para Alma Delia
Con el mismo ritmo incesante manifiesto en sus múltiples formas —del cielo oscuro y brumoso al abierto y soleado—, la lluvia es la metáfora que mejor permite entrever la escritura de José Emilio Pacheco (1939). Por eso, quizá, no pudo ser otro el título elegido por el autor para celebrar el medio siglo de su presencia poética en la lengua española: Como la lluvia. Sí, como la frágil lluvia descrita en un poema hallado entre las ruinas de Pompeya y Herculano tras la erupción del Vesubio durante el año 72 a.C., pero también como la fugaz lluvia recreada infatigablemente por Vicente Rojo en la década de los ochenta con su serie plástica rotulada lacónicamente México bajo la lluvia. No el agua estancada de los lagos, sino el cauce, el fluir del río, la caída de la lluvia. Tampoco el ciclo del agua tanto como el ciclo inevitable de la pérdida, que todavía damos en llamarla vida.
José Emilio Pacheco inicia su viaje con la aparición de Los elementos de la noche, que contiene textos de 1958 a 1962, y ahora lo confirma con el volumen editado por el Colegio Nacional y Ediciones ERA, que recoge poemas escritos de 2001 a 2008. Entre un extremo y otro suceden catorce cuadernos, incluyendo La edad de las tinieblas. Cincuenta poemas en prosa de este mismo año, y cientos de poemas donde el impulso de la memoria ante el olvido y la pérdida cifra su mayor conquista: nombrar el presente desde la fugacidad que lo funde. No es otra la constancia que entraña el ejercicio de la palabra, aun cuando «Es hoguera el poema / Y no perdura», apenas «Epitafio del fuego / Cárcel / Llama».
Paradoja del tiempo el transcurrir incontroladamente mientras se va quedando. ¿En dónde? En la cárcel del poema al intentar asir uno de sus instantes, es decir, una gota del tiempo que se ha ido, que no es más que eso, rastro, huella, canto. Cae la lluvia, pero nunca el recuerdo tras la ventana; entonces nacen la memoria y la arcilla esencial para su materia, la palabra. En el primer texto del libro, «El señor Morón y La Niña de Plata, o una imagen del deseo», leemos a propósito de lo que puede considerarse una variación de la hermosa Mariana de Las batallas en el desierto o la joven y esquiva prima de El viento distante:
No hay rastro de su nombre en Internet
No perdura una sola foto.
Ya no existe memoria de aquel tiempo,
Del mundo antiguo nada sigue en pie.
Por todo esto
Guardo su última imagen para siempre,
Para siempre la veo en el Parque México
Y aún sigue despidiéndose de mí
Pero a cada instante
Está más y más lejos
Y nunca cesa de irse.
Y nunca cesa de escribirse, habrá que agregar, pues el autor tiende un juego casi inadvertido cuando declara que «Ya no existe memoria de aquel tiempo», pues, si bien esto es cierto, al mismo tiempo él está urdiendo la memoria de su vida y el mundo que compartimos en esos breves y templados versos, como en tantos otros igualmente inolvidables. Reacio al panfleto político o moralista de la literatura comercial, los fastuosos y no menos fatuos best-sellers, José Emilio Pacheco ha optado por mostrar la desnudez más plena de la condición humana; por ello ha insistido empecinadamente en atender que el hombre es la expresión más depurada del tiempo y, en consecuencia, del olvido y la memoria. La diferencia, la virtud es verdad, de la escritura en verso y prosa de Pacheco respecto a la realizada en Hispanoamérica durante el siglo xx, sin embargo, no radica en su temática ni en la obsesión con que se empeña en ella. Cuando se le otorga, porque ningún estímulo se concede, el Premio Miguel de Cervantes en su más reciente edición, se señala precisamente su afanosa labor por decir la contradictoria naturaleza del hombre tan sólo como es, y que el creador del Quijote expresó así en una cita que el poeta recoge en Como la lluvia: «No la has de ver en todos los días de tu vida».
No hay reclamo y mucho menos lamento. La memoria perdura, pero quizá sea insuficiente. Tal vez no, si puede ser nombrada. El hombre, al igual que la lluvia, es el presente de lo fugaz: «Contra el muro del día / El mundo llueve». El hombre escribe. Vive y olvida. También muere y canta. La poesía de José Emilio Pacheco impele a «Mirarnos como somos», en «La extrañeza del mundo, su misterio, / El castigo y alivio de ser mortales, / El terrible milagro de estar vivos» («El péndulo», «La extrañeza»).
Como la lluvia, de José Emilio Pacheco. ERA, México 2009.