Puede que me equivoque, pero sigo siendo yo.
Antígona
Percibo que mi energía vital se concentra en mis antebrazos aumentando gradualmente hacia mis manos, esta sensación me dice que estoy vivo. A los seis años mis padres me llevaron al médico porque les dije que podía escuchar los latidos de mi corazón. La condición natural de mi cara es de ceño fruncido. Estresado, hago puños. La palabra historia me remite a un sastre de mi pueblo que a la muerte de su esposa fue a las dos de la tarde al cementerio, puso dinamita debajo de sus sobacos y explotó; un amigo recogió sus restos. No sé a qué edad dejé de tener poluciones nocturnas. Cuido de hablar frente a amigas por temor a que detecten machismo. Mis dos padres están vivos. He cogido con putas, he pagado por sexo. No me he acostado con hombres. Sí observo la belleza de un hombre. No voté por Evo Morales. Si apremia, veo pornografía antes de dormir, buceo en las categorías: asiáticas, amateur e incesto. Mido un metro setenta y siete, peso ciento cinco kilos, más de veinticinco kilos de exceso. He matado muchos animales. Dos veces sin querer le disparé con arma de fuego a mi madre. Soy hijo único. Puedo ingerir grandes cantidades de alcohol. Fumo hasta dos cajetillas de cigarros en el día. No sé hablar inglés pese a que buena parte de la música que escucho está en ese idioma. Dos veces a la semana tengo erecciones al despertar, me digo: Ok, está todo en orden. He vencido peleas a puños y me han pegado en otras. Digo que estuve un año de cadete en una escuela militar pero en realidad estuve ocho meses, enfermé y mi madre fue a recogerme. Perdí la virginidad a los dieciséis años. Tengo estrías en el abdomen porque engordé rápido en pocos meses. Todos los días me digo que haré ejercicios. En mi adolescencia frecuentaba gimnasios, recuerdo mi cuerpo de aquel tiempo por las veces que me miraba en los espejos. Estuve en un accidente de tránsito, nada grave. He visto la cara de dos personas muertas. He visto llorar a mi madre y a mi padre. Sólo soy discreto cuando la confesión es seria. La primera novia que tuve fue una muchacha guaraní, en el campo; por celos, caminé más de veinte kilómetros hasta su casa, hablé con ella y regresé a la mía. A menudo hablo de la casa de campo o hacienda de mi familia, me cuido de decir que el lugar me gusta, puedo también decir que es de los pocos lugares donde me siento tranquilo pero que me aburre. Cocino mal. Soy desordenado. Viajé fuera de Bolivia a Buenos Aires, a Santiago y a Lima. Sudo profusamente de las axilas y de los pies. Uso la cabeza al rape desde mis catorce años. A menudo me repito la frase: «Los límites de nuestro lenguaje son los límites de nuestro mundo». Mi timidez se confunde con grosería o engreimiento. En la calle miro a razón de cuarenta culos por día. Me molestan la prepotencia del vicepresidente García Linera y el cinismo de Evo Morales. He visto a dos parejas tener sexo a pocos metros de donde yo me encontraba. Cinco veces al día es mi récord de masturbación. Digo que sabía tocar guitarra: únicamente sacaba rancheras. No sé bailar chacarera. Sé bailar cumbia. No sé bailar salsa. Recuerdo el primer rechazo de una mujer. He llorado por mujeres. He llorado dos veces rezándole al dios cristiano. Pierdo tiempo revisando videos de bloopers e imágenes insólitas en internet. Camino pisando ligeramente chueco el pie derecho; de niño, mis padres me colocaban mis zapatos al revés para corregirme esta anomalía. He transcripto completo el libro de cuentos Hijo Jesús, de Denis Johnson. El álbum que más he escuchado fue un casete de Grandes éxitos, de Enanitos Verdes. Buena parte de este libro lo escribí con un bolo de coca en el cachete. No vomito cuando me emborracho, es mi fuerte. De mi edad adulta