Alicia, un paseo por el rí­o / Ana Clavel

En la vida como en el arte nada es casual. En el verano berlinés de 1922 Nabokov traduce Alice in Wonderland al ruso. La publicación verá la luz al año siguiente. Nabokov tenía entonces veintitrés años. Se había graduado en el Trinity College de Cambridge, su familia se había trasladado a Berlín en una de las primeras diásporas provocadas por la revolución socialista del 17, su padre acababa de ser asesinado en un mitin político por una bala que estaba dirigida a otro hombre… El joven Vladimir se había enamorado de una muchacha rusa emigrante como él: Svetlana Siewert. Una fotografía de la época nos lo revela en plenitud, remando en una barca por el Támesis, despreocupado y con un cigarro en la diestra, que sostiene un remo. Pero el compromiso duró poco, los padres de Svetlana consideraron que Nabokov, después de la muerte de su padre, había dejado de ser un partido prometedor para su hija. En el lapso de unos meses, la vida había cambiado radicalmente para el joven Vladimir. Como el propio Carroll, que recordaba un paseo en el río en compañía de las hermanas Liddell que dio origen a la primera narración de Alicia, el propio Nabokov recordaría ese verano discurriendo entre los meandros de la imaginación carrollesca y los remolinos en la corriente de su propia vida.

Aunque pareciera que más bien tratara de olvidarlo… Apenas hay referencia a ese periodo en la memoria convocada en Speak Memory (1967), la autobiografía de fuegos fatuos que ilumina unas zonas y ensombrece otras de la vida del autor, desde sus primeros recuerdos hasta los tiempos en que comenzó a trabajar sobre la pequeña ninfa (1948). De hecho, la mención de Alicia aparece casi accidental en las páginas que Nabokov dedica a su estancia en Cambridge, avasallado por la vitalidad y la pureza de una juventud que palpitaba intensa más allá de los libros. El joven de veintitres años era en aquel entonces fanático del futbol, le «apasionaba jugar de portero» (posición rodeada de un «aura de singular luminosidad. Distante, solitario, impasible, el portero famoso es perseguido por las calles por niños en éxtasis»), disfrutaba los muffins y los crumpets calientes que tomaba con té con sus amigos, y por supuesto, las muchachas.

 

Ni una sola vez durante los tres años que pasé en Cambridge —lo repito, ni una sola vez— visité la Biblioteca Universitaria, ni me preocupé de averiguar si había algún college en el que se pudieran pedir libros prestados para leer en casa. Me saltaba las clases. Me largaba a Londres y a otros lugares. Viví varios amoríos simultáneos… Traduje al ruso una veintena de poemas de Rupert Brooke, Alice in Wonderland, y Colas Breugnon, de Rolland.[1]

 

Sin embargo, que no hable más de Alicia no puede llevarnos a creer que el asunto carece de importancia. En primer lugar, porque en lo que respecta a su vida, Nabokov es capaz de hacer un corte y cambiar de párrafo antes de hablar sobre acontecimientos que verdaderamente lo afectaron, como la muerte de su padre, acaecida en Berlín el 28 de marzo de 1922, durante unas vacaciones que él y su hermano se tomaron de Cambrigde:

 

La noche del 28 de marzo de 1922, alrededor de las diez, en la sala en donde mi madre permanecía como de costumbre tendida en el sofá de felpa roja de la esquina, estaba yo casualmente leyéndole los poemas de Block sobre Italia… cuando sonó el teléfono.

Después de 1923, al irse ella a Praga, yo viví en Alemania y Francia, y no pude visitarla con frecuencia; tampoco estuve a su lado cuando murió, en vísperas de la Segunda Guerra Mundial.[2]

 

Entre el final del párrafo cuando suena el teléfono, donde se puntualiza una noche de 1922, y el comienzo del siguiente, referido vagamente a 1923, media la poderosa elipsis del duelo: el teléfono había sonado con la noticia del asesinato de Vladimir Dimitrich Nabokov, pero el dato nunca se menciona de manera explícita en ese episodio de sus memorias.

Insisto: la elipsis puede decir tanto como lo que calla. Así en el episodio del duelo paterno como en el encantamiento por un personaje de resplandor tenue pero no menos hechizante. De hecho no aparece ninguna referencia a la amiga-niña de Carroll que pudiera insinuar alguna disposición o interés por las pequeñas ninfas de fulgor entre la bruma. Sin embargo, providencial o casualmente, sería su traducción de Alice in Wonderland al ruso la que llegaría a publicarse en 1923 por el editor Iosif Hessen, junto con los dos primeros libros de poemas escritos en la lengua materna del joven autor.


[1]    V. Nabokov, Habla, memoria. Anagrama, Barcelona, 2006, p. 267.

 

[2]    Ibid., p. 49.

 

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