(Guadalajara, 1982). Es autora, entre otros libros de poesía, de Jaws [Tiburón] (Mantis / Conaculta, 2015), con el que obtuvo el x Premio Nacional de Poesía Ignacio Manuel Altamirano.
Acá, en Berlín, Timo Berger, poeta, traductor y —junto con Rike Bolte— creador del festival de poesía Latinale en Alemania, me pide que le mande saludos a Roxana Crisólogo, «una de mis poetas favoritas». Acá, en el aeropuerto de Estambul, la obra de Roxana se lee como un anclaje, una habitación del pánico que me resguarda en mi lengua, en una melodía en la que reconozco a mi madre, a mi abuela, a la que fui y a la que ahora busco regresar. Un viaje sólo de ida. Acá, en Guadalajara, aclamamos la obra de una de las poetas más importantes de Perú. Y es que Kauneus, «belleza» en finés, nos habla directo:
Ella viaja mirando hacia atrás
Retrocede generaciones para encontrar el momento
en que la belleza le hizo sombra
dice Roxana Crisólogo, y ¿qué es leer sin mirar atrás? ¿Qué es la poesía sino un retroceso, una suspensión en el tiempo que nos hace detenernos, esperar? En estos tiempos de aceleracionismo absurdo en que la muerte pareciera ser la actividad más prominente, ¿qué nos detiene? El poema. Este libro, publicado por Intermezzo Tropical, nos habla más de nosotros de lo quisiéramos. Nos habla de nosotras, de nosotras escribiendo, de nosotras como hijas, de nosotras exiliadas, de nuestras madres que no son sino una raíz de nosotras y una búsqueda, una meta hacia donde realmente somos.
La belleza. ¿Acaso la belleza existe si no se la contempla? Más precisamente: ¿acaso la belleza existe si no se da la vuelta tiernamente hasta desvelar las sutiles costuras que le dan forma y un volumen tendiente al éxtasis más amarillo y flamígero? ¿Acaso la belleza existe sin su desaparición, sin sus límites irreversibles, sin su decadencia? Esto es lo que somos. A lo largo de los cinco apartados de este libro, Roxana Crisólogo nos toma de la mano para acercarnos a un mapa mundial propio.
Acá, en el aeropuerto de Estambul, de donde no podré salir sino hasta muchas horas después, la escucho leer sus poemas en mi voz, una voz disuelta entre muchas que deviene en coro:
yo no llevo de la mano a nadie
me empuja la masa de viajeros compulsivos
sus bolsas de duty free que llenan de perfumes
las elegantes vitrinas de los negocios de relojes y joyas
la masa tiene pasaporte por eso avanza
afirma Roxana con una lengua permeada de muchas otras indiscernibles ante nuestro castellano, es decir, el nuestro tapatío y el suyo, limeño. En su poesía hay rasgos que nos hermanan: nuestra lengua compartida, desde luego, pero también la erosión de un capitalismo homogeneizante, que ella señala sin tregua y que pone en la mira de una poética sin concesiones. «Cada parte mía voló a hacerse de un pedazo / de tierra en este mundo / buscó un idioma para esclarecerse», afirma la poeta sin saber que esta guía nos es también un manual de adquisición de la lengua, una lengua viva y regresiva a la que la poesía revitaliza tras la violencia, tras las muertes y desapariciones, tras el avance opresivo de los tráileres llenos de cadáveres sin destino, exiliados de sus familias y de su nombre. «Tu nombre», dice, «que ahora intento reconstruir usando los más sofisticados / métodos / para identificar cadáveres en la morgue de Lima no tiene traducción». Y, sin embargo, Roxana Crisólogo nos traduce esta pérdida, este vacío; nos acompaña.
«Le pregunté a la belleza / mirándola a los ojos / qué es lo que ve / mientras estiro mi cabello», pregunta la poeta. Y casi quisiera responder con un verso de La belleza del marido, un ensayo narrativo en 29 tangos, de Anne Carson, en la traducción de Ana Becciu: «¿Es la inocencia uno de los disfraces de la belleza? / Podría llenar toneles de / amenaza con una luz como el más fino aceite de oliva. Empecé a entender que la naturaleza / es algo agrietado y profundo en donde nos zambullimos, oscureciéndonos». Pero Kauneus funciona justo al revés: planteando esta pregunta a partir de su respuesta. Así, la premisa de Roxana Crisólogo empieza por el final: «Este cuerpo respira midiendo la distancia de una palabra a otra / quiere mantener la imagen de cintura frágil / del talle de espina de pez de una sinuosa carne / Este cuerpo este pez es la delicia de los ojos / de los que en el acuario terminan atrapados por una luz / es la belleza».
La belleza, entonces, nos recompone en nuestras múltiples partes. La belleza existe en el reensamblaje de nuestros pedacitos regados por el mundo, rotos a fuerza de una o dos y miles de violencias sistémicas que día a día nos desarticulan pero que vuelven a amalgamarse en un destino mercurial que tiende a congregarse alrededor de un núcleo: la lengua; alrededor de un mecanismo: el poema; alrededor de una voz, la de Roxana Crisólogo, que nos nombra y nos reúne, nos enciende un fuego desde todas las esquinas del mundo y nos canta rumbo a la noche.