atesoro el recuerdo de la humedad en mi mano por sudor de la espalda de una mujer. Me aflige imaginar que pierdo a mis amigos. A un metro de distancia mandé brutalmente a la mierda a una mujer. Soy pésimo administrando mi dinero. Gasté mi sueldo de un mes en una noche de joda. Tuve un trabajo serio a la edad de veintiocho años. Tengo miedo de enfermar de cáncer. Nací en Camiri, una pequeña ciudad ubicada en el Chaco boliviano. De niño, después de las lluvias, calzado con botas de goma, me gustaba salir a caminar por el bosque. La primera vez que visité Santa Cruz tenía cinco años, llegué a las seis de la mañana, me senté sobre una maleta a mirar un gran letrero luminoso de Coca-Cola. Sabía leer y escribir antes de ingresar a primaria. Casi me ahogo dos veces: en un río y en una laguna. Retengo los nombres de las personas que me interesan. Prefiero dormir del lado izquierdo. Me digo que no tengo miedo a la soledad, pero sospecho que sí tengo. Detesto los hospitales. Me enamoro fácilmente. Una mujer me ha llamado ingenuo: hice un berrinche. Prefiero no rasurarme el pubis. Me gusta caminar en los mercados entre esa cantidad informe huidiza de rostros feos. Me adormece la verborrea de un interlocutor parlanchín pero no sé interrumpirlo. En los espejos, si miro con un golpe de vista, descubro los rasgos de mis padres en mi cara. Puedo mirar televisión durante ocho horas seguidas. No tengo la costumbre de rayar mis libros. Aburrido en una conversación, digo: Entiendo; esta muletilla la tomé del personaje de Charlie Sheen en Two and a Half Men. Adquirí el hábito de contarme historias, normalmente fantasías sexuales o violentas o heroicas en las que yo era el protagonista, en compañía de mi abuelo mientras él conducía la camioneta y recorríamos la propiedad o las comunidades de guaraníes de los alrededores. El primer cuento que escribí se llamó «El otro». Actúo de acuerdo a mis intereses. No dudo en calificarme como egoísta. Los niños me ponen nervioso. He bebido cinco días de la semana. He intentado dejar el alcohol pero no he durado más de una semana. La única vez que lloré con un libro fue con Guerra y Paz, de Tolstoi, y tuve un nudo en la garganta un par de veces con la lectura de Mi libro enterrado, de Mauro Libertella. Hace un par de años tuve ataques de pánico al despertar en las noches y constatar que en algún momento moriría, estos ataques sólo se producían en la habitación que yo ocupaba cuando era niño. He sido infiel. Me sobresalto y trato de disimular cuando mi interlocutor encuentra mi falta moral o intelectual. Dos veces me entusiasmé porque iba a ser padre. He cogido un par de veces bajo las estrellas. Lo máximo que he eyaculado son dos polvos en menos de un minuto, me hice el tonto, no pedí disculpas. He laburado como bartender, mesero, becario de trabajo en la universidad estatal, vendedor de entradas para bares, revendedor de entradas ilegales en conciertos, pintor de brocha gorda, ganadero, agricultor, encuestador, periodista y abogado. Sé criar chanchos, sé ordeñar vacas, sé criar pollos, sé montar a caballo, sé disparar un arma, no practico ningún deporte, no sé conducir motocicleta, sé machetear, carpir, hachear, encender una fogata. No he consumido cocaína, ni ácido, fumé marihuana en seis oportunidades, no me gusta su efecto. Me cuesta decir no a los amigos. Disfruto que me cuenten y contar un chisme. Miento con facilidad. Creo en fantasmas. Me he lastimado la mano derecha porque no acerté mi puñetazo en la cara de un amigo sino en la pared. Me he lastimado el pie izquierdo por patear el hocico de una vaca; en ambos casos mi mano y mi pie se hincharon terriblemente. Tardé doce años en graduarme de Derecho. He testificado en falso en un divorcio. Fui testigo del