Aproximaciones al ferrocarril en Buster Keaton

Érick Ramos

(Lima, 1982). Su más reciente colección de poemas es Elogio del pájaro lira (Agalma, 2017).

1.
Como volcán lleno de sueño, tormenta que es carne o 
cuchillo, arma que besa, así es el ferrocarril en Keaton. 

Piense el color del cielo en One Week, el tremor
del suelo y la casa que gira, y hallará la gama
negra del ferrocarril que viene, anunciándose, bestia, 
amor o hueso, babeando humo 
por la testa, arrastrando la pieza sideral del universo. 

Anunciándose, maligna
escritura, tiempo desde el tiempo en que rueda el muerto 
de la tierra; porque el hombre en Keaton ama
el agua regulada del cariño, y construye por ello
la absurda tapia del amor eterno y
la sagrada cama. 

El primer tren traza, pasa, trenza un grito inaudible. 

El segundo —el real—, troca y destruye, desarma 
y bulle del cenit, alfombra de roca, y oculta
la mano lenta de la tormenta que le dio a luz. 

Pero el ferrocarril solitario, solo salto, brillo 
soldado, avestruz ensamblándose, máquina 
imantada, es el de Sherlock Jr.
El hombre en Keaton sueña que vive la vida real, la del 
amor imposible, y busca asible su flora
rural, su huella en el robo de la noche. 

Así persigue, como nosotros, la esquiva ranura del sol 
por donde cae el día. 

Y pasa frente a él, espantado por
el ruido, colocada
la cabeza en el alma, para no
sentir el corte final de su ira, el diámetro
de sombra caliente y voraz, callada espada en 
el tímpano del tiempo. 

Y es como fiebre polar, calentura blanda, rojo
gris de recámara el instante eterno de la
huida, y lejos, muy lejos, sigue el ferrocarril su loca ruta. 

¿Por qué en One Week lo destruye todo?
¿Por qué el amor duele lo mismo que el ave 
en el costado del cielo, si de la mano
la mujer es vida eterna y el hombre en Keaton sólo muerte? 

Amor torrente y terrente el que los amantes se profesan. 
Amor de tristeza cómica, de parodia despidiéndose, de 
imitación del viento. 

Y es que, como dijo el poeta, no hay nada más triste en el mundo que 
un tren inmóvil en la lluvia. 

La habitación equivocada del casado, el piano 
lúgubre, la fecha
exacta del momento aquel de la mañana negra. 

La puerta que da al viento y no al hombre. 

Piense la tosca forma del solar, la
caótica arquitectura de lo bello, el bruto remache 
del sitio nupcial y entenderá por qué el ferrocarril 
existe, empuja y abre la pobreza del amor 
humano.
Perfecta, violenta, suprema, no
permite que lo horrendo
siga en pie.
 
De ahí su dirección opuesta, su sorpresa, la locomoción 
idiota que nadie escucha.
Como puño que ahoga el sol, toro 
que venga al toro humano. 

Y el hombre en Keaton y la mujer celeste 
preparan la cama para la muerte. 

2.
Volviendo a Sherlock Jr., es posible 
imaginar al ferrocarril venir del hemisferio 
ruin de lo blanco, si aceptamos que la noche 
es la luz misma del universo. 

Y el hombre en Keaton monta el lomo de la bestia, camina 
sobre su tablatura y hace caer agua de la boca
de la sierpe. 

Vuelve el ferrocarril entonces —tal y como vuelve la noche, 
el muerto a la cuenca del ojo. 

No es un tren detenido sobre el llanto, como advirtió el poeta, sino uno 
de ramas arremolinándose, de follaje negro y diamante, de luz 
cromada de muerte. 

El aprendiz de detective —hombre en Keaton 
que sueña un mundo aeroplano—, halla en el 
libro la huella gris de un dolor. 

Y cree que con él comprenderá su tiempo o 
la partida; la flor imposible de enero. 

Se aproxima ahí un tren hecho de lunas. 

3.
¿Qué amor es el del amor secreto?
Como en Neighbors, los amantes trenzan el
beso y lanzan la estrofa de un silencio voraz, y se
aman extramuros, infantes en guerra o aluminio, curando 
en el aire la pirueta común. 

Pero el amor del hombre en Keaton, en Sherlock Jr., es
del que se imagina solitario la dicha.
La foto cuelga cercana y es como la imagen viva de un vacío. 

Nube detenida de la que llueve una delgada impaciencia gris. 

El retrato de la amada, poblando siempre el tenue 
espacio de la voz, repite el ovalado reclamo
de la muerte, su marco ruin, su postura. 

La mujer presiente antes del alba, como árbol
agitándose dentro del ave, un fuego que viaja como río por la carne horadada. 
Bella, incandescente, recostada.
Y no sonríe su hábito, y no comulga con el lobo, y no espera que caiga dios 
de la palabra. 

4.
Extraordinario ferrocarril el de The General.
Humano, tragador de huesos, volador, temerario, extensión
del arma y, por lo tanto, extensión del hombre —si el hombre
en Keaton es también una extensión del alma, como lo es el universo 
del sueño, el mar del alba, la piedra del viento. 

Este hombre, maquinista enamorado, quiere 
pelear, defender el pedazo de territorio, y no 
lo dejan. 

Y, sin embargo —porque sólo es una pieza del destino—, la guerra llega 
a él, antes que al lobo, como si su sola queja empapara
la mejilla, anudara la conciencia y él fuera sólo máquina,
hambre, silencio, desgracia. 

Negra como la blanca dicha del valiente, o del idiota. 
¡Guerra, guerra! ¡Anunciándose como fogata rodando 
bajo la noche!
¡Guerra como hermana, brazo, sombra!
¡Guerra silabeada, amontonada, cacareada, 
gonorreada, papeleada, animal! 
¡Guerra desamorada, diablo, ángel, trompeta! 

