Los Cronopios (Instrucciones para llorar)* / Víctor Villarreal

Guadalajara, Jalisco

 

Los Cronopios, esas criaturas verdes y húmedas, son motas en el viento, como las flores del campo, que bailan y zumban como abejas. Se les puede encontrar en los cafés de Florida o a la salida del Luna Park, siempre y cuando su reloj se atrase cinco minutos. Nunca llevan nada en sus bolsillos porque todo lo pierden cuