El viaje, la risa, la melancolía

Adriana Díaz Enciso

(Guadalajara, 1964). En 2020 se publicó su traducción de El velo alzado, 
de George Eliot (UNAM, 2020).

Viajar es una experiencia liminar en la que se cruzan muchos más umbrales que el de la frontera material entre un lugar y otro. El desplazarse es hacia el interior tanto o más que la trayectoria externa; involucra riesgo y solemos emprenderlo con una complicada mezcla de excitación, ansiedad, deseo, fatiga, aprensión. El viaje nos lleva a lo nuevo, lo distinto, lo extraño, y nos permite ser otros también, libres de dar rienda suelta a nuestras fantasías y hasta a nuestras neurosis. Esa libertad nos vuelve temerarios y, a la vez, vulnerables.

Todo esto lo sabe muy bien Ana García Bergua, que en su libro más reciente, Leer en los aviones, explora la condición humana con atención acuciosa y el humor que la caracteriza, melancólico e hilarante a la vez, a través de dieciocho variantes del viaje. Sus personajes viajan en avión (¡en el Concorde incluso!), en autobús, trenes, autos, camiones de mudanza, barcos, elevadores, lenguas extranjeras, patines y tacones. Viajan por placer, por trabajo, o por la fuerza. Viajan solos o con amigos, con la familia o la pareja (legal o clandestina), con compañeros de trabajo o raptados por criminales. Viajan para llegar a algún lugar preciso o para perderse. Viajan con sus deseos, sus obsesiones, sus fantasías y supersticiones, a veces con una alegría frágil que en el trayecto se transforma, o con un recelo que se convierte en inesperada dulzura. Viajan por lugares prosaicos o atraviesan paisajes que la extrañeza del tránsito vuelve casi sobrenaturales. Los desenlaces de estos relatos son a menudo abiertos, pues ésa es la naturaleza de todo viaje, incluido ese que a todos los incluye: el de la vida.

Una constante en este libro es el absurdo, y los lectores que tienen el privilegio de seguir la trayectoria de García Bergua no serán decepcionados. La autora teje tramas fascinantes con los hilos de lo irracional, lo extravagante, la incoherencia que impregna el desenvolvimiento de la vida cotidiana. Podríamos decir que los personajes son todos gente «común y corriente» (aunque incluyan, por ejemplo, a una señorita que desaparece en los elevadores), y si los relatos de Leer en los aviones nos vuelven testigos de escenas de marcada extravagancia, es por la mirada curiosa y sagaz con que García Bergua sabe encontrar la dimensión absurda de la experiencia humana.

Es cierto que reímos al leer estos cuentos —a veces a carcajada abierta—, y esto es en sí ya bastante placer para el lector, pero sería un placer limitado si no viniera acompañado de esa otra cualidad característica de la autora: la mirada compasiva, tierna incluso, sobre sus personajes, no importa qué tan grandes sean sus despropósitos, qué tan triste, ordinaria o hasta siniestra sea su historia. Cuando hablo de un humor melancólico me refiero justo a esta mirada certera y hábil, ingeniosa pero no burlona. No es la mirada de una autora que se crea superior a sus criaturas, sino la de quien sabe cuán vasta es la dimensión de nuestra vulnerabilidad, de la fragilidad de nuestros sueños y deseos, y concluye sin embargo que la vida merece ser vivida y narrada, precisamente  porque somos capaces (no nos queda de otra) de arrojarnos a ella a tropezones y a ciegas; de encontrarnos con el enigma constante de los otros, enredarnos con ellos y, si tenemos suerte, desenredarnos; capaces del no por humilde menos valeroso acto cotidiano de vivir aunque la muerte nos espere al otro lado. Es como si esta mirada que es, sí, implacable y agudísima, consumara a través del humor una magia curativa para revelarnos una dimensión que antes no habíamos imaginado de lo que significa la inocencia.

No es un logro menor, y está presente no nada más en los relatos más festivos y celebratorios del volumen, sino también en aquellos ensombrecidos por el ala de la violencia —ese paisaje en desoladora expansión que todos los mexicanos, por desgracia, reconocemos—, de los que «Rico» o «Mudanzas Rodríguez» son soberbios ejemplos, o en la soledad abismal del protagonista de «Servicio de paquetería», a quien encuentro heredero tanto del Bartleby de Melville y de Kafka como de «El doble» de Dostoyevski. Esa inocencia la encontramos también en los personajes que, desarmados, viajan tras sus deseos (o su lujuria) y su esperanza.

No alcanza el espacio para hacer un somero bosquejo de cada cuento, aunque vaya que quisiera, pero sí puedo señalar que este libro, como todos los de la autora, está sustentado por su muy particular poética. El humor es una de las herramientas que mejor se prestan para indagar con hondura en el alma humana, y García Bergua lo hace de manera excepcional.

Uno de los hilos que enlazan a varios de estos relatos es el paisaje que los personajes ven por las ventanas: ya sean pintorescos o yermos, un bosque, un pueblo, o el puerto donde se queda, perdido para siempre, el hermoso fauno que trabaja en un Oxxo, las descripciones son todas bellísimas y lo descrito fugaz, entrevisto apenas, lo cual es por supuesto una de las principales atracciones y desencantos de todo viaje. En el anhelo, la nostalgia de quién sabe qué que nos atenaza al ver por la ventana el paisaje que, sin remedio, se va, nos reconocemos todos pasajeros.

Leer en los aviones, de Ana García Bergua. era, México, 2021.

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