Amanecer pandémico

Ethel Krauze

(Ciudad de México, 1954). Este cuento forma parte del libro El fragmento impertinente, que aparecerá próximamente, publicado por Paraíso Perdido / Typotaller.

Ele:

Te llamaré sólo con la inicial de tu nombre. No sé si alguien llegue a husmear en tus mensajes. O en los míos.

Fue un amanecer con el nublado tropical que me pone el cuerpo en su punto. Gasas, cortinas leves en el viento cargado de frescura. La gran ventana abierta. Puedo atisbar trozos de cielo, por acá, como recortes de fotografía en Photoshop. Por allá, trozos de frondas de laurel y, claro, los pájaros tempraneros poniendo la lista de Spotify más ad hoc de mi cuenta personal.

Nada que huela a ciudad. Tú sabes que las detesto, con sus consumidores felices, haciendo fila hasta para ir al baño; aunque se quejen a diario, no podrían sobrevivir sin su dosis de humo/opio, tiendas/opio, megacentros comerciales/opio, conciertos multitudinarios y marchas y protestas que los ponen al grito, para sacar, por raciones, el hervidero de la olla exprés a punto de explotarles en el horno/cabeza. Perdona este largo párrafo de desahogo, sobre todo, sabiendo que a ti todo esto te fascina. No pude contenerme… es que te veo por ahí, Ele, te descubro como girón de fuego blanco en las muchedumbres.

Pero, te decía, nuestra escena es de otro mundo, no sé si tengo abiertos los ojos y realmente veo ese vaivén de dulce blancura donde gasas, túnicas, cortinas, sábanas, se funden alrededor de nuestros cuerpos.

Tú ya estás sobre mí. Por momentos te yergues y el triángulo de lentejuelas rojo brilla entre tus piernas.

¿No te has quitado la braga? Mi cuerpo es un director de orquesta que manda sobre mí, y es tal el deseo de que te frotes contra mi propio triángulo… ¿estoy desnuda, en carne viva?, no sé, no importa… que te atraigo fuertemente con mis brazos.

En mis párpados relampaguea el rojo de una lentejuela que hace gong, gong, gong, y me estremece casi hasta el desmayo.

Pero no quiero que termine. Tus curvas fabulosas, tromba de mar en mis caderas. Ele, Ele, Ele… ¿qué hacemos tú y yo aquí, yaciendo en este amanecer pandémico? El mundo está de luto y los muertos se acumulan en la morgue con el horror de la asfixia. Quienes permanecemos vivos nos hemos pertrechado entre cuatro paredes.

Y tú has venido hoy a visitarme, Ele, en este sueño en el que casi muero, a recordarme a qué sabe el elíxir de la vida.

Pues sólo esto quería contarte, querida Ele.

Cuídate mucho, besos a tu marido y a tu hija. M.

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