Preparatoria de Tonalá
Encerrada en esa pequeña habitación oscura, fría y con ese horrible olor a humedad que se mece lenta y delicadamente como un barco, dos pares de brillantes ojos, tan brillantes como los diamantes, me observan atentamente; la bestia de afilados colmillos y el potro de tres cuernos, que parecen estar cubiertos de fuego, se miran, como disputando una sangrienta batalla de esgrima con tan sólo ese inocente contacto visual. En momentos observan cómo mi sangre cae por mi garganta hasta mis pies, como pólvora esparciéndose por todo el lugar. Ruego a Dios que salve mi vida, pero sólo me sumo más y más en la oscuridad que lo engulle todo.