Alameda San Lázaro [fragmento]

Braulio Paz

(Arequipa, 1998). Ha publicado Showman (El Pasto Verde Records, 2017).

Recuerdo haber escuchado la historia de Lázaro en el colegio. Me obsesionaba imaginar la vida contranatura que seguiría, eso que no te cuentan. Todos están asombrados, claro, por el poder de Cristo o se alegran por los familiares. Yo sólo podía pensar en que nadie le preguntó a Lázaro, quien quizá prefería la muerte. Pensaba, también, en el cuerpo descomponiéndose aún en uso. Cómo apestaría poco a poco la casa hasta que lo obligaran a dormir afuera, en un final de película en que los aldeanos molestos lo cazarían para quemar el cadáver andante o en uno anticlimático en que, como el judío errante, sería obligado a vagar por la tierra viendo el mundo lentamente acabar a su alrededor.
Lo único que me quedó claro de mis visitas a la capilla del colegio es que uno debe morir cuando debe o antes, si es posible.
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Lázaro salió de la fosa para enfrentarse a algo innombrable en el reverso del carboncillo como ectoplasma despedido en el aullido del poltergeist verde viscoso, sin comisura, algo, de nuevo, pero por ahí aquello: algo y aquello.

Un señalar, un poder encuadrar, pixeleado, destrozado ya siempre y por eso auténticamente vida. Eso espero.
Mientras cierro los dedos sobre aire, el aire de uno de los inconstantes momentos recortados, por
esa condición miserable de existir en este mundo en que, esparcidas, las luces sólo brillen una
vez en intervalos tan, tan... y colapsa...
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Lázaro salió de la fosa para enfrentarse a un imposible descrito en esa súbita imagen: la del agregado que no está, que
todo aparece condensado en el patrón descrito para nosotros en algún punto antes de la concepción,
la cultura occidental... o no... toda la existencia humana, ¿se puede ir más lejos acaso? Salvo unas
cuantas crisis de identidad, no ha ocurrido nada de valor en esta historia...

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La noción de una verdad no figurativa. Una
memoria construida a base de estímulos abstractos: la forma que toma el agua en el preciso instante en que cae sobre un charco cuando la lluvia es de
gotas gordas pero separadas considerablemente unas de otras —como un bulbo estallando—, el musgo, el descubrimiento, el efecto exacto de un par de
 
líneas soltadas al aire en una canción de
la que nunca supiste el nombre pero que aisladas no son
gran cosa, el lugar más allá del río, donde viven los de afuera...

En el fondo lo que quiero es la transfiguración cíclica de desechos en basura de grado menor. No reciclaje, transmutación. Creo que ante la imposibilidad de presentar un rostro que imaginar queda un cielo para ti, que no eres. ¿Me entiendes? Te hablo a ti, Lázaro, que tiendes a dejar de ser, que te presentas ante mí entre fosfenos o como un
abrigo al fondo de un armario que de niños no nos atrevíamos a abrir. Algunas cosas ya las sabes, ¿no? Pero concédeme tu atención por un minuto y hazme caso. Figura el revés
de las cosas y el día girando en el poema
más allá de la celda y la hipervelocidad. Cabalgar un rayo de luz tiene más de una acepción.
En fin, como el viento sólo sé tocar notas falsas al aire.
 
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