matrimonio de dos de mis mejores amigos, estoy orgulloso de ello. Recuerdo mi sombra formada por mi cuerpo de seis años, en la noche, con la luz de la luna, pensaba: Tengo la panza más grande que mis nalgas. La música de Daft Punk y Él Mató a un Policía Motorizado es lo mejor que he escuchado en los últimos cinco años. No me animo a afirmar que Dios no existe. Me gusta mirar el movimiento de las hojas de los árboles por la acción del viento. Me aburro fácilmente en las charlas sobre literatura. En algún momento creí que yo merecía coger con Lady Gaga. El primer recuerdo que tengo de una canción es la intro de «Cuando pase el temblor», de Soda Stereo. Y la primera aproximación al misterio (aunque rústico) de la poesía fue a través de otra canción: «Pastillas de amnesia», de Bronco. No sé qué esperar de la literatura. Mis escritores favoritos son: Coetzee, Chejov, Askildsen, Kawabata, Tolstoi, Carver, Cheever, Rulfo. Otros que aprecio mucho: Hemingway, Faulkner, Denis Johnson, Cervantes. Directores de cine: Tarkovski, Antonioni, Lisandro Alonso, Carlos Reygadas, Lucrecia Martel. La hacienda de mi familia se llama Kaukaya, es una palabra en guaraní que significa… conozco dos versiones: «lugar donde sólo el dueño puede vivir» y «monte que emborracha, marea». Tuve la alucinación en la que Jesucristo apareció sobrevolando encima de mi cama y me libraba de un demonio, era el Jesús de La última cena de Da Vinci, la misma vestimenta y pose. Cuando escribo leo poco. Besé a una prostituta pensando en una amiga de la que estuve enamorado, imaginé su cabello, su cara muy pegada a mí. Cuando escucho la canción «Living on my Own», de Freddie Mercury, me digo que puedo ser una marica feliz. Si de algo estoy orgulloso es de que no me excitan los travestis. Hubo un tiempo en el que me recogía a pie de mis borracheras, repitiendo la única frase en latín que sé: Siquis in hoc artem populo non novit amandi, / Hoc legat et lecto carmine doctus amet: es el comienzo del Arte de amar, de Ovidio; traducida sería algo así: Si alguien del pueblo no sabe amar, lea esto y, documentado, ame. A menudo, cuando hablo, noto que mi interlocutor deja de prestarme atención. Me gusta pronunciar con acento francés: Henri Matisse. En los karaokes canto temas interpretados por Nicho Hinojosa. Mi madre me contó que mi padre temía que yo naciera mongólico. Adquirí el placer de la lectura leyendo relatos pornográficos de revistas que mi padre guardaba en su cajón personal, conservo imágenes poderosas de esas historias. Mi padre me ha dicho que creía que yo me dedicaría al fisicoculturismo. Tengo un pequeño cristo crucificado de yeso que no me animo a botar a la basura. Creo que mía es la frase: Fumar es un suicidio sin convicción. Soy conversador en algunos grupos y callado en otros, hablo poco cuando estoy solo con un interlocutor. Nunca he recibido abrazo de la gente que regala abrazos en vía pública. A medida que pasan los años descubro mis límites. Ayudo a cruzar la calle a los ciegos que encuentro en vía pública. Digo a quien me pregunta: «Saúl significa el elegido»; luego: «el personaje bíblico se suicidó lanzándose sobre su espada». Nunca he piropeado públicamente a una mujer. He lanzado gatos al techo. En las calles de madrugada pateo bolsas plásticas de basura. Reviso las plantas de mis zapatos para saber el grado de desgaste. Quiero creer que la digresión en mi escritura proviene de la verborrea rememorativa, repetitiva y aleatoria de mi familia paterna. Mi ombligo es muy sensible. Ver fotos de mujeres con sus gatos me provoca flojera. Un amigo me ha dicho que no sé dar las gracias. El mismo amigo me reveló que en presencia de mujeres me porto amanerado, que no soy natural. Tengo más de veinticinco poleras negras. Creo que