Ese ferrocarril es imagen y semejanza, trapecio, equinoccio, 
vómito lunar. 

Y el hombre lo lleva a volar, carro encendido arrastrado por muertos. 

Ya lo había dicho el poeta: en ese tren lejano iba sentada la nostalgia.
Y así va, en busca del amor perdido, queriendo pelear la guerra solo, como si fuera 
limpia eternamente la camisa del difunto y los vientos del sur
barrieran el dolor de los vencidos, y los hijos de los vencidos y la madre
que los perdió. 

El ferrocarril es una bestia desmembrada.
Reunida, cortada en piezas; cercenada en pedazos, conglomerada. 

Y sin embargo, persigue viva la forma fija de una 
idea, bala que acaricia
un corazón detenido. 

Dijo el poeta: And for that minute a blackbird sang. 
Pero en la noche parte el rayo su poema.
Su lluvia abrigada, su vasta alborada sepia, y es como 
un beso quebrándose, un trazo de tigre 
que traga. 

Huyen los amantes, o duermen, y el sueño es 
eterno, un segundo quieto de día gris, un mar de orillas 
llenas de nada. 

El ferrocarril llega con la luz del sol, nave 
a la espera del ascenso, vuelo terrario. 

Tren que madura en férreas contracciones de serpiente.
Vuelven los perseguidos a ser perseguidores, y vea
cómo la locomotora se vuelve espada, pan al hombro, bestia nueva. 

Se entiende ahí, se siente por qué el hombre en Keaton 
vence el miedo de un augurio, y busca la estrella del 
nacimiento, y lleva a
la mujer de nuevo a la frontera de la muerte. 

Allá donde habitan los muertos que no son. 

Piense el tren enemigo, la trampa, el horno del
odio común, y será revelado el momento en que la locomotora 
caerá al río, envuelta en cobija de fuego.
Vagones pintados de pronto todos de color amarillo canario. 

¡Qué puente es éste de los hombres, que cede a la 
primera risa del niño! 

Cae el ferrocarril, el alba, la bala, el río.
Cae el ágila, el tiempo, la máquina.
Cae Estados Unidos, el cobarde, el asesino.
Cae la dicha, la gloria, la muerte de los caídos, el precipicio. 
Cae el fuego, la luz, el mundo, la flor. 
Cae el hombre, su lobo; cae matar, su cuchillo. 
Cae la nieve, la luna, el dormido.
Cae el imperio de los desposeídos. 

Y habría dicho, como el poeta, desde este tren de ensueño, ferrocarril, humo 
negro, vía, mirad a las gallinas picoteando en la tierra. 

El hombre en Keaton pelea, por fin, la guerra fraterna.
Pero no pelea en verdad, sino que lanza la espada mutilada al viento y atraviesa 
con ella la pendiente del hombre. 

El río es una fuente de olvido, 
y luchan a sus bordes la noche y el día. 

Se encuentran ahí el sueño y la vigilia, y 
el cañón herido de la nube. 

¿Qué ferrocarril, locomoción loca, no cabría en el ojo?
Piense el largo tren de One Week, que es en realidad uno duplicado. 
El que se va es el que vuelve.
Como hambrienta serpiente que regresa por la presa a prisa; reptil 
que insiste en el Edén.
Distinga la posición del reflejo muerto de su pieza, y
conservará su brazo en la taza de la tarde, en el espejo con que
se mira dentro las tristezas serenas, pozo donde
el agua trepa u hoyo que contiene un planeta real. 

La locomotora en The General es una invención de la guerra. 
Cruza pueblos como breves espasmos.
Habitaciones de cuyo color ha quedado
sólo la espera. 
Ranchos donde sueña la bestia matar algún día al granjero con la misma vara 
con que midió la carne del padre.
Bosques donde se arquean corales y fantasmas. 

5.
Volver al ferrocarril es volver al hombre, porque 
de soldaduras y piezas está hecha su alma. 

Súmese a ello el hecho cruel de la distancia.
La muerte es la lejana vecina de los sueños.
Vivir es alejarse de la muerte corriendo hacia ella. 
Al otro lado del mundo duerme intranquilo
el ignoto enemigo que nos dará muerte. 

Lejana es la noche cayendo, mas dentro su mano la razón oscurece. 

El sol lejano irradia su radio y sombras cortantes echan raíces en la muchacha. 

Se sabe que la tierra gira, pero se ignora el amor 
que la enloquece. 

Contemple en Seven Chances cómo se arrebata
el amante; cómo la mujer —pieza de inmenso tren nupcial— es furia 
y persigue, por toda la tierra, la voluntad del amor. 

Y eran like troops in battle. 

Hombre en Keaton, huyendo otra vez, 
y los rieles de la máquina son fronteras del alma. 
La grúa monstruosa, hermana ruin del ferrocarril, levita 
graciosamente
sobre el espíritu del dios de los canallas. 

Y rojos trenes viajan bajo tierra. 


Keatonografía 
Neighbors (1920) 
One Week (1920) 
Sherlock Jr. (1924) 
Seven Chance (1925) 
The General (1927) 

Versografía 
1, v. 43: «Dime, la rosa está desnuda...», Pablo Neruda. 
2, v. 10: «Horas», Vicente Huidobro.
4, v. 23: «Campo», Carlos Oquendo de Amat.
4, v. 33: «Adlestrop», Edward Thomas. 
4, v. 43: «Por tierras de sol y sangre», Francisco Villaespesa. 
4, v. 54: «El viaje», Álvaro Mutis.
4, v. 65: «El viaje», Líber Falco.
5, v. 15: «From Railway Carriage», Robert Louis Stevenson.
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