Huamanga (fragmentos)

José Miguel Herbozo

(Lima, 1984). Las ilusiones (Alastor, 2019) es uno de sus libros de poemas más recientes.

El mundo es todo tejido de sueño y error

fernando  Pessoa

En el norte absoluto, el norte ya no existe.

Las cosas sólo pueden venir del sur.

En el centro de lo social, lo social ya no existe.

Las cosas sólo pueden venir de otras partes.

En el centro del tema, el tema ya no existe.

Las cosas sólo pueden venir de otros.

Todas las fuerzas magnéticas se revierten.

Jean  baudrillard

i
Y terminamos de recorrer la profundidad de la pampa
después de nueve horas en turnos al volante,
para que mirar el mapa y manejar sea igual de necesario 
y no cansarnos de las variaciones en la humedad del aire, 
y que subir hacia la sequedad no se haga largo y tedioso
para las sienes donde descanso este espasmo de memoria, 
esta sutura abierta al giro sinsentido de la sangre
y los impulsos mil de adelantar los camiones de carga
y estar en todas partes: sentir como propio algo del vuelo 
no físico, el ascenso sobre las líneas de la cordillera, 
ecos de un acantilado que a nuestro paso pronuncia
la repetición de nuestros nombres acodando a tierra 
los sonidos de todas las notas. Los viajes tienen esto 
de repetir la vida sobre la superficie rojinegra,
de repetir los acantilados sobre piedras inmensas, 
de ser siempre sí mismos y devolvernos plegados 
a sentirnos literalmente mínimos en las sucesiones 
intrincadas de curvas y líneas, espejismo prieto 
sobre las manchas amarillas de la carretera,
y el vuelo de un destino que va viajando al sentido 
sólo para quien ha buscado alguna vez fuera de sí.
Esto que aparece sobre el camino es quietud
de polvo acumulado sobre piedra; siempre sucede 
como un giro sostenido que cierra las puertas 
para un gesto distinto que venimos sintiendo
y se detiene todo en y con nosotros, que cambiamos 
del mapa al volante, del interior a la noche,
a las eternas mediaciones de una luz que en ascenso 
va abarcando las germinaciones del mundo.
 

 
v
Tíos y primos por toda la casa, el comedor, el patio
a turnos en las camas para dormir la siesta, a turnos 
en el jardín, debajo de alguno de los árboles frutales, 
pero nadie debajo de la higuerilla, donde la silla vacía 
permanece dispuesta, como decía la abuela,
para cuando baje el diablo. Debajo del manzano, 
un sueño interrumpido por un fruto caído
en la precariedad de su desprendimiento. 
Historias surcan de lado a lado las escenas: el viaje individual 
a otra ciudad, ya sin los padres, de Andahuaylas
a Huamanga, Cuzco, Chiclayo. Luego la llegada 
a Lima, que siempre tiene la forma del sueño 
que la contiene, ilusión frustrada por exceso
de polvo sobre los arenales, y nada de jardines 
con enredaderas, sólo precariedad creciente 
aglutinándose, escamoteando la existencia
de todo lo anterior. Siempre que se viaja algo 
se pierde, y algo queda, como la manzana 
cayendo, haciendo hablar al ánimo que templa
luego de respirado otro aire, el salto de un recuerdo 
hacia un instante plagado de experiencia
y un lenguaje que todo lo trae al sentido
de poder decirlo en suma, y entregarse a ella.

Todas esas ciudades, entonces pueblos grandes, 
ahora siendo menos de lo mismo: pléyades
para calles encogidas, colores que brillan distinto 
con la luz de la distancia, y el fuego de haber visto 
sin malicia, y con la flama en el ojo dar la vuelta
y consumar el ciclo. Otra vez, como los padres, 
un recuerdo repetido de un viaje en otro viaje,
un pasar de páginas anclado al tacto, al habla 
que en la repetición del mensaje transforma
al mensajero en hábito de las transformaciones 
para dejarnos con algo entre las manos:
la vida ahora es excesiva, el día queda grande 
para toda la energía pululando en casa
y la ciudad que sabe que de mucho tiempo 
en lecciones se vuelven los círculos andados,
las angustias en fuerza, en calma las tensiones, 
la penumbra en consuelo para la noche plena.
 
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