Para José Ramírez
Juntos por la vida
Formada por David Hidalgo, César Rosas, Louie Pérez, Steve Berlin y Conrad Lozano, Los Lobos, agrupación mítica de Los Ángeles, pertenece a esa estirpe de bandas en la que cada uno de sus integrantes es un miembro insustituible. Su principal triunfo: permanecer juntos por más de 30 años y crear un universo musical sin precedentes en la música chicana.
Y entonces uno se pregunta: a pesar de los múltiples proyectos, de los discos en solitario, de las colaboraciones, si faltara un integrante ¿Los Lobos se desintegrarían? Como le sucedió a Led Zeppelin con la muerte de John Bonhamm o a The Who con el deceso de Keith Moon. Y es que parece que Los Lobos inspiraron el eslogan de las camionetas que anuncia «Nacidos Ford, nacidos fuertes». Cualquiera que asome sus narices al negocio del rock & roll, como productor, como parte de un conjunto o como simple escucha, descubrirá que no existe nada más complicado que mantener unida a una banda. Siempre los intereses personales, las pugnas creativas o financieras, terminan por arruinar a los mejores grupos de la historia (como Pink Floyd, y la lista es larga).
Everybody are East L.A.
Hablar del sonido Los Lobos es remitirse al sonido texano, heredado directamente de la cultura norestense. Ramón Ayala y Los Bravos del Norte, Luis y Julián, Los Cadetes de Linares, exponentes de una nueva música clásica (la de acá). Tradición que extendió su influencia desde Monterrey, la capital de la música norteña, hasta Tamaulipas, Coahuila, Sonora, Chihuahua y Baja California Norte. Sin olvidar el lado de allá, lo que toca sobre todo a Texas. En La pistola y el corazón (1988), además del fervor manifestado por Michoacán, ensalzaron el valor del corrido como parte indisoluble de su discurso.
En la épica narrada en los corridos (léase «En los pueblitos del norte [mexicano] siempre ha corrido la sangre»), Los Lobos descubrieron una afinidad antes sugerida en el country, pero que en realidad se corresponde con el western cinematográfico. La preponderancia del acordeón dentro de la música chicana había aparecido en 1960 en la figura del Flaco Jiménez. Es la búsqueda de las raíces lo que llevó a la banda de Los Ángeles a voltear su mirada hacia lo que el corrido propone. Paralelo al éxito suscitado por el álbum La bamba, el disco La pistola y el corazón fue una declaración de principios de la chicanidad. Un quinteto de multiinstrumentistas con un guitarrista virtuoso, dispuestos a profundizar en la exploración intergenérica de la música mexicana. Llámese corrido, mariachi, pirecua michoacana o cumbia.
La trasnacionalización del sonido. Un llamado —una responsabilidad, si se quiere—, consecuencia de la circunstancia que implica nacer en Estados Unidos siendo hijo de padres mexicanos. Legitimar los orígenes. El orgullo de ser chicano. Condición que, si bien implica una tercera nacionalidad, fundamenta su acuciosidad musical como un asunto de índole plenamente existencial. Si hace años el eslogan rezaba «Todos somos transculturales», entonces todos somos del Este de Los Ángeles.
El espaldarazo de Dylan
El homie musical latente en Los Lobos, el barrio, lo comuno, se ha convertido en una plataforma pluricultural que ha logrado situarse con éxito dentro del espectro popular. El rock como columna principal de
su propuesta ha ganado la admiración de grandes leyendas del género. El más sobresaliente, Bob Dylan, quien al elegirlos como banda telonera durante parte de los noventa les dio un espaldarazo inmejorable. Una empresa impensable si recordamos que Dylan jamás vierte comentarios positivos sobre ningún exponente o agrupación: se limita a callar.