sé con quién debí ser novio, casarme, formar una familia; ahora tiene dos hijos y esposo. Sospecho que mi acento tiene un dejo campesino, no me avergüenza. Cada una o dos semanas, limpio mi habitación y renuevo mis deseos y ganas de tener un mejor estilo de vida. Que yo sepa, no tengo enemigos. Fantaseo con la fantasía de Flaubert de una obra sostenida sólo por el estilo del autor. Tengo más de cuatro mil libros descargados en mi computadora. Mi biblioteca de libros físicos no es numerosa. De vez en cuando descargo libros, me siento como si fuera de shopping. Casi no visito las librerías de la ciudad donde vivo, he perdido la fe en ellas. No visito bibliotecas. Cuando enfermo, reviso en internet posts de síntomas y soluciones, de preferencia tratamientos caseros. En mi infancia a la hora de la siesta me metía debajo de las camas a observar con fascinación las pelusas en el suelo doradas por la luz del sol, alguien me había dicho que eran restos de muertos. Al caer la tarde, cuando en la lejanía los perros ladran, escucho mi nombre. Santa Cruz es la mejor ciudad dentro de las posibles para vivir, no me quita el sueño vivir en otra parte del mundo. Leo en la cama. Una tipa con la que dormí me despachó en la madrugada a mi casa porque yo roncaba demasiado fuerte. Detesto el sonido de la flauta dulce. Balbuceo a propósito para que la gente no me entienda y me pida que repita lo que dije. Me siento extrañamente atraído por las mujeres de brazos peludos. Frente a una decisión laboral o de conquista, me digo: Qué haría Don Draper en mi lugar. Una mujer me dijo en el chat: ¿Todas tus salidas te las escribe Woody Allen? Un amigo me dijo: Ya no estamos en los noventa, deja atrás el cinismo y la ironía. Durante varios meses ejercí de abogado sin tener licencia del Estado. Borracho, he enviado a mujeres fotos de mi pene, al día siguiente una de ellas me escribió al Whatsapp: Buenos días, don pene, ¿cómo amaneció? No sé en qué momento me duermo cuando duermo. No colecciono nada. No sé dar primeros auxilios. Pido deseos a estrellas fugaces. No entiendo la poesía visual, además me parece un ejercicio estéril. No he gritado ningún gol. No hago regalos. No tengo disco físico de ningún cantante o banda. He pensado que si estuviese en una guerra yo elegiría llevar heroicamente la bandera a campo través. Si estoy en contacto continuo con una persona adopto sus gestos y actitud. Más que llevar una conversación entre varias personas prefiero intervenirla. Me han dicho que no sé dar abrazos. Si me hablan muy cerca doy un paso a un costado, no hacia atrás. Jamás me antojé de recorrer el mundo de mochilero. Fantaseo puteando gente, las humillo con argumentos formidables. La pose sexual misionero la asocio de manera extraña con sexo en las misiones cristianas. En el trabajo, para sentirme en casa, escucho música que normalmente escucho cuando estoy en mi casa. Me fijo en la grasa abdominal que dejó el embarazo en el cuerpo de una mujer. Me es más fácil que aflore mi lado divertido con una mujer moderadamente divertida que con una aburrida o con una muy divertida. No me considero inteligente, sino alguien con momentos de lucidez. Me definen la negación y la pasividad antes que la afirmación y la actividad. Soy diestro. He comprobado que escribiendo con el pie tengo la misma letra que escribo con la mano. A una mujer que conocí en un bar le regalé el dvd de la película Hijo de Saúl, de László Nemes, días más tarde cogimos, a las semanas me dijo que esperaba un hijo mío, me pareció una broma retorcida del destino que afortunadamente concluyó con sangre menstrual. Evito hablar con mis vecinos de barrio. Uso anteojos: diagnóstico del oftalmólogo: astigmatismo e hipermetropía, ojo izquierdo 1,25, ojo derecho 1,75.