(Ciudad de México, 1963). Su libro más reciente es En esa delgada separación (Universidad Veracruzana, 2019).
En el libro El mago de los colores, de Arnold Lobel (Corimbo, Barcelona, 2004), la realidad no tiene colores, nadie los conoce porque aún no los imaginan. Todo es gris, blanco o negro. La vida entonces es aburrida y monótona, hasta que el mago hace experimentos y obtiene primero el azul, después el amarillo, luego el rojo, y al final mezcla unos con otros y logra todos los demás. Me pregunto qué sería de los seres humanos sin percibir el color, esa entidad a la que nunca hemos puesto en entredicho. La relación con los colores nos conecta con los juegos infantiles, los recuerdos y estados de ánimo. Los colores son entrañables y pensaríamos que permanentes, parte de la realidad física. No podríamos referenciar nuestra vida sin ellos.
No obstante, el color es un fenómeno subjetivo, siendo que la experiencia del color no es la misma entre los diferentes seres del reino animal. Incluso el tono de luz específico que llega a nuestros ojos depende de la fuente de luz y del objeto iluminado. Una impresión producida en nuestro ojo por ese tono del espectro cromático e interpretada por nuestros centros nerviosos en el cerebro. Los colores están contenidos en el espectro de la luz visible pero en distintas longitudes de onda; nuestra percepción puede captarlos por separado gracias a la confluencia de esas longitudes de onda y la frecuencia de las vibraciones de las radiaciones electromagnéticas (inversamente proporcionales), además de los materiales de las cosas. El color de una sustancia se genera por su absorción y reflexión de la luz y depende de las propiedades físicas del material, sus átomos y moléculas absorben la energía de la luz a ciertas frecuencias y reflejan el resto hacia nuestros ojos: es así como revela un color específico del espectro de la luz.
La luz es absorbida cuando logra impulsar a los electrones de un estado energético a otro; sólo las ondas luminosas de determinadas frecuencias tienen la energía adecuada para estimular las transiciones electrónicas que determinan el color. Un fenómeno que nos devela el compuesto multicolor del espectro de luz visible es la refracción. Como en el arcoíris. La dispersión de la luz ocurre cuando los rayos con diferentes frecuencias y por tanto de distintos colores, al atravesar entre medios transparentes de distinta densidad, se dispersan en diversos ángulos hacia nuestros ojos y sólo algunos de ellos son percibidos por nuestra mirada.
El color es todo un advenimiento, difícil de comprender siendo que los colores viven nuestra intimidad y nuestra rutina. La nimiedad del transcurrir y los instantes grandiosos se acompañan de colores. Utilizados por el ser humano desde tiempos inmemoriales, en las pinturas rupestres de Lascaux y Altamira se usaron pigmentos obtenidos de la tierra. Los egipcios lograron una rica gama de colores; mediante la transformación química de los minerales, ellos son los primeros que utilizaron los procedimientos de la química para lograr colores tan sorprendentes como el llamado azul egipcio, con óxido de calcio, óxido de cobre y cuarzo. Sometido a una temperatura muy precisa, este material azul era opaco y quebradizo; no lograba ser un pigmento sino hasta ser macerado y pulverizado.
Los griegos trabajaron en sus decoraciones sobre todo los colores primarios: azul, rojo y amarillo. En Pompeya se usó una gama amplia de colores, apreciados actualmente en los frescos que se conservaron. Los ácidos minerales fuertes fueron descubiertos a principios de la Edad Media por los alquimistas árabes.
Cuando el imperio de Alejandro Magno descubrió en Oriente nuevos patrones estéticos y nuevos minerales, el colorido del arte ganó en belleza, como el cinabrio, resina roja extraída de ciertas plantas asiáticas y que en la Edad Media se llamó sangre de dragón, nombre cuyo origen fue plasmado por Plinio el Viejo: según el alquimista árabe Avicena, el dragón envuelve con su cola las patas del elefante, y el elefante se deja caer sobre él, entonces la sangre del dragón enrojece la tierra y toda la tierra tocada por su sangre se convierte en cinabrio: sangre de dragón. Según Phillipe Ball (La invención del color, Turner / fce, 2001), lo más importante de este encuentro fue el contraste de la estética de brillantes matices de Persia y la India con la austeridad de los griegos. Esta influencia originó la hermosa riqueza del arte bizantino, que al ser llevado a Occidente con las cruzadas inspiraría un uso más atrevido del color entre los europeos.
