Anubis [fragmentos] / Bárbara Belloc

     *
    
     Ese mismo día, el discípulo escribió lo que había dicho el maestro: El discípulo puede ser superior al maestro como el perro puede ser mejor que el cazador, el ciervo mejor que el perro que lo persigue, el caballo que el jinete, el instrumento que el músico, los súbditos que el rey.
     Y a continuación anotó este listado de personajes: «Pordioseros, nómades llegados del desierto, desplazados por las guerras, hombres que trabajan de zapatero debajo de una sombrilla raída en cualquier calle, en el hueco de cualquier escalinata de Bab El Oued o la Casbah, zurciendo las suelas de los que tienen un solo par de zapatos y esperan descalzos, mujeres con hiyab que revuelven las parvas de desechos, verdura y fruta podrida, en los alrededores del mercado que ocupa una manzana y tiene cuatro puertas, cuatro bocas o anos, mancos y ciegos cantores, niños sin piernas que hacen teatro con las manos por monedas, hijos e hijas mendigos con sus padres y madres mendigos, abuelos mendigos con sus nietos, vendedores de revistas ajadas en francés (Paris Match, Vogue), de enchufes usados, suelas de goma, plantillas y botones sueltos, cualquiera de los que en un buen día comen arroz seco embutido en un pan, y entre ellos ningún ladrón, porque robar es pecado».
    
     Cuando levantó la vista, el discípulo vio que se había hecho de noche mientras redactaba pausada y memorísticamente lo que después dio en llamar la «lista solar», porque eran todos hijos del sol infalible, que día tras día los baña, los ama y les tiñe la piel hasta dejarla oscura como la almendra, la canela, la seda de la piel de la almendra cocida con vapor de agua y canela al sol.
     La lista era toda suya; no del maestro. Podía modificarla, hacerle tachaduras, descartar detalles, agregarle otros personajes que hubiera visto o personajes imaginarios, incluso contar una historia. Inventada por él. Encontrada por él, no el maestro.
     Y apurado por el hambre, como quien pone la pesca fresca sobre la piedra bien caliente, el discípulo escribió lo que había estado pensando, sin pensarlo, todo el tiempo:
    
     Odio. El odio al otro.
     El amor al semejante.
    
    
    
    
     *
     Caballos.
     Caballos con manchas.
     El planeta Marte.
    
     La ideología después de la ideología,
     la religión, en su sentido lato o no,
     y el pescador chino de marfil
     tieso en su pose
     sobre el estante:
    
     «Dale un pescado a un hombre y lo alimentarás un día;
     enséñale a pescar y lo alimentarás para siempre». Escamas.
    
     Escamas del color de un arcoíris.
     El efecto de. La falta de.
     Caballos.
    
     Caballos con manchas
     de los que pasaron por una, cinco, diez batallas
     como una prolongación natural de las políticas de las instituciones,
     del comercio,
     del ocio, que desconocen.
    
     Los que sobrevivieron corren libres.
    
     Si hay sequía y los pastos están amarillos van al río
     y comen peces. Como los osos.
    

     Como los poetas que vivían y escribían en la guerra.

Epicteto, Enchridion (enseñanzas del estoico anotadas por Flavio Arriano, c. 120).

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