(Lima, 1984). Las ilusiones (Alastor, 2019) es uno de sus libros de poemas más recientes.
El mundo es todo tejido de sueño y error
fernando Pessoa
En el norte absoluto, el norte ya no existe.
Las cosas sólo pueden venir del sur.
En el centro de lo social, lo social ya no existe.
Las cosas sólo pueden venir de otras partes.
En el centro del tema, el tema ya no existe.
Las cosas sólo pueden venir de otros.
Todas las fuerzas magnéticas se revierten.
Jean baudrillard
i Y terminamos de recorrer la profundidad de la pampa después de nueve horas en turnos al volante, para que mirar el mapa y manejar sea igual de necesario y no cansarnos de las variaciones en la humedad del aire, y que subir hacia la sequedad no se haga largo y tedioso para las sienes donde descanso este espasmo de memoria, esta sutura abierta al giro sinsentido de la sangre y los impulsos mil de adelantar los camiones de carga y estar en todas partes: sentir como propio algo del vuelo no físico, el ascenso sobre las líneas de la cordillera, ecos de un acantilado que a nuestro paso pronuncia la repetición de nuestros nombres acodando a tierra los sonidos de todas las notas. Los viajes tienen esto de repetir la vida sobre la superficie rojinegra, de repetir los acantilados sobre piedras inmensas, de ser siempre sí mismos y devolvernos plegados a sentirnos literalmente mínimos en las sucesiones intrincadas de curvas y líneas, espejismo prieto sobre las manchas amarillas de la carretera, y el vuelo de un destino que va viajando al sentido sólo para quien ha buscado alguna vez fuera de sí. Esto que aparece sobre el camino es quietud de polvo acumulado sobre piedra; siempre sucede como un giro sostenido que cierra las puertas para un gesto distinto que venimos sintiendo y se detiene todo en y con nosotros, que cambiamos del mapa al volante, del interior a la noche, a las eternas mediaciones de una luz que en ascenso va abarcando las germinaciones del mundo. v Tíos y primos por toda la casa, el comedor, el patio a turnos en las camas para dormir la siesta, a turnos en el jardín, debajo de alguno de los árboles frutales, pero nadie debajo de la higuerilla, donde la silla vacía permanece dispuesta, como decía la abuela, para cuando baje el diablo. Debajo del manzano, un sueño interrumpido por un fruto caído en la precariedad de su desprendimiento. Historias surcan de lado a lado las escenas: el viaje individual a otra ciudad, ya sin los padres, de Andahuaylas a Huamanga, Cuzco, Chiclayo. Luego la llegada a Lima, que siempre tiene la forma del sueño que la contiene, ilusión frustrada por exceso de polvo sobre los arenales, y nada de jardines con enredaderas, sólo precariedad creciente aglutinándose, escamoteando la existencia de todo lo anterior. Siempre que se viaja algo se pierde, y algo queda, como la manzana cayendo, haciendo hablar al ánimo que templa luego de respirado otro aire, el salto de un recuerdo hacia un instante plagado de experiencia y un lenguaje que todo lo trae al sentido de poder decirlo en suma, y entregarse a ella. Todas esas ciudades, entonces pueblos grandes, ahora siendo menos de lo mismo: pléyades para calles encogidas, colores que brillan distinto con la luz de la distancia, y el fuego de haber visto sin malicia, y con la flama en el ojo dar la vuelta y consumar el ciclo. Otra vez, como los padres, un recuerdo repetido de un viaje en otro viaje, un pasar de páginas anclado al tacto, al habla que en la repetición del mensaje transforma al mensajero en hábito de las transformaciones para dejarnos con algo entre las manos: la vida ahora es excesiva, el día queda grande para toda la energía pululando en casa y la ciudad que sabe que de mucho tiempo en lecciones se vuelven los círculos andados, las angustias en fuerza, en calma las tensiones, la penumbra en consuelo para la noche plena.