Casa de la Cultura de Tala, 2014 B
Vio en sus ojos el preludio.
La lluvia ya no enfriaba las ventanas.
Era sólo un latido, un par de labios, un mismo pecado.
Parece que la lluvia decidió colarse a la habitación mojando cada parte de los cuerpos.
Eran terremoto melódico y perfecto; movieron islas, derrumbaron montañas, crearon olas gigantes, imparables tan sólo con besos.
La guerra había comenzado, lo vio en sus ojos.
Sus muslos se contrajeron acercando los cuerpos.
El entró sin más ni más.
Las sombras bailaban tango. Un tango agresivo, un tango nuevo, un tango del cuerpo, no argentino.
Una mano aquí, la pierna doblada por acá, caderas y piernas sin perder el compás. Baile, baile, vaivén.
En la cumbre de la última canción se enciende la puerta como Alhóndiga de Granaditas. Entra el sólido pípila con su cabeza en alto y su antorcha en la mano.
¡Apunten, disparen!
Ella había alcanzado el éxtasis, lo sintió en sus ojos.
Esgrimió una lánguida sonrisa que acaeció con la comparsita percollando en la habitación.
Sudor, gritos ahogados, esencias mezcladas.
Y después del tango,
de la lucha,
de la guerra,
sus ojos se encontraron brillantes entre la oscuridad.