Avenida Mike Tyson y Bulevar Julio César Chávez: por una nueva psicogeografía metropolitana metarrealista.
«OK», le digo a mi amigo al otro lado de la línea en Tijuana, mientras apunta las direcciones para llegar a cenar a The Gutter (La Alcantarilla), en el Boliche de Mr. T, uno de mis lugares favoritos de Los Ángeles, «te vas en la 805 por 28, luego cambias a la 5 por 105, luego a la 110 por 3 y luego te sales en la avenida 52 a la derecha para llegar al 5621 North Figueroa. No olvides echarle ojo a los murales de la entrada». «5621 y medio, ¿así, y medio medio?», me pregunta. «Sí, ya ves». Los Ángeles es la ciudad de números: medios números, números en tres cuartos, y números largos también. 323, 213, 310. Los cientos de miles que hizo la película # 1 de la semana del 04-12-11, Avenida 53, Calle 153, La 3a Oeste, tu # de seguridad social nuevecito, y tu # de lugar de estacionamiento anónimo en algún centro comercial gigante. Prop. 187, números de tu odómetro, números de código penal, números que limitan tus horas de estacionamiento, números de rutas de autobús, números que avanzan y avanzan hasta las arenas del desierto. Para vivir y navegar a través de su red, hasta los deficientes matemáticos deben tener una vaga noción de cálculo. Si Los Ángeles es un estado-policiaco, su fascismo está encarnado en la numeración infinita de todo y cualquier cosa. Algunas de las cosas sorprendentes de Los Ángeles en ningún orden numérico particular:
1.— La primera vez que fui a Los Ángeles tenía 13 años. Para mi gran gustodescubrí una avenida llamada César Chávez, y pensé que la habían nombrado así por el boxeador, Julio César Chávez. Él y Mike Tyson eran mis boxeadores favoritos.Losobservaba con fascinación, sentada en el brazo del sillón de mi abuela, mientras sumergía mi meñique en su tequilita. Recuerdo pensar que la suma que le pagaban a Mike era estratosférica. La escuché un día en la radio, mientras mi madre navegaba el periférico chilango. Hasta me acuerdo dónde estaba exactamente: sentada en el tráfico entre la salida de San Antonio y la de Barranca del Muerto. Mientras otras preadolescentes se la pasaban soñando con Luis Miguel o Jason Priestley, de la serie «Béberli Jils noventa doscientos diez» (con sus números angelinos), afuera del ring y en el anillo de la Ciudad de México mi corazón chiflaba por Tyson. Recuerdo imaginar qué tal sería estar casada con él, dando vueltas por el mundo con todo su dinero, su sonrisa dorada y sus bíceps gigantes. Esto fue antes de cárceles y orejas mordidas, claro. Lo único que me importaba era que Mike se veía guapísimo y aún más en el ring, y que amasaba fortunas por segundo. Pero cuando descubrí que Julio César Chávez tenía una calle nombrada en su honor, ¡qué impresión! La pelea por mi corazón la estaba ganando jc. Digo, ¿todo un amplio bulevar con su nombre, y en una de las ciudades más grandes del mundo? Eso es sexy. Según yo, tenía perfecto sentido que nombraran una calle en su honor, ya que Los Ángeles tiene una población hispanoparlante grande. Mi mente sobreexcitada de adolescente hacía todas las conclusiones lógicas y necesarias. Si existe una carretera en memoria de Sonny Bono, y una Chevy Chase Drive, ¿por quéno un Bulevar (Julio) César Chávez? Años después, ya en la universidad, finalmente entendí que 2 y 2 son 4 y no 22: aprendí todo acerca del Moviemiento del ufw[1], entendí que Julio César no tenía una calle con su nombre, y decidí que Tyson era definitivamente más sexy.
Desafortunadamente, para entonces, ya estaba en la cárcel y mi corazón sólo pudo imaginarse cómo hubiera sido estar casada con Mike, y decidí pasar a hombres más sanos y suaves. Por esas épocas, hombres como el Ché, César Chávez (el original), Bobby Seale o Baudelaire empezaron a tener un atractivo sexual totalmente antinatural. Decidí que tener una avenida con un nombre de revolucionario era mucho más atractivo sexualmente que tener una avenida con nombre de boxeador, no importa cuán guapo y excesivamente bien pagado.
2.— El día que descubrí que la gente tira los muebles viejos o que ya no quieren en la calle. Eso quería decir que podía llevarme ese lavabo o ese sofá, ¡gratis! Ésta fue mi microepifanía del Sueño Americano, donde las calles no están adoquinadas con oro sino con televisores, un refri por aquí y por allá y un mosaico de sofás imperfectos. La posibilidad de poner cualquiera de estas cosas en mi coche y llevármela a casa me dejó anonadada. Nunca encontraré nada mejor que aquella mesita de melamina y madera que alguna vez me emocionó tanto y que luego volví a echar a la calle, dejándola que se las arreglara sola.
