, las palabras caos y teoría muy difícilmente se veían juntas; esto cambió cuando James Gleick, en 1987, publica su libro Caos, la creación de una ciencia, donde muestra un método para ver orden donde antes sólo se veía irregularidad, anomalías, fenómenos inconstantes e inconsistencias, es decir, caos. Esto sirvió como base para analizar desde las variaciones del ritmo cardiaco hasta cosas como el conjunto de Mandelbrot.

Dejando de lado ese punto de vista técnico, que no hace que la irregularidad del caos sea menos cautivadora y que permite comprender las cosas de una forma más parecida a una regla general, pasamos a contemplar el caos en lugares más sencillos, peculiares y, sobre todo, agradables para los sentidos de cualquier persona.

El caos lo podemos encontrar en un fenómeno meteorológico que incita a muchos —incluyéndome— a un estado de relajación, serenidad e inspiración, incluso llevándolos a la ataraxia más plena, en la que la mente trabaja mejor y crea las mejores ideas, inundándose de algo ininteligible para otros, sólo comprendido por cada individuo (como en este mismo instante me sucede, cuando mis manos se mueven solas y mi conciencia sólo examina las palabras con las que voy componiendo este escrito).

La inconstancia de la caída de las gotas de lluvia es algo que sosiega todos los sentidos, empezando por la vista, al mirar cómo caen las gotas y van cambiando ligeramente el color del suelo, para, pasados algunos minutos, admirar los caminos de agua por las calles. También puede excitar nuestro oído, con el sonido que las gotas producen al toparse con cualquier superficie en su viaje conducido por la gravedad, y la melodía que componen estos irregulares sonidos, que ocurren de forma intermitente, es una de las mejores; debes sentirte afortunado, porque en ningún otro lugar del mundo, ni en ningún otro tiempo, se podrá escuchar esa bella música que las nubes compusieron para ti. Existen personas que, además de satisfacerse con este regalo material del cielo, pueden permitirse sentir las gotas, esos pequeños golpecitos por todo el cuerpo; sin duda son una de las mejores sensaciones. Incluso hay quienes pueden saborearlas. Lamentablemente, ninguna de estas dos experiencias me puedo permitir, porque soy muy enfermizo. Al cesar la lluvia, asoma tu cabeza por la ventana y deleita tu olfato con uno de los mejores olores que vas a experimentar en tu vida; el aroma que emana de la tierra mojada, me atrevo a afirmar, es de las mejores fragancias que he advertido con mi nariz griega, un aroma simple pero difícilmente mejorable.

Toda esta irregularidad, toda esta inconstancia, toda esta anormalidad, todo este caos que hace que experimentemos tan agradables sensaciones es una prueba sencilla —que toda persona que alguna vez se haya topado con la lluvia puede confirmar y aseverar, de lo contrario estaría mintiendo— de lo virtuoso que es el caos —ya sea en este sentido sensitivo, en uno más estético o incluso en un sentido práctico.

El caos puede manifestarse en problemas cotidianos, dentro del hogar, verbigracia, un grifo que gotea; a pesar de que puede ser una gran molestia, si ocurre en repetidas ocasiones o por un largo rato, eso no quita lo interesante que es su caos.

Esto requiere un poco de paciencia. Lo asombroso de este pequeño evento es algo que vale la pena experimentar por ti mismo. Estoy en posición de asegurarte que será significativamente mejor que la imagen mental que mis palabras te brinden.

El caos en un grifo que gotea se presenta luego de unos minutos, pues al inicio aparecerá un goteo constante e insípido; sin embargo, si continúas observando, y lo haces con detenimiento y vehemencia, puedes llegar a percatarte de que ese goteo ya no consiste en una sola gota, sino que en un mismo momento se desplomarán hacia la superficie del lavabo dos pequeñas gotas de agua; esto todavía no llega al caos, es necesario continuar observando ese goteo aún constante para que, llegado un punto, admires lo errático que es ese fluir acuoso que nunca podrá repetirse con las mismas características, es decir, con el mismo número de gotas, su mismo tamaño y la secuencia con que caen. Estas propiedades en conjunto no podrán verse más en ningún otro goteo de este grifo, ni, tal vez, en el goteo de ningún otro grifo.

Lo anterior nos muestra que las cosas formadas por el caos son únicas, irrepetibles, singulares y, por lo tanto, exclusivas de un momento. Esta cualidad de las cosas formadas por y en el caos es otra de las razones por las que el caos me parece algo tan fascinante.

En un terreno más existencial, pienso que el caos es una buena manera de explicar el todo, de cualquier forma que este concepto sea concebido: ya sea en el sentido técnico, o en ese especial sentido espontáneo y errático que sólo puede poseer algo sublime como el caos. Existen eventos y fenómenos que parecen no tener explicación, desde cosas pequeñas hasta acontecimientos de magnitudes astronómicas, como la formación de planetas o incluso galaxias que, a partir de las reglas conocidas, no deberían existir, ni siquiera haberse formado y mucho menos continuar siendo.

En todos esos casos que no pueden ser comprendidos por las reglas y las leyes conocidas es donde entra el caos, que no solamente puede darle sentido a estas extrañezas de la existencia, sino también a la existencia misma.

Me veo en la necesidad de expresar el agobio que me genera la existencia, y mucho más el motivo o sentido de ésta, ya que en muchas ocasiones parece no tenerlo. Estamos acostumbrados a simplemente vivir, a no cuestionar la razón de nuestra existencia para que no sea más complicada de lo que ya es per se; sin embargo, tras decenas de horas haciéndome la misma pregunta —«¿Para qué estoy vivo?»—, creo que he encontrado en el caos una respuesta convincente, al menos para mí. En un universo que se mueve por leyes, que existe siguiendo razones perdurables, una pequeña vida, que no constituye ni el más mínimo porcentaje de aquél, carece totalmente de sentido, ya que en ese universo algo que no tiene una razón de ser es absurdo, incongruente e incomprensible; en caso contrario, un universo que se mueve a partir de las leyes del caos, no necesita una razón para existir; en ese universo todo evento es diferente de cualquier otro, toda existencia, por más pequeña que sea, es válida por el simple hecho de existir y ser diferente al resto de la existencia.

El caos está en todos los lugares del universo, desde galaxias cuya formación no debería haber ocurrido, hasta algo tan simple como un grifo que gotea; por eso, desde hace tiempo considero al caos algo fascinante, aterrador y hermoso, pues a pesar de las connotaciones que pueda tener, parece ser lo único que le da sentido a la existencia.

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