Los cuerdos y los locos / Andrea Orozco Arias

Preparatoria 7

Se dice que los locos se tiran de los puentes y los cuerdos comen ensalada en los parques los domingos. Pero las ensaladas de éstos contienen absurdos aderezos que los locos intentan explicarse observando fijamente a los cuerdos que cruzan la calle, lanzándoles piedras bien elegidas para averiguar si esos seres con corbata, uñas color rosa chillón, cafés en la oficina y boletos de estacionamiento sellados con rigurosidad continúan siendo tan humanos como ellos.
     Los cuerdos salen de repente de entre las pequeñas manadas que les gusta formar en restaurantes lujosos y salones grandes de juntas, y disfrutan charlar por teléfonos celulares con personas formales.
     Los locos, intrigados, se cuestionan sobre el arte de hablar y hablar con tanta insistencia en medio de la soledad que tales aparatos ocasionan. Por eso, envueltos en túnicas blancas, se entretienen balbuceándose palabras deshilvanadas, pretendiendo conseguir un día la fluidez de los solitarios conversadores de negocios.
     Los cuerdos nunca caminan; siempre corren o conducen. Pero a los locos no han podido persuadirlos y permanecen estáticos, observando con detenimiento grietas, partículas y hojas secas.
     Los locos nacieron en otro espacio, con otro viento, y se burlan con gestos grotescos y sonrisas tenebrosas de la repulsión con la que se les alejan los cuerdos.
     Los cuerdos, pues, son la razón de ser de los locos, porque éstos últimos no dejarán nunca de maravillarse de la forma en que los primeros se atan cuidadosamente los zapatos, ven a sus parejas de ocho a diez todos los días, visten de negro y piden permiso al pasar en medio de dos personas que conversan.
     Los cuerdos, pues, hacen lo que deben, son entes de actuar, sonreír. Se detienen a pensar tan poco, que nunca es suficiente.
     Los locos, en cambio, no dejan de filosofar, de pensar y pensar, hasta que es demasiado.

 

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