(Ciudad de México, 1957). Su libro de poemas más reciente es Kyrie (Universidad Autónoma de Querétaro, 2020).
Gargantúa
a Antonio Calera-Grobet, nuevamente
Que viene, que llega, que ya está aquí. «Ese niño es como una estampida de búfalos que va dejando desolaciones a su paso». Las mamás no pueden verlo ni en pintura. «Ese niño es un barril sin fondo», exclaman. Se nos ordena echar doble llave a las despensas, fortificar los refrigeradores y colocar cruces en los dinteles, aunque, lo sabemos, éstas no espantan al voraz demonio. Eso, ése, es Gargantúa. ¡Al bajín! Estalla su grito de guerra. («Bajín», voz inventada por él, quiere decir robo, hurto, atraco de todo aquello que pueda comerse y beberse). ¡Al bajín! Congrega a su ejército de tragones que entran a saco en las humeantes cocinas del vecindario, hacen saltar los cerrojos, desmantelan las atrincheradas bodegas. Nada queda de los patos, gansos, atunes y sardinas; nada del atesorado jamón español; ni una gota de cerveza, pues los gaznates ávidos no respetan el vino de consagrar, ni la sidra reservada para las fiestas, hasta el recóndito oporto traído de Portugal fue descubierto y bebido de un largo trago por el vándalo. Cuando al fin decide retirarse, cuando se aleja hacia quién sabe dónde y su implacable ejército se dispersa, se va escuchando un estruendo de cacerolas y otros trastos que, poco a poco, se vuelve rumor de estómagos saciados. Dicen las mamás que todo habrá de terminar un día de éstos para Gargantúa, no con un quejido sino con un gran eructo.
Las tres brujas
a Jen, Lola, Gaby
Yo sólo creo en las brujas buenas, dije, mientras caminaba bajo la lluvia en aquel jardín. No hay «brujas buenas». Escúchanos bien, párvulo mentecato, las brujas beben pócimas, danzan, hablan en todas las lenguas, inventan otras; tienen dones, poderes que no te imaginas. Son dueñas de la noche donde medra la lechuza y de los días del gallo que pone al sol de cabeza; cantan canciones que nunca has oído y se van de fiesta por los techos de tu casa. Las brujas buenas tienen coronas de flores blancas, dije, los pies fríos y los ojos azules o amarillos. Qué cosa lánguida y triste eres, hombrecito. Las brujas son tres y ven lo que nunca nadie ha visto. Son dueñas del rayo que desata las tormentas y conservan el secreto del más oscuro corazón. Yo caminaba entre los álamos chorreantes de aquel jardín empapado por la lluvia. Entonces, dije con un suspiro, llévenme. Y ellas respondieron: Escucha, párvulo, y prepárate: en las noches interminables escucha al viento, al viento incesante, sólo entonces entenderás el llamado de las brujas.