(Buenos Aires, 1960). El día que no fue (Alfaguara, 2019) es su obra más reciente.
Llevo dentro de mí los desiertos, la arena caliente del silencio.
Edmond Jabès
1. Tengo el recuerdo de un nombre en la punta de la lengua, por eso exploro las pieles como quien busca un tesoro. Eso te dije la mañana del encuentro intentando explicarte mi sed de desierto. Tengo el recuerdo de un nombre. Sonidos brumosos, sílabas, una cierta tibieza en el oído, y la historia del ángel aquel —viejo cuento de arrullos en idish— que se lleva en un beso la memoria del recién nacido. Por eso exploro las pieles como quien busca un tesoro, ávida y metódicamente, te dije la mañana del encuentro al despertar nadando en tu vientre marino, sal de todas las sales para mi sed de desierto. 2. Desierto escribí y fue la noche de Iquique cayendo sobre el Pacífico. Doce mujeres me contaron sus historias. Hoy las tengo envueltas en papel de China. Tenían hijos o nietos. Miedos y deseos. Una cargaba amorosamente a su bebé. Se llamaba Mirta y era paraguaya. La mayor llevaba ahí casi veinte años. Tomamos té y hablamos de libros como si fuera un encuentro cualquiera. Cada tanto repetían: «Desde acá no se ve el mar». La misma nostalgia de horizonte que mi padre tiene en la mirada. Algunas eran casi adolescentes, como nosotras cuando escuchábamos la cantata de Santa María. Cerca del penal vi un letrero que decía «Peligro tsunamis» «Señoras y señores, venimos a contar aquello que la historia no quiere recordar pasó en el norte grande, fue Iquique la ciudad 1907 marcó fatalidad». Las laderas de los cerros estaban rojas de atardecer, y yo recordé de pronto un momento que fue sólo nuestro frente a este mismo océano. Caminé entonces durante horas por la costa, extrañándote, y avergonzada de estar afuera. 3. Desierto escribí y un aire caliente me cubrió brazos y piernas. Fuego oscuro en medio del pecho. La luz que me obligaba a cerrar los ojos, la arena clavada en la piel. ¿Qué tengo que ver yo con cuarenta años de éxodo? ¿Qué historia también mía asoma en la sonrisa de mi madre, o en las manos dulces de mi abuela? Me reconozco acaso en la travesía, en la mirada que extranjera ansía una palabra que dé raíz. Sin rezos ni velas cada viernes cargo un libro desde hace siglos. Lo deletreo buscando tu nombre, agua fresca de tus islas para mi sed. Soy la que camina hacia la última frontera Valla de acero Tren en marcha Cuerpo agrietado Desierto escribí Mil, dos mil, cinco mil, Y tantas más que quedan en el camino. ¿Qué tengo que ver con el frío que hiere en las noches? Albergue Refugio Ven que te llevo de la mano. Te cubro con mi abrazo Cargo tu mochila Beso tus llagas Qué tengo que ver con el desierto Sal de todas las sales Tú Para mi sed.