A vuelta de rueda

Germán Robles Pérez

(Guadalajara, 1995). Su cuento «La torre tapatía» fue incluido en la antología Guadalajara y sus jóvenes narradores (Universidad de Guadalajara, 2023).

04 abr 2023

Risco Castro Bermejo <rcb2001@correo.com>
Para Revista del Cerro Yermo

¡Saludos bohemios!

Planteo este errático cuento para el siguiente número, donde se logra abordar la temática requerida de aventuras o viajes. No importa que no me haigan elegido, por favor confirmen de recibido y aceptado o rechazado; a veces pienso que ni les llegan mis textos.

Odas efusivas,
Risco Castro Bermejo, escritor mexicano

A vuelta de rueda.doc

a Julio César

Estaba harto. Otro cliente pendejo y me volaría la sien. Y si de casualidad llegara mi ex al restaurante, la misma bala bastaría para los dos. Lo había decidido: iría a conocer a mi mejor amigo Marco en persona, a casi quinientos kilómetros de distancia. Jamás podría comprar un terreno o algo así, pero nadie me robaría la libertad de hacer lo que quisiera. Ni siquiera renuncié, sólo agarré el alebrije que había puesto en el mostrador y salí sin despedirme.

Lo había decidido, por fin conocería a mi mejor amigo Marco, a casi 500 kilómetros de distancia.

Preparé mi equipaje. Una mochililla retacada con una playera, unos shorts, una gorra, un par de calcetines, algún libro y un cuaderno. Lo bueno, si breve, doble bueno, leí alguna vez. Ah, y el alebrije, pensé que sería un regalo formidable. Vámonos. Consideré avisarle que iba para allá, pero preferí mantener la sorpresa. ¿Cómo pondría la cara al verme? Uy, y ¿cómo sería él cuando por fin lo viera? 

La central camionera olía igual que siempre, o peor de lo que recordaba. Pareciera que las cloacas se apoderaban del lugar. Había poca gente y menos luz. Los boleteros casi se quedaban dormidos. Un rumor provenía de afuera, de los moteles y las tabernas de mala muerte. Allá estaba repleto de vida, a la salida convenida. Salí por un pulque para poder aguantar las ocho horas de viaje. Aunque era de noche, quería asegurarme de que iría bien dormido. Además, un poco de bebida mareante siempre inspira. Quizá así se me ocurriría un nuevo cuento. Entré en la pocilga llena de mujeres y hombres con costras de sombras. Lo que no esperaba era lo sabroso que estaría el pulque. Y el segundo estuvo más mejor. Cuando me sirvieron el tercero, se me arrimó un señor que olía profusamente a central camionera. Se sentó sin decir nada y pidió lo mismo. Los pliegues de la cara ondeaban. Supongo que le caí bien porque me ofreció aventón. Después de unos tragos, me explicó que él iba más al sur, pero me podría dejar bastante cerca. Espeté que pagara y lo hizo. En el momento en el que se fue al baño, salí para treparme al primer camión que medio siguiera la ruta.

Ya estaba encaminado. Ver el negro por las ventanas del camión era como ver la existencia en su estado puro, en la carretera todo se vuelve muy literario.

Hace años había dado con Marco para comprarle unos libros. Le había mandado mensaje en Facebook para preguntarle detalles sobre unos cuentos y los autores, y me contó hasta lo que no. Podría llamarlo una iluminación estética, pero el verdadero milagro sucedía dentro de la literatura. Y de un momento a otro, nos mensajeábamos diario. Sabe cómo, pero las cosas se dieron.

Me tocó en un asiento del lado del pasillo. Iba lleno. Cuando arrancó, se subió un señor vendiendo tortas, pedí una de pierna y me la eché de tres mordidas. Minutos después, el cuerpo me pesaba tanto que en contraste el camión volaba. No podía ni levantar la cabeza, me colgaba de lado. Los párpados se me entrecerraban. Me sentía bajoneado por la decisión que tomé. Y no sólo por eso. Mi trabajo era desechable; mi escritura mediocre, o de menos eso me parecían indicar las revistas y talleres a los que asistía. Lo único que quería hacer era leer y olvidarme de todo; ir con Marco y conectar; charlar de lo que escribiríamos algún día, del futuro entre iridiscente y aciago que nos esperaba, quizá cuando muriéramos nuestra obra sería revalorada y trascenderíamos. Aun así me sentía mal.

