Bienvenidos a Marina d’Or, ciudad de vacaciones / Jorge Carrión

Uno
   «Averías: rogamos nos indique, en el reverso, las reparaciones a efectuar». Del mismo tamaño que el cartelito de «No molestar», me sorprende el de «Averías»: es la primera vez que me alojo en un hotel donde prevén de esta manera la llegada de accidentes. En mi habitación (cuatro estrellas) hay dos cuadros abstractos, dos lámparas de pie, un escritorio, un sofá, un televisor Grundig gigantesco y una terraza desde donde se puede contemplar el hotel balneario cinco estrellas y el parque de atracciones (enfrente), la avenida luminotécnica y el mar (a la izquierda) y la desolada sierra de Castellón, separada de Marina d’Or por la carretera y por las grúas (a la derecha).

Dos
    Iker, en el gran pabellón de maquetas que es Marina d’Or Golf, trata de venderme un apartamento. Me imprime una memoria de calidades (desde las características de la estructura y el hormigón hasta la lista de electrodomésticos). Me lanza algunas cifras aproximadas (un apartamento de 60 metros cuadrados cuesta lo mismo que una vivienda definitiva de 80 en el centro de Mataró). Le digo que me preocupa la seguridad: «Siempre hay coches de policía, o de la Guardia Civil, además de la seguridad privada. Aquí la gente tiene que estar tranquila», sonríe. «De eso se trata».

Tres
    Al anochecer, la avenida de Marina d’Or Ciudad de Vacaciones se convierte en una calle de fallas eléctricas: arcos que se concatenan desde el mar hasta exactamente ninguna parte. Porque al final de la avenida prosigue la construcción, y aunque queden cerca el hotel Gran Duque y la carpa donde se promociona Marina d’Or Golf, ahí, después del centro comercial Marina d’Or Beach, no hay absolutamente nada más que una promesa de que algo habrá.
Cuatro
    Marina d’Or Golf es un proyecto megalómano con pistas alpinas de esquí, un hotel acuario con tiburones, la torre Eiffel, la estatua de la Libertad y varias decenas de reproducciones a escala de atracciones turísticas globales. Cada pieza del puzzle imita la imitación, sin ironía; con la intención de serializar y de exportar, como typical spanish, algo que individualmente es mera copia, pero que en su conjunto se puede ver como el pack de vacaciones paradigmático de la globalización. Se anulan las distancias. Se anula el sentido más importante del viaje (la vista) en favor de los sentidos más importantes de las vacaciones (el tacto y el paladar). Sólo el ladrillo es español.

Cinco
    Un nombre: Jesús Ger (self made man, prototipo de constructor español de pasado humilde y presente multimillonario). Una fecha: el Grupo Marina d’Or se constituyó en 1983, y desde entonces no ha parado de construir. Un dato económico: Marina d’Or tuvo 108 millones de beneficio en 2005. Un dato logístico: más de cien oficinas en España y en el extranjero (París, Londres, Marruecos, China y un largo etcétera, en multiplicación exponencial).

Seis
    Los 300 jubilados que anoche estaban en el baile, siguiendo el ritmo de la conga, subiendo o bajando las manos cuando el animador las subía o las bajaba, o emparejándose en pasodobles cuando el organillo así lo ordenaba, ahora se me quejan (no todos, claro, hablo sólo con José Antonio, que se está comprando una postal del balneario) de que la entrada al Mayor Balneario de Agua Marina de Europa no estaba incluida en el viaje organizado y que es muy cara (entre una cosa y la otra, unos treinta euros). Sólo algunos finalmente entran y siguen el circuito en el tiempo (baños árabes, romanos, turcos…) y en el espacio (duchas suecas y, sobre todo, el mismísimo Mar Muerto: con el puntito de sal que hace que flotes y lo notes diferente pero sin llegar a escocer en los ojos; con diez duchas a la salida del mar, para que no tengas que hacer cola —en el original sólo hay dos—, y sobre todo sin la necesidad de ir a un país con terroristas).

Siete
    El rubio está aquí tanto en el propio nombre como en el topónimo que lo acoge: «Oropesa». El peso del oro: la especulación: lo inmaterial, que es precisamente lo que está en venta. El oropel (latón adelgazado que simula ser oro) está por doquier: los grandes medallones dorados que decoran restaurantes; la publicidad que ha invadido España y espera colonizar el mundo; el papel pintado de mármol de las columnas del Balneario Científico Más Grande de Europa; la «playa de césped», bajo la cual hay un hormigón que (toc-toc) suena a hueco.

Ocho
    En los Jardines Marina d’Or, donde el estilo de Gaudí convive con el de Mariscal y con los clásicos grecolatinos, descubro un rincón alucinante: ¡el nacimiento de Venus está representado en forma de estatua, mientras que Eolo sopla al fondo, en relieve de una montaña de cartón-piedra! Botticelli deconstruido. Como para entrar en el jardín no hay que pagar, los 300 jubilados pasean por aquí o juegan a cartas ajenos a las estrategias del kitsch pasado por Derrida.

Nueve
    Iker me cuenta que en un par de años Marina d’Or tendrá capacidad para 100 mil personas. Mataró, el Camp Nou. Entre una ciudad de verdad y un estadio de fútbol: entre la vida de pueblo y la vida provisional de todo espectáculo.

Diez
    El parque de atracciones parece quince años más viejo de lo que es en realidad. El televisor de mi habitación está descatalogado en Grundig. Hasta las maquetas de los hoteles internacionales y de los restaurantes inverosímiles del «mayor campo de golf de Europa» son anacrónicas (la nieve de Moscú, el palacio de patinaje sobre hielo, está hecha con algodón).

Once
    Un balneario de aguas termales tiene sentido: ¿lo tiene un balneario de aguas calentadas? Como me dijo una pareja veinteañera en una de las piscinas circulares de burbujas: «No te hagas tantas preguntas y disfruta, hombre, que aquí estamos para disfrutar, intenta que el chorrito te dé en el medio de la espalda y verás qué gustito».

Doce
Estoy a punto de irme de Marina d’Or Ciudad de Vacaciones. Reviso la habitación para no olvidarme nada. Se ha caído un rodapié del balcón; se ha despegado el plástico de la bañera de hidromasaje; el grifo de la ducha sueca no funciona en una de sus funciones. Lo anoto todo. Desde el taxi que me lleva a la estación, veo a los 300 jubilados que esperan su autocar en la puerta del hotel de tres estrellas. Bajo 300 brazos veo otras tantas carpetas de información sobre apartamentos. Nadie piensa comprar (me lo confesó José Antonio), pero esos dossiers tan bonitos y tan bien encuadernados, a todo color, si hacías ver que te interesabas en la compra, te los daban gratis.

 

 

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