Hay diversidad de colores que se han ido inventando a lo largo de la historia, gracias a los avances de la química. También existen historias de experimentos con los colores, así como obras de arte, por ejemplo las grandes catedrales medievales, con sus inmensos y coloridos vitrales. El Museo de Arte Contemporáneo de Castilla y León —ocho siglos después de la construcción de la catedral de León (1205)— está construido con grandes paños de colores para hacer eco a los vitrales de la catedral; la intención es brindar al visitante «un espacio otro» del de su cotidianidad a través de ese complejo traslado por la serie de grandes vidrieras de colores, logrando establecer un nuevo espacio de vínculos y nudos para la interacción humana. En palabras de los arquitectos (Mansilla + Tuñón Arquitectos), «una estructura que se desarrolla a partir de un sistema abierto, formado por un tejido de cuadrados y rombos, que permite construir una geografía secreta de la memoria. Se trata de un proceso de activación o excitación de un fragmento de lo que nos envuelve, semejante a arrojar una piedra, o una palabra, o un recuerdo, sobre un estanque de perímetro accidentado, que recibe de forma inmediata las ondas directas, reflejándolas y deformándolas al interactuar con aquello que lo rodea. De este modo, el eco del mosaico romano arrojado sobre el lugar activa perímetros insospechados, y a la vez lógicos, iluminando de un modo distinto los campos cercanos labrados, siempre ordenados en su interior pero desordenados en su perímetro… Se establece así un sistema de comportamiento patrón local, que genera las relaciones elemento a elemento, donde la coherencia del conjunto no viene dada por la división de una figura completa ni por los elementos que la componen, sino por la alianza que los relaciona. Las ondas rebotan aquí sobre el terreno de los campos matemáticos, bajo la sombra y el recuerdo de la mezquita de Córdoba… Quinientas vigas prefabricadas cierran unos espacios caracterizados por la repetición sistemática y la expresividad formal que aporta una luz cambiante… Los paramentos se revisten de colores, empeñados en erigirse en protagonistas de la Representación Pública; nos hablan de la vitalidad de la ropa tendida y las plantas que cuelgan desde los balcones de las plazas, de los niños asomados y curiosos… Su imagen proviene de la pixelización de un fragmento de las vidrieras de la Catedral de León» (musac, Junta de Castilla y León, pp. 14-16).
Lo antiguo visto desde las pupilas modernas. Lo que vemos lo nombramos, pues las palabras evocan cosas, imágenes, hechos. Es así que los colores también han sido definidos, sus significados han ido variando a través de las distintas épocas. Antoine Furetière publicó su Dictionnaire Universel de manera póstuma en 1690, lo que le valió la expulsión de la Academia Francesa en 1685, todavía en vida y únicamente por la noticia de que lo iba a publicar. Cécile Wajsbrot, quien presenta y selecciona algunos textos bajo el título Les Couleurs (Zulma, Cadeilhan, Francia, 1997), comenta que a finales del siglo xvii existía el oficio de quienes, con la sabiduría del color, ofrecían colores al mundo: los tintoreros. Las tinturas servían de valor y de medida. Como definición de color, se lee en el Diccionario de Furetière, «se dice de la disposición de la tintura, del rostro y de la carne. Las gentes que se portan bien tienen el color carmesí, tienen mucho color. Los españoles son de color olivo. Las jóvenes comunes son color plomo. Aquellas que están enamoradas poseen colores pálidos. Cuando aparece la gangrena, se vuelve la piel color lívido. Se dice también de las alteraciones que se hacen en el rostro por los movimientos interiores del alma. Un verdadero reproche hecho a un hombre, lo hace cambiar de color, se sonroja de vergüenza, palidece de cólera. El color le ha subido a la cara, por decir, se ha enrojecido»; color en plural «se dice también de los encargos que cada quien hacía para distinguirse de los otros y para demostrar alguna pasión o misterio» (pp. 28-29).
El libro está dividido en seis secciones: primero la definición de todos los colores, luego «Flores, frutos y plantas», en donde se define el origen natural de los mismos; después «Pigmentos»; la sección «Metales, minerales y piedras preciosas» trata sobre el origen mineral de los colores. Hay una parte titulada «Blasón», sobre los colores y la simbología de los escudos de cada estirpe. Y al final una sección llamada «Carrusel», que trata del color del pelo de los corceles.
En ese entonces la medida de las cosas tenía otros parámetros muy diferentes, con respecto a la manera de conseguirlas, a la distancia, por ejemplo, de transportar en caballo las materias primas. Cada color reflejaba en su historia y simbología la raíz de su procedencia. Esto se manifestó en la costumbre de los caballeros que en los torneos, cubierta la cara con armaduras, no se distinguían sino por su ropa, plumas y adornos de distintos colores, que generalmente eran tonos caros a sus amantes, en señal de su pasión por ellas. Y toda la cuadrilla tenía que llevar esos colores. De ahí la importancia de los caballos y sus matices. De esa costumbre viene el origen de los escudos o blasones de colores, que fue derivando en la heráldica con sus diversos significados y símbolos. De ahí proviene también la concepción del azul como el color del rey.
El color, ese elemento tan cotidiano y enigmático, podría definirse —tomando prestadas algunas palabras de Calasso— como una fluidez que envuelve todo aquello que circula entre el cielo y la tierra. Gracias a los colores se ha podido ir tejiendo, a lo largo de la historia de la sensibilidad, diversas ficciones que están presentes en el tejido del mundo, en este sitio donde los reflejos son más numerosos que las cosas mismas y donde se logra una fluidez trascendental en la forma de habitar el espacio.