La retroalimentación entre Dylan y Los Lobos es identificable por las diversas versiones que la banda ha realizado a partir del songbook dylaniano, además de su participación en el soundtrack Masked and Anonimous, película coescrita por Dylan; pero sobre todo en la colaboración de David Hidalgo como acordeonista en Together Through Life, el disco más reciente de Dylan. Despertar el lado tex-mex de Dylan habla del poder de Los Lobos. De la estatura de Hidalgo. Quien no sólo es un excelente percusionista, acordeonista y violinista, sino además un guitarrista fuera de serie que nada tiene que envidiarles a figuras como Eric Clapton. Si bien, cuando se recuerda a los grandes guitarristas nunca faltan los nombres de Stevie Ray Vaughan, Albert King o Gary Moore, el hecho es que David Hidalgo se encuentra innegablemente a la altura de éstos. Qué fortuna la de Los Lobos:
contar con uno de los mejores diez guitarristas de la historia.
Los tracks del lobo
Nacer en 1973 como banda que pretende conquistar una audiencia recurriendo a la música de las minorías es un suicidio metafórico. La popularidad del rock progresivo, el hard rock y el disco no era la cancha idónea. Aún faltaba tiempo para el arribo de la world music. Sin embargo, el éxito del disco How Will the Wolf Survive? (1987), ganador del Grammy y hoy considerado por Rolling Stone como uno de los mejores 500 discos de la historia, fincó la reputación de la banda. El realismo cósmico de Kiko (1992) anunciaba que además del rockabilly, el R&B, el soul, el blues, el folk, Los Lobos eran capaces de experimentar con la vanguardia. Y es que, aunada a la presencia de Hidalgo, sobresale la voz de César Rosas, quien con su look se ha convertido en la imagen de la banda. Además, la jarana de Louie Pérez, un verdadero artesano del sonido acústico, acompañado por el bajo de Conrad, y los teclados y el sax de Steve, crean un eclecticismo que puede ser sutil o también estridente. Pese a lo que se cree, Los Lobos son una banda que satura el espacio con su sonido.
The Ride y la Virgen de Guadalupe
En cada década, desde su formación, Los Lobos han arrojado al menos un álbum indispensable para entender el desarrollo de la música popular mexico-americana. En los ochenta fue How Will the Wolf Survive?, en los noventa Kiko, en 2004 The Ride. Me atrevo a afirmar que este último es el mejor disco de la banda hasta la fecha. No sólo por las colaboraciones, a cargo de Tom Waits, Mavis Staples y Rubén Blades, entre otros, sino porque a partir de este punto su música alcanza una valoración a nivel audiencia, pero sobre todo a nivel del grupo mismo. Es un regreso a los orígenes, sobre todo al blues, con el filin’ de saberse en la cima de la experiencia. Y es a partir de The Ride que se desencadena una lobomanía, que si bien ya existía, cobra fuerza con la edición del ep Ride This (2004) y el disco en vivo Live at the Fillmore (2005).
Es en este último, en su edición en dvd, donde vemos colgada encima del escenario la imagen de la Virgen de Guadalupe. Tal ha sido una de las mejores virtudes del grupo: mientras aquí la Guadalupana es vista como parte del sistema, allá es una figura subversiva, y ésa ha sido la manera como han sobrevivido Los Lobos: oponiéndose al sistema musical, de pensamiento, de identidad. Siendo clica.
El mito fronterizo
Los Lobos son una leyenda viva. Antes de que lo border-line se pusiera de moda como producto de consumo, ellos vivieron la transculturación y la transfronterización de la realidad. A diferencia de otras agrupaciones, no veremos en su historia la tragedia de la muerte, el fantasma de la droga o la deserción dogmática. Al contrario, son un ejemplo de profesionalismo, identidad, sabiduría. Es mentira que los mexicanos hacemos las cosas mal. Los Lobos son una prueba de ello. Su inteligencia emocional como banda los respalda.
Los Lobos son una banda irrepetible. Así como no se puede sustituir a un Keith Moon o a un John Bonhamm, tampoco se puede suplir a un Hidalgo, un Rosas, un Pérez, un Lozano o un Berlin. Porque, como bien lo dice el corrido «Anselma»: en este pueblo son ellos la autoridad.
Es sólo cuestión de tiempo que ingresen al salón de la fama del rocanrol.