Cuando se supo que estaba próxima a salir la última novedad de editorial Almadía, y que ésta sería, además, la primera novela de Alberto Chimal (Toluca, 1970), se generó una razonable expectación. No sólo por la calidad de las publicaciones de dicho sello, o por tratarse de la primera novela de uno de los más originales y prolíficos cuentistas mexicanos de la actualidad; la noticia decía también que el tema de la novela era «realista». Más aún: sórdido. Que contaba la historia de dos parejas que vivían «situaciones extremas de sumisión y dominio». El título no podía ser menos sugerente: Los esclavos.
Quien haya leído alguno de los libros de cuentos de Alberto Chimal (Grey, Éstos son los días, El país de los hablistas o Gente del mundo), sabe que las afinidades temáticas del autor siempre han sido cercanas al género fantástico; sabe también que Chimal es un escritor capaz de contar historias de compleja belleza en textos breves y precisos. Como si escribiera haikús. ¿Qué tipo de novela sería entonces Los esclavos? ¿Cómo se desenvolvería Chimal en un género de mayor aliento y con un tema tan opuesto, al menos a primera vista, a lo producido hasta entonces?
Hay muchas respuestas, y quizá la primera que deba mencionar es que Alberto Chimal consigue una novela absorbente, breve, ideal para «leerse de un tirón». También hay que decir que Los esclavos trata, como ya se ha comentado, sobre dos parejas. Una de ellas formada por Marlene, pornógrafa clandestina en decadencia, y Yuyis, la muchacha a quien la primera mantiene desnuda, enclaustrada, y a la que utiliza como personaje principal de sus películas. La otra pareja está formada por Golo, un joven millonario que disfruta doblegando la voluntad de los demás, y su nueva mascota, Mundo, un gris oficinista de edad madura que decide abandonar su mediocre vida para someterse a las humillaciones que le impone su amo. Chimal cuenta ambas historias con un cuidado desorden cronológico, alternando la una con la otra en una cinta de Moebius narrativa que no sólo sirve para contrastar los detalles de cada pareja —una formada por mujeres, pobres, y basada en la coerción; la otra formada por hombres, sin problemas de tipo económico y basada en el mutuo acuerdo—, sino sobre todo para conseguir un universo tan oscuro como complejo y en el que, a pesar de la corrupción y el hastío más profundos, es posible alcanzar la libertad.
El factor haikú
El haikúes una forma poética breve y de expresión sencilla. Se compone de tres versos y, al menos en japonés, no tiene rima ni título. Su contenido se limita a «lo que está sucediendo en este lugar, en este momento». La manera en que está contada Los esclavos remite a la anterior descripción: capítulos breves cuya extensión van de una sola línea a las tres páginas, sin orden cronológico lineal ni una necesaria continuidad entre ellos. Cada capítulo una escena, una imagen en movimiento, contada en tiempo presente, de manera clara y concisa, objetiva, distante, a veces incluso fría. Sin caer en discursos moralistas ni en el morbo fácil a los que podrían prestarse los temas de la novela.
Otra de las características del haikú es su considerable poder de evocación. Alberto Chimal da a los capítulos de su novela, al narrar en ellos lo apenas necesario para que se desarrolle la acción, el poder de evocación justo para hacer del lector un cómplice. Cada imagen, cada frase suspendida, son recogidas por el lector y ampliadas a detalle en su propia mente. Este «factor haikú» —que remite al mejor Mario Bellatin— podría haber tenido un resultado catastrófico en manos inexpertas; sin embargo, Chimal —gracias a su maestría como cuentista y creador de formas breves, que ya se anunciaba en trabajos tempranos, como el inclasificable Gente del mundo— consigue dar a su novela la unidad y fuerza requeridas para obtener una obra tan personal como vigorosa.
¿Una novela realista?
A propósito, uno de los adjetivos que más se le han dado a Los esclavos, y casi
siempre en sentido admirativo, es el de «realista», en contraposición a los antecedentes «fantásticos» del autor. Entiendo que esto se debe a que las leyes del mundo que propone la novela no son muy distintas de las del nuestro, y a que los detalles de las vidas íntimas de los protagonistas son una referencia directa al día con día contemporáneo. Sin embargo, me parecería pobre considerar Los esclavos, únicamente, como novela «realista». El relato que Chimal plantea en su novela no es un relato que pretenda copiar los gestos de la «realidad»; en todo caso, es un relato que utiliza como herramientas los elementos de esa «realidad», y de allí parte hacia algo más amplio. De hecho, hay un momento en la novela en que el autor da un sutil golpe de timón, y eso basta para que la división entre real y ficticio se debilite. Y ese momento flota por toda la novela, haciendo que cualquier etiqueta sea insuficiente.
Los esclavos es una novela brillante y al mismo tiempo perturbadora, una exploración a las nociones de libertad y poder de la sociedad contemporánea, pero sobre todo se trata de la primera novela de un autor que, a pesar de su juventud, con este trabajo se consolida en el panorama de las letras mexicanas como escritor de primer nivel.