3.— ¡Números y más números! Hay tantos números en las direcciones angelinas. Esto rara vez se toma en cuenta en los cientos de películas y programas de tele que pasan allí. El mayor número de números que he visto es seguramente en 90210 y, después, en 77 Sunset Strip. Pero, de hecho, hay números que suben hasta los veintemiles.
El df, su ciudad hermana en tamaño, expansión, terremotos y otras cosas más bellas y calladas, rara vez tiene números de direcciones que rebasan los quinientos, hasta los miles en avenidas como Insurgentes, una de las más largas del mundo. También, a diferencia de la, en el df los números parecen cambiar por voluntad propia o debido al capricho de algún burócrata aburrido de planeación urbana. Se puede apreciar el número 12 junto al número 87 del mismo lado de la calle, así nomás porque sí.
Por otro lado, hay similitudes callejeras entre las dos ciudades: la repetición es una de ellas. Hay al menos 60 Broadways distintas tan sólo en el condado de Los Ángeles: van desde el ajetreado espejismo central de teatros vueltos iglesias (una extraña traducción y westernificación del clásico Broadway neoyorquino), donde la gente rinde homenaje a otros dioses, hasta campos de batalla territoriales de gangs, o simplemente unos broadways no tan broad (broad quiere decir ancho o amplio, así broadway es el camino ancho). En el df ni siquiera podemos empezar a contar las Reformas: de la larga y arbolada avenida construida por el dictador Díaz imitando los Campos Elíseos parisinos, hasta calles mal pavimentadas en Neza o callejones tortuosos en Coyoacán. Otra similitud entre las dos ciudades es el metarrealismo de los nombres de las calles que se cruzan para crear especies de teléfonos descompuestos de la historia, momentos surreales o poéticos o ridículos, asegún las fantasías de
los urbanistas. Por ejemplo, ¿cómo es que no vivimos todos en la esquina
de Prosperidad y Progreso (en la colonia Escandón)? O que en las montañas de Hollywood, junto a la no poco famosa Mulholland Drive, tenemos unas callecitas que más bien son como viejas comadres cuchicheando que un desarrollo urbanístico serio: Doña Marta Drive, Doña Emilia Drive, Doña Teresa Drive, y claro, Dolores Place ¿De dónde se las sacaron? ¿Qué clase de vida puede uno tener en Doña Teresa a diferencia de Doña Marta?
4.— Meatloaf. Nunca había probado el meatloaf (¿pan de carne?) antes de estar en Los Ángeles. Había leído acerca del meatloaf en alguna novela posmoderna trasnochada u otra, conocía al grupo de música, y también lo había visto ser ingerido en varias cenas familiares de Los Años Maravillosos, pero en realidad no tenía idea de qué era. Mmmmmmmit-lof. Así fue como descubrí The Gutter (La Alcantarilla). El la Weekly le dio una crítica más que favorable debido a su meatloaf, y decidí que era hora de averiguar qué demonios era un meatloaf. Hay que admitir que su meatloaf es incomparable. Esto se lo dice alguien que nunca ha probado ningún otro. The Gutter se volvió mi guarida semivecinal, del otro lado del cerro de Verdugo.
5.— Dejaré de contar aquí: Verdugo. Verdugo es el nombre de una calle en mi exbarrio de Los Ángeles. ¿Quién le pondría Verdugo a una calle esperando que alguien quiera vivir allí? Casi me mudo a una casa en Verdugo Road. No quise por el nombre; él sí quería, justamente por el nombre. Montebello, Hawaiian Springs o Alhambra, todos estos lugares en la periferia de Los Ángeles suenan atractivamente exóticos pero no lo son. Supongo que es porque allá los nombres engañan, y los números nunca.
¿Qué podemos decir del df, donde tenemos la siempre bellamente nombrada colonia Tercer Mundo? O bien donde el Circuito Novelistas se toca con el Circuito Economistas (¡vaya ironía!) en la colonia Novelistas, donde incluyen, entre otros luminarios, a don Alfonso Reyes —que, como bien dice la madre de una amiga, nunca escribió una novela.
¿Desde cuándo hacemos paralelos entre Mahatma Gandhi y Rubén Darío? El cruce de Shakespeare y Curie debe de producir unos especímenes brillantes; es más, fosforescentes. Algún día propondré a algún urbanista que cumpla mi sueño y haga la colonia del boxeador, donde Mike Tyson y Julio César Chávez tengan camellón, corran paralelas de un extremo al otro de la colonia y tengan un parque cada una. Mínimo.