El camión llegó a la siguiente estación. Pasaron quince minutos, quería ir al baño pero mi cuerpo no me lo permitía todavía. Justo antes de arrancar, se subió un cabrón con gorra, le tapaba la cara y sólo había una sombra en su lugar. Sin pensarlo, sacó una pistola y dijo algo como si no se me mueven les perdono la vida, cabrones y cabronas. Me sentí paralizado, mientras más intentaba moverme, más duro apretaba un nudo dentro de mí. Se llevó las mochilas a lo rápido, incluyendo la mía. Me dolió el robo, sobre todo el cuaderno, lleno de premisas y temas para cuentos, y el alebrije. Sentí cómo el asaltante se bajó del camión enseguida. Mi vecino de asiento me pidió permiso para pasar al baño pero yo seguía paralizado. Me brincó. No sé cuánto tiempo pasó. En algún momento pude aspirar profundo y me desperté agitado… Se me había subido el muerto, estaba soñando. Seguía un poco ebrio. Vi que ahí seguía mi mochila, y también la del de a lado. Y las de los demás. ¿Sí estuve soñando? Tanteé mi mochila. Entonces me pude dormir bien.

Desperté descansado y leve crudo, como engrudo. El pasajero junto a mí ya se había apeado. Llegamos a la última parada, la que me dejaba más cerca. Ahí, agarraría otro camión y sólo faltarían un par de horas para llegar. Me levanté y me colgué la mochila, sentía que iba más ligero. Como si me hubiera liberado de un peso en la espalda. Como si hubiera tomado la decisión correcta al venir. Fui a la tienda para comprarme un café. Faltaban veinte minutos para que el siguiente camión saliera. Me senté en una banca a mirar cómo un reloj antiguo avanzaba el tiempo. Bebiendo café, quise saber cómo estaba Marco.

Qué hay, rey
Buen día
Todo fino por allá?

Buenos días, papito.

Ya chambeando desde temprano,

¿tú cómo vas?

Pues lo mismo de diario, chambeando y a ver qué pasa…
Oye, sé que ya hemos hablado de esto
Pero cómo crees que sea cuando nos conozcamos?

Pues sabe, podría imaginar mil cosas…

Pero de que va a pasar, va a pasar, papi.

Tarde o temprano, rey
Llevamos diciéndolo un buen jaja
Pero sabe, hoy quise preguntarte
Ah y adivina qué? Jaja
Tampoco me agarraron el cuento en La revista inusual
Creo que mandé el texto con errores

¿Qué se le hace, papito?

Ellos se lo pierden.

Sigo pensando que nunca nos publicarán.

Tú ya estás publicado jaja
Pero bueno, sí entiendo
Pues hay que seguir mandando
A ver qué pasa

A ver si la semana que viene

leemos a McCullers.

Ya quiero que lleguemos a Kerouac y luego a Bolaño
Y tengo que enseñarte al Gerardo Arana

Jaja, sí, papito.

Se va a poner bueno.

Bueno, te dejo, voy a echarle ganas.

Ánimos rey

Marco, más que un maestro literario, había sido mi acompañante. No sé por qué sentía que le debía tanto. Pero en una vida absurda, tener a alguien que encuentra el mismo valor que tú a un puñado de letras, alivia. Se me ocurrió una idea que en el momento me pareció increíble, de talante fascinante. Ya sabía que debía apuntarla, de lo contrario corría el riesgo de olvidarla. Abrí la mochila para sacar el cuaderno. Me encontré con que faltaba el alebrije. Vino a mi mente el momento en que el wey me pidió permiso para ir al baño, yo estaba entre dormido y despierto y me brincó y chingados. De seguro cuando regresó me vio tieso y se aprovechó.

Era hora de abordar. Esta vez me senté del lado de la ventana, había pocos pasajeros. Al ver el paisaje rural recorrerse, recordé la sensación de abundancia que provocan los alebrijes. La tradicional historia de su origen, de cómo se aparecieron en los sueños afiebrados del artesano y al despertar cambiaron su destino para bien. Fue en ese momento que decidí que el cuento debería llevar alebrijes. ¿Reales? ¿Imaginarios? Tal vez sólo serían una excusa, un símbolo, y nunca hubiera habido ninguno en el cuento. Aún tenía tiempo para resolverlo.

Imaginé la historia de una familia de alebrijes que eran piñatas en la fiesta de un niño. Pero la más joven se rebelaba y no quería que la rompieran. Serpentinas, cacahuates, mandarinas y globos. En el momento en que cantaban dale, dale, dale, no pierdas el tino la piñata joven esquivó el golpe y el festejado le dio un palazo al papá que jalaba y aflojaba la soga. Lo descalabró al grado de desmayarlo y se terminó la fiesta. Pinche historia horrible. Y lo peor de esta historia cucha es que se me olvidó la otra que tenía en mente. Incompetente. Le mandé mensaje a Marco y le platiqué lo sucedido y, como siempre, me dijo que no me preocupara, que ya me llegaría otra buena idea para un cuento.

Marco ya me había leído con anterioridad y juraba que yo tenía talento. Con frecuencia denigraba su propia escritura y decía que su verdadero talento era identificar el de los demás, llámesele un editor o un agente literario. La verdad es que sí sabía mucho de literatura, entendía las lecturas, sabía leer (algo de lo que reducidos lectores son capaces, aunque suene absurdo). Por eso, y sólo por eso, yo confiaba en que llegaría el día en que mi literatura sería recibida por el público. Cinco años de escribir, corregir y participar en concursos no son poca cosa: había logrado convertir las cacofonías en aliteraciones, redefinir la estructura del relato a mi manera, encontrarme con la estela de la literatura… Por eso ya me había vuelto inmune al rechazo. Carecía de razón alguna para seguir concursando, pero si Marco creía en mi escritura yo también lo haría.

Me acercaba a casa de mi amigo. Ocho horas de viaje ni se sienten en la carretera. En cuestión de media hora podría abrazarlo, agradecerle que me transmitiera el espíritu. Derrocharíamos unos gestos, derraparíamos la noche, descorcharíamos la vida. El cansancio me ganó. Llegué y miré a Marco, radiante, parsimonioso. Agradeció que lo visitara, me invitó a hospedarme en su casa. Era tan perfecto que me percaté que era un sueño. El chofer me estaba hablando y agitando, pero no quería despertar. Solté mi ímpetu, me levanté.

Rey, dónde andas?

Tranquilo en casa, papi.

Ya terminó la chamba, estoy con mi hija.

Tienes un rato libre?

Claro, papi, ¿qué pasó?

Pues más bien para salir a tomar algo
O para rondar por tus lares

¿Cómo?

Estoy de visita, mirrey!
: D

¿Cómo crees, papi?

No puede ser.

Es que la verdad no es un buen momento

Hace rato fui a casa de mi abuela, la vecindad está vuelta loca

Parece que mataron al cartero y resulta que fue amante de la dueña.

Parece que van a correr a todos…

Y estamos complicados en la casa, en un ratito tengo que ir para allá

y no sé qué va a pasar a continuación.

Cómo crees?
Tss suena que va a estar complicado
Y pues sí, definitivamente debes estar para tu abuela

Discúlpame, papito.

Te debo una.

No te apures, mirrey
Estas cosas de verdad pasan
Mejor ya que se resuelva me platicas qué pasó

Quizá la literatura no deba cruzarse con la vida real. Decidí rondar por las calles podridas en tierra y frío buscando una pulquería. Sentado en la barra comencé a escribir este cuento

Comparte este texto: