Preparatoria 12
Estoy sentada en mi habitación, como siempre, viendo la tele. Por una extraña razón estaba muy inquieta: sabía que algo iba a pasar si abría la puerta que llevaba ya unos minutos atrayendo mi atención, y tal como lo presentía, tocaron. No quería abrir, sabía lo que pasaría, aunque, la verdad, me emocionaba mucho pensar en ello… Finalmente me decidí a abrir y ahí estaba lo que tanto había temido: él, el único para mí, al lado de esa tipa zarrapastrosa a la que tanto odiaba yo. Se besaban con júbilo sin percatarse de que yo los veía; mi estómago se contraía y, como el Big-bang, sentía (o sabía) que iba a explotar, pero no podía moverme, solamente los veía: chorros de lágrimas en mis ojos, un mar bajo mis pies, y ellos, burlones, sin tomarme en cuenta. ¿Por qué no iba yo y agarraba aquel cuchillo que estaba encima de la mesa? ¡No! La muerte no es un castigo, nunca un castigo como el que tendrán mientras yo viva…
Con este sentimiento de odio, repulsión e infinita tristeza, abrí los ojos. Ahí estaba él al otro lado de la mesa.
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