Guadalajara, Jalisco
Un hombre no vive en una caja de cartón porque quiera hacerlo. Quizás se encuentre mentalmente trastornado, o sea drogadicto, o alcohólico, pero no está en la caja porque sufra ninguno de estos problemas. (…) Vives en una caja de cartón porque no puedes permitirte vivir en ningún otro sitio.
Paul Auster, Reflexiones sobre una caja de cartón
Una mañana de octubre, mientras íbamos en el metro, mi hermano me dijo: “Te tengo que enseñar algo en la computadora, a ver si piensas lo mismo que yo”. Le insistí que me dijera qué era aquello, pero no me lo dijo. El trayecto hasta el departamento me pareció eterno, pues la curiosidad me estaba haciendo cosquillas en el cerebro; mi hermano era una persona demasiado seria, no podría esperar menos que algo verdaderamente relevante, sólo de mi hermana esperaría que me enseñara cosas como fotos de dulces en forma de ositos.
Cuando llegamos, prendió su computadora y me enseñó una página de internet con muchas fotos de máquinas expendedoras en la calle y cabinas telefónicas (como las que hay en Inglaterra). “¿Ya te fijaste?”, no me había dado cuenta de que estas máquinas tenían patas. Dos palabras me vinieron a la cabeza: “box man”. Vi más fotografías, eran personas que se ponían disfraces de máquinas para camuflarse en la urbe japonesa… Era realmente extraño, pero no me sorprendió (tanto) porque ya lo había visto en la literatura.
The box man [Hakootoko en su idioma original] (1963) es una extraña y compleja novela del escritor japonés Kobo Abe. Si pudiéramos resumir la trama de la novela, diríamos que en la ciudad de Tokio aparecen algunos hombres que andan por las calles con una caja de cartón cubriendo sus cabezas (no cualquier caja, sino una muy particular caja de cartón de dimensiones y características particulares). Aunque casi siempre pasan desapercibidos, quienes saben de su existencia se vuelven a su vez hombres-caja, lo cual implica toda una filosofía que cada individuo desarrolla dependiendo sus necesidades y motivos para convertirse en hombre-caja: en general, son el voyeurismo puro (la necesidad de ver y no ser visto) y la supresión voluntaria de la identidad.
Recuerdo que empecé a buscar libros de este autor porque otro escritor japonés lo recomendaba (Kenzaburo Oé, Premio Nobel de Literarura 1994). Compré The box man en una Barnes & Noble de Chicago por dos razones: en español es casi imposible encontrar libros de este autor, a excepción de dos que ha editado Siruela: La mujer de la arena y El rostro ajeno, y porque aparte de The kangaroo notebook, era el libro con la trama más extraña y grotesca que había disponible.
La temática de la novela y su fragmentada composición podrían atemorizar a un lector acostumbrado a las historias de aventuras y las narraciones lineales con un solo narrador en tercera persona gramatical. En este caso hablamos de una narración fragmentada, con tres o más narradores, con temporalidad caótica, donde el autor utiliza diferentes recursos que podrían ser considerados como no-literarios: fotografías, notas de periódico, documentos legales, etcétera En resumen, es una obra compleja no sólo temática sino también estructuralmente.
El hombre-caja es un ente anormal de la sociedad, comparable al indigente o al loco, al que vive en la calle, que no trabaja ni es útil en una sociedad que exige producción; es un individuo marginado. Él vive dentro de su caja, como si se tratara de una especie de caparazón, de concha, aunque no en el sentido bachelardiano: dentro de sí hay un deseo de alejarse de la sociedad, o de poner una barrera entre el mundo y el yo, aunque esa barrera tenga una pequeña ventana de observación por la cual se satisfacen los deseos más extraños.
La caja es en la novela el espacio primordial, único y más poderoso que la casa y la habitación. Es tan importante, que el segundo fragmento de la novela consiste en una serie de instrucciones para construir la caja necesaria para convertirse en hombre-caja, con la mención de todos los aditamentos y objetos necesarios para vivir en ella. El espacio de la caja llega a tal punto que la primera vez que un hombre común entra en ella, se siente en un lugar muy semejante al hogar (acogedor). Para convertirse en hombre-caja no sólo debe tener su caja, sino además debe renunciar voluntariamente a su identidad, a todas las comodidades y, por consiguiente, a su casa; la caja se convierte en su nueva casa. Bien visto, se trata de una paradoja muy graciosa: la caja es para el hombre-caja la casa, pero también es la negación de la Casa.
El hombre-caja es un ser solitario que vive al día sin importar la comida, el dinero, las identificaciones o las horas de comida. Vive errante, aunque siempre dentro de su caja y por voluntad propia, en condiciones insalubres. Debo mencionar que de los cinco hombres-caja que he identificado dentro de la novela, uno solo, el primero de todos (el denominado D), actúa así debido a una enfermedad mental (posiblemente depresión). Los demás lo hacen por la fascinación de ver.
La caja del hombre-caja se transforma de una simple caja de cartón para refrigerador en un espacio habitado. Gastón Bachelard afirma en La poética del espacio, que todo espacio realmente habitado contiene esencialmente el concepto de casa; en la caja, el hombre-caja come, duerme, observa, escribe, lee, llora, sufre e incluso se masturba, es decir, habita en la caja. En el interior de ella hay numerosos cables que sostienen cantimploras, una lámpara de mano, una bolsa de plástico, un radio portátil, comida, un cuaderno de notas, bolígrafos y una cámara; todo lo necesario para sobrevivir. En las paredes están dibujados planos de la ciudad y notas importantes; es un espacio de seguridad.
El interior de la caja se convierte en un espacio de máxima intimidad. Aunque el personaje se encuentre en la habitación (el espacio tipificado de la intimidad, según Bachelard), el espacio interior de la caja en la novela es doblemente íntimo. En él los individuos sienten mayor seguridad y confort que cuando están fuera, pues aunque otro los agrediera, en el interior de la caja subsiste una especie de protección metafísica (no física, como veremos más adelante) del ocupante. Curiosamente, en toda la novela nunca aparece más de un personaje dentro de la caja, lo cual hace aún más notorio el grado de intimidad de este espacio, pues ni siquiera puede ser compartido físicamente con otros.
La esencia de hogar de la caja habitada incluye la característica de proteger y envolver; sin embargo, a diferencia de la casa propiamente dicha a la que se refiere Bachelard, la caja como tal no protege al individuo de las inclemencias de la intemperie ni de los peligros del exterior; por ejemplo: después de haber sido atacado por haber estado espiando a través de una ventana, mientras llueve tempestuosamente durante un típico verano japonés, el hombre-caja se resguarda debajo de un puente para evitar que su caja se destruya con la humedad; en un fragmento anterior, un hombre le dispara a la caja, y su ocupante, por supuesto, queda herido. Se trata entonces de un frágil refugio físico, aunque –como ya lo mencioné– implica un fuerte espacio de intimidad y de protección metafísico.
La caja se convierte en un espacio que refleja la identidad del individuo, incluso, en algunos casos, en la única identidad del personaje. El fotógrafo que se ha convertido en hombre-caja escribe en su cuaderno de notas: “The reason the world ignores box men is because nobody understands who’s inside the box” [La razón por la que el mundo ignora a los hombres-caja es porque nadie entiende quién esta dentro de la caja]. Los hombres-caja pierden incluso sus nombres, de manera que se les denomina con letras: A (hombre del rifle), B (fotógrafo), C (doctor suplente que desea convertirse en hombre-caja), D (doctor anciano que debido a una enfermedad mental se volvió el primer hombre-caja). Cuando al final de la historia la caja de D es encontrada abandonada, aparece a los ojos de B como un sarcófago del antiguo ocupante, cuyas huellas permanecen en el interior de la caja. La imagen de sus vestigios me remite casi de manera inmediata a un cascarón roto, o a una concha vacía, a la cama que permanece destendida por la mañana al levantarse. El individuo anda por las calles de Tokio como un nómada, y dado que lleva su casa consigo, en palabras de Bachelard, “la casa no tiene raíces”, la casa también es móvil.
Otra coincidencia de Hakootoko con la teoría de Bachelard sobre el espacio de la casa, es que ésta se convierte en un objeto deseado por otros, y que debe ser protegido. Por extraño que parezca, en la novela hay dos personas que desean comprar la caja utilizada por C (el fotógrafo). La caja no merece objetivamente el valor que le asignan los compradores (50 mil yenes, es decir cinco mil pesos mexicanos), pues, como ya hemos dicho, se trata de una caja de cartón común; sin embargo, por razones que no podrían explicarse fuera de la locura y las parafilias, un médico con remordimientos por haber suplantado a un verdadero médico, y una mujer llamada Toyama Yoko (era una estudiante de arte que se hizo un aborto y se quedó como enfermera suplantando a otra) son los personajes que están decididos a conseguir esa caja. No obstante, a diferencia de la teoría de Bachelard, el espacio de la caja no es defendido del todo, pues al final el propietario accede con la condición de quedarse con la mujer.
Después de todas estas coincidencias de la teoría de Bachelard y la novela que estoy analizando, debo mencionar que la caja como elemento espacial, dentro de la novela, posee un doble valor porque a través de ella se accede a conocer otro espacio, el exterior; esto funciona de manera inversamente proporcional en la medida que para quien está dentro de la caja el exterior es un misterio que hay que ver sin ser visto, y para quien está afuera el interior es un enigma que merece ser desentrañado accediendo a él o destruyéndolo sólo por ser anormal. La caja posee su propia ventana al exterior, y esto, me parece, no podría ser una metáfora más bella sobre la percepción de los seres humanos que viven en la marginación o en el rechazo social, pues lo más doloroso que puede provocar una sociedad es la indiferencia.
Creo que todas estas características del espacio de la caja como espacio habitado afectan en gran medida la novela: los personajes que ponen una caja en sus cabezas carecen de una personalidad evidente para el resto de los personajes; incluso para el lector llega a ser muy confuso saber quién es el narrador, porque todos son hombres-caja y ninguno tiene una marca que lo diferencie de los demás, a excepción de las letras A, B C, D. El aislamiento de estos personajes permite que dentro del texto haya numerosas introspecciones y elementos mediante los que se puede conocer su psicología, por ejemplo, el hecho de que estos hombres-caja no salgan a menos que haya una emergencia (herida sangrante) o una oferta demasiado atractiva (dinero). El espacio afecta al personaje en la medida en que vive en él.
Vivir en una caja de cartón no es tan descabellado, especialmente en los países subdesarrollados, donde el ingenio de las personas para sobrevivir en las condiciones más adversas es necesario; lo descabellado, lo que nos perturba y nos fascina como lectores, es que el personaje viva dentro de una caja de cartón para espiar a los demás, porque ello implica un tipo de parafilia o fijación, algo socialmente indebido, pues aceptamos que las personas vivan en castillos, en mansiones, en hoteles, en casas, en chozas, en botes, en autos, en la calle, en barracas, casas de campaña, etcétera, pero no aceptamos que una persona viva en una caja, porque se considera que las cajas tienen una función predeterminada que no coincide con el de vivienda, a menos que su huésped sea un animal doméstico.
A todo esto, pienso que el espacio de la caja es hasta cierto punto el espacio de juego de la niñez, lo cual no estaría alejado de la teoría de Bachelard. Me lo parece porque, comúnmente, cuando uno es pequeño, la caja puede transformarse, con imaginación, en cualquier cosa: casa, auto, camión, avión, nave espacial, cuartel secreto, dormitorio, cocina, cueva, escondite, y tantos otros que ya no me acuerdo porque cada día me alejo más de mi infancia. Hasta cierto punto, estos hombres extraños también juegan con la caja, sólo que la consideran únicamente como escondite.
Como adultos, el escondite es el espacio donde nos evadimos del mundo, donde los problemas no existen, donde hay que dedicarse a otras cosas para evitar llegar a conclusiones desagradables. A veces el escondite es un motel de mala muerte que se visita con la amante, o es ese café donde uno puede irse a leer tranquilamente, o esa playa sin turistas en medio de la nada. El hombre-caja busca evadirse dentro de su microcosmos, la famosa caja, pero no para encontrarse en esa conexión erótica posible solamente en el otro, es decir, en el acto de mirar al otro en el goce sexual para alcanzar una trascendencia momentánea; ni siquiera para encontrarse a sí mismo, sino únicamente por el placer de mirar el mundo y que éste ignore parcialmente su presencia.
Si pudiera esquematizar las motivaciones de los personajes hombres-caja, diría que D está clínicamente loco y por eso se comporta así, en parte por la separación de su pareja sentimental; B busca experimentar nuevas maneras de captar el mundo a través de la fotografía; A quedó fascinado y no sabe muy bien cómo ser un hombre-caja, pero lo intenta; y finalmente C es un hombre tan avergonzado de su pasado como médico falso, que desea desaparecer como individuo, desea que su identidad, la falsa y la verdadera, se esfumen para siempre dentro de la caja. Todos, en general, tienen problemas de los que están huyendo, y la caja, ese espacio único, maravilloso, especial e individual les permite la evasión necesaria para soportar la vida, esa necesidad del espacio incluso se menciona como una especie de adicción que vuelve loco a quien lo experimenta.
Me parece, también, que la caja es una metáfora de las sociedades actuales, pues si un individuo necesita ocultarse dentro de una caja y observar desde ahí el mundo para ser feliz, eso me indica que el mundo en el que vive no esta del todo bien.
Tomando en cuenta que cuando fue escrita esta novela el uso de las máquinas expendedoras no era tan común en Japón como ahora (según la poco confiable Wikipedia, hay 23 máquinas expendedoras por persona), no sorprende que la caja sea el medio por el cual el personaje se camufla con la gran ciudad, y que en esas fotos que vi hace casi un año, dada la evolución tecnológica de la “tierra del Sol naciente”, el medio de camuflaje sean esas máquinas que ofrecen impensables productos.
Bibliografía
Abe, Kobo. The box man, Vintage, Nueva York, 1974.
Bacgekard, Gastón. La poética del espacio, 2ª ed., FCE, México, 1975.