bicentenario / Feli Dávalos

     Con la faltada apuesta a que presidenciable Vasco Aguirre,
     esterilizado nos curara este par de siglos teporochos,
     respirados entre gases —en el culo pican, depilados—,
     en el drenaje que cimienta la infraestructura gobernante
     de nuestra neurosis paranoica, transgénica y biliosa,
     por abstraernos en el metro, vivir sin gusto o convicciones,
     negarles mundo a los que heredan el futuro
     sin arriesgarnos más que por hacer escándalo;
     es que hemos llevado a cabo sin reservas
     esta autodestrucción masiva y misionera.
    
     Lastima el ritmo, sencillamente, la inercia de este
     tumor de arterias moradas en monografía juarista
     porque tampoco puede el ejército de cargos públicos
     fugarse del hoyo negro tan cómodo y bellaco —ni querrían—
     desde el cual se automedican una educación sonámbula
     sin cuatro estaciones que religuen a lo de antes,
     con nuestra verdad de cheque en blanco o rebotado,
     nuestro terror de frailes desaforados pederastas;
    
     que no se seca el río de sangre humana y coreográfica,
     remedo a cuentagotas de esta geografía de traumas
     con la justicia de héroe épico caduca —Pepe el Toro
     es nuestro Ulises y aún se retuerce
     en el Panteón Jardín, que denunciar no sirve—:
    
     ladridos acérrimos como de pomerania doctorada
     dictan sentencia en las diferentes cámaras que rigen
     los diferentes simulacros de consenso, cual banquete
     para una french poodle de campaña en El Palacio
     con ríos de compas en chambitas luciendo lomos
     hipotecados, por arrebatar las migas, pena capital,
     corporativa y sin juicio, para los que intuyen pero callan;
     lo vemos cada día, narcotizados recorriéndolas,
     a estas calles como ríos de ácido lisérgico:
    
     un rumbo extraviado por guardar de fe resabios
     en celdas coloniales que desangraron los mitos
     que por derecho a piso irrigaban la sustancia
     eufónica del flujo por el cual habrían de resbalarse
     sindicalizados pulpos futuristas que odiarían
     solventar esta mentira solapada y presupuesta
     como tapatío católico a la Trevi cuando todavía
     no la empachaban, en su esplendor más noventero,
     con un morbo dogmático de satanización criolla
     —como priísmo soberano, en forma al menos,
     que aún vivimos negando en flacas posadas
     una vez que hemos bebido mucho ponche
     y nos sentamos aplastando el aguinaldo vago
     que escondemos en el más conservador de los bolsillos
     traseros, receta popular, demasiado poco suave,
     como un aviso oportuno de esta patria de quincena—;
    
     con nuestra lluvia como de ranas, de fauna callejera
     y nuestro reptante auspicio de pensamientos homicidas,
     con infomerciales a esta hora de la madrugada que adelanté
     por no perderme en el canal del congreso el vaudeville
     narcotraficante de ráfagas perdidas, halcón partidista
     anterior en la planicie, como Pedro,
     cepillando el páramo, regateando con los zombis.
     
     ¿Qué sucede que todos las transitan y nadie las conoce,
     a estas autopistas como sistema circulatorio del pillaje?
    
     ¿Cuáles son los nombres francos de su majestad divisa
     y de la férrea y crónica carnicería guarura
     que en gatuperio cómplices patrullan las distancias
     que con dolo actuario determinaron esta hilarante
     realidad poco velada y criminal, puesta en coma,
     trasegada —que nos rebasa categórica—
     con parodia periodística de medicina alópata?
    
     Nos adherimos como sticker a un genocidio colombino
     y lo comprobamos en esquinas de comedia bolivariana
     en las que pútridos colchones nutren y guarecen
     el calor de la miseria: habría que demandarlos,
      a los limosneros por dañarnos la moral
     si no sé en dónde me dijeron que una cumbia,
     bien bailada, salvaguarda huesos e influencias
     en federales barbitúricos y locales, sin entender
     que la humillación es pura y materna como baba,
     condena clásica de abuso inmaculado, diagnosis
     en el corazón de todo esto como de una
     enfermedad degenerativa, de ésas que sólo
     estudian los teóricos más aguerridos
     de la conspiración en turno sospechada.
    
     Olvidamos que el rojo que se pasan en los altos
     los coches con seguro que en la peda son baleados
     —y luego cava el pecho
     la bala imanada y ves la muerte
     aunque los paramédicos te resuciten seculares—,
     es igual a un frasco inventariado que en formol conserva
     tejidos de vaginas de generaciones de malinches
     anónimas y diplomáticas —como tickis—
     y eso no es todo pero cuánto no parece
     que revela como astróloga estrenando casa
     en vísperas electorales de sexenio desvirgado:
    
     resignarse al nacionalismo de la madre Televisa,
     sea 2012 o Sudáfrica, nota roja o el divo de Juárez;
     aparición salinista en borrachera guadalupana
     patrocinada a la distancia por trasnacionales asépticas
     y los mantos de estrellas que cubren nuestros cultos
     y los cultos de nuestros abuelos que miden los caminos,
     patentados por un chino, seguramente endeudado.
     Mejor hazme una biopsia, sociópata de talkshow,
     que prescriba el reparto de bienes esclavista
     en cantinas, universidades, coladeras, zócalos
     sin tapar tanta evidencia perita en fraudes
     que grita a cada hora en las floridas guerras nuevas
     este exterminio fulminante de mexicateahuis apocados
    
     que a la viscosidad del fango alucinante de los cargos
     que viste mojigata y barbera a los abismos
     —que nos dieron cuna y estampa de valores—,
     entre cuánto meneo no la hemos ensuciado:
     como alberca de olas orinada por costumbre,
     como una estrella porno haciendo cola
     a las diez de la mañana en la tortillería.
    
     Porque la Maestra al fondo aún posa para mi retrato
     demasiado priápico que interpretar pretende
     ingenuamente la mierda fascista y mojigata
     como cabeza cortada en Tijuana Makes Me Happy
     sin un Manu Chao que convierta de por medio
     a la banda en la doctrina de pintarle dedo
     a los que ostentan el poder con esa audacia
     de adicto a la piedra en un ocaso ñero.
    
     Y sólo faltan quince minutos para que dé inicio
     la rueda de prensa con la que habrá de inaugurarse,
     formalmente, la hora inaplazable
     del último juicio
     y en ella
    
     por mi raza hablará el espíritu
     chocarrero
     sin nicotina que apacigüe
         la intensidad del futbol.

 

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