Quizá sea más / Ingrid Dávalos

Preparatoria 11

Me detengo ante aquel restaurante. ¿Erguirme? Una postura poco adecuada para mí, pero de esta forma pareceré alguien más importante. Levanto mi cara y pienso en la refinada persona que puedo llegar a ser. Entro sin ser visto, afortunadamente no se han dado cuenta, por esto de que no me agrada que las señoritas me acompañen y me den mesa de fumadores o no fumadores; total, yo me siento donde quiera. Escucho a lo lejos los cubiertos y los posibles movimientos que hacen con ellos; seguramente están por terminar su apetitosa crema de champiñones. El olor a comida es excitante, pero también percibo el aroma de lo fino que es el lugar: la deliciosa música que tocan los señores al fondo es como disfrutar un exquisito corte de carne. Me decido a tomar una mesa, recorro la silla con delicadeza para evitar molestar a los comensales. Ya se imaginan, mientras pueda disfrutar de estos instantes lo haré. Me dispongo a sentarme, tomo el pañuelo blanco que se encuentra delante de mí, lo desdoblo y lo coloco en mis piernas; me pregunto si se verá mejor en mi camisa. Aquella respuesta sigue incompleta cuando se acerca de poco en poco un caballero bien vestido; es el mesero, seguro que no estará muy encantado con mi presencia, no por el hecho de que le dé más trabajo, sino porque soy un problema más. Se hace un enorme silencio, miro sus ojos que irradian tanto enojo que me gustaría esconderme debajo de la mesa o correr, pero eso no será posible, a estas alturas ya habrá llamado a más gente.
    Ya acomodado de cierta forma a la defensiva, me toma del brazo y me dice: “Señor, hágame el favor de acompañarme a la puerta”. Muy asustado de esta escena, no queda menos que moverse suavemente, a final de cuentas ellos terminarán haciendo el ridículo, la gente me observa camino a la enorme puerta de cristal, que parece esperarme. “¡No puede ser, de nuevo otra vez usted!”, dijo la hermosa señorita de cabello oscuro, muy alta. Una vez en la calle, los gentiles caballeros deciden acompañarme hasta la vuelta. Pasados unos metros, en ese mismo lugar me avientan y caigo con fuerza por la implacable gravedad. Ahora sí me rompí la nariz. En ese momento de dolor y como en cámara lenta, un pie me sofoca el estómago, otro golpea mi cabeza. El mareo comienza a sentirse, adoptaré la posición de un bebé en el vientre de su madre. ¡Oh por Dios, me han golpeado justo donde mi cirrosis se vuelve más crónica! Los educados caballeros me dicen: “¡Ésta es la última vez que regresas al restaurante, maldito mugroso! ¡Entiende que tú eres un vagabundo, perteneces a la calle!”.
    Permanecí inconsciente en el lugar al menos treinta minutos, de todos modos la gente que pasa por aquí dirá que estoy dormido, aunque sea el dolor el que me hace cerrar los ojos.
    Me levanto porque el sol me incomoda. Suelo ser bastante tolerante, pero esta vez fue distinto. ¡Demonios, perdí de vuelta mi zapato, algún otro vago de por aquí debe tenerlo! Quiero caminar y toco la sangre seca en mi cabeza. Avanzo por las calles y, estando ya en los lugares “naturales” para mí, recuerdo lo diferente que es el restaurante. Aquí el sudor parece ser el perfume más común entre los tipos como yo. Apenas meto la mano a mi bolsillo y logro sacar las únicas dos monedas de diez pesos; entro al lugar donde venden comida a un precio módico, aunque siempre está algo fría y salada; no hay otra cosa que degustar más que la típica sopa de verduras con más agua que la presa donde casi termino ahogado. Me dirijo al baño y el olor peculiar es el de un producto limpiador, claro, porque acaban de hacer el aseo. El espejo sucio y un tanto roto dibuja mi cara adolorida. Pongo un poco de agua en aquellas heridas. El dolor lo podría soportar pero el cansancio me derrumba. Salgo del baño, tomo un asiento y una mesa de aquellas que tienen mucha propaganda de alguna cerveza o refresco.
    Terminada mi comida, en la oscuridad de las 8:40 aproximadamente, voy hacia donde están mis cartones, periódicos y una tela raída.
    La realidad es tan flexible que todo depende de la forma en que sea observada y se viva. Podré ser quien no soy y actuar como deseo, a final de cuentas seré el mismo a cada momento pero con diferente faceta, en un mundo lleno de máscaras.

 

 

 

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