Twitter y el diálogo interno / NaiefYehya

Hubo un tiempo en que el diálogo interno era una pequeña voz que, como escribió Carlos Castaneda en sus guiones de autoayuda chamanística, nos «reafirmaba el mundo»; se trataba de un flujo narrativo privado que verbalizaba nuestras sensaciones, acciones y dilemas. Pero ese tiempo ha quedado atrás, hoy el diálogo interno se ha convertido en materia prima para ser twitteada. Hoy ya no tiene sentido mantener ese relato en secreto, y por absurdo o bochornoso que sea, es imperativo hacerlo público, es necesario compartirlo para alimentar un diálogo cacofónico planetario que se lleva a cabo en intervenciones de 140 caracteres o menos. Así, algo como 70 millones de tweetsson lanzados al ciberespacio diariamente por unos 200 millones de usuarios para regurgitar aventuras culinarias, confesar emociones reprimidas, súbitos descubrimientos y estridentes revelaciones, describir episodios de aburrimiento, enojo o tristeza y lanzar alegatos apasionados por temas dolorosamente triviales. Por supuesto, también sirve para difundir noticias, anuncios de manifestaciones, reportes de masacres, información especializada para todas las industrias y campos de conocimiento, avisos de servicios públicos y pitazos salvavidas.

Las redes sociales, como bien sabemos, son engendros híbridos, sistemas de comunicación e información que sirven principalmente como vehículos de redistribución de medios y de expresión personal supuestamente sin maquillaje ni edición. El microbloggeo de Twitter vino a imponerse como un certificado de estatus, como una constancia de estar al día y de estar vivo en este tiempo. Pero, más allá del deseo de estar a la moda y de no parecer viejo, la obsesión con Twitter responde a una necesidad neurológica universal, a un deseo de exteriorizar y exponernos al elogio y el aprecio de los demás. La privacidad no parece un privilegio tan deseable como la posibilidad de establecer cientos o miles de relaciones en línea. No por nada Twitter ocupa el noveno lugar entre todas las páginas de la web.

El twitteo tiene la característica de que cada quien puede definir su experiencia a su gusto y en función de sus necesidades, al elegir a quién seguir y al ser elegido por otros para ser seguido. La brevedad de los twitteos parece perfectamente moldeada para la velocidad, la profundidad y la vida efímera de las ideas en la red. Así, un tópico de moda o trendingtopic tiene un ciclo de vida de entre 20 y 40 minutos, en los que podemos apasionarnos, discutir, pelear, olvidar y pasar a otra cosa. También el twitteo puede crear una sensación de comunidad, de fraternidad y solidaridad entre desconocidos que aparentemente comparten gustos, ideas, intereses y emociones. Se crea entonces una burbuja de pseudointimidad, donde creemos que se puede decir lo que sea y que nuestros comentarios sarcásticos o cómicos serán interpretados a la perfección. Lamentablemente, en la vida real ese tipo de comunicación personal requiere de cierta complicidad, de compartir una historia y entender el contexto de nuestras palabras. Esto rara vez puede darse entre los «amigos» de la red; de ahí los constantes malentendidos, y cuando se trata de celebridades, los escándalos y reacciones desproporcionadas a comentarios frívolos o ingenuos.

Paradójicamente, el twitteo puede ser un entretenimiento inofensivo, una prodigiosa pérdida de tiempo o bien una poderosa herramienta para la organización popular, que puede ser determinante en la derrota de los mecanismos censores de los estados totalitarios y las corporaciones despóticas. No hay duda de que en cinco años la sociedad se ha transformado por el impacto de Twitter; lo que queda por evaluar es cómo nos hemos transformado nosotros por usar este recurso. ¿Qué nos ha hecho la compulsión de querer comunicarlo todo? ¿Cómo nos cambia la posibilidad-tentación-necesidad de reinventarnos ante el teclado? ¿Quiénes somos cuando moldeamos nuestras opiniones para el consumo externo o manufacturamos una especie de espontaneidad pensando en «amigos» que en realidad son lectores que a su vez son potencialmente fans? Como señala PeggyOrenstein, Twitter no viene tanto a borrar la frontera entre lo público y lo privado (eso lo han hecho muchas otros servicios, como Facebook), sino entre un ser auténtico y uno artificial. Al hablar de nosotros mismos estamos fabricando «contenido» para el consumo de los demás: esto es a lo que se refiere Sherry Turkel al hablar de «la psicología como performance».

¿Quiere decir esto que el simulacro baudrillardiano (la copia como hiperrealidad) ha alcanzado el último reducto de la conciencia? El diálogo interno era siempre un monólogo en el que interpretábamos roles antagónicos para poner en escena una conversación solitaria. Hoy, el twitteropuede reemplazar este pseudodiálogo por una auténtica tertulia.

Y ahora puedo ir con tranquilidad a twittear, que acabo de terminar de escribir mi colaboración para Luvina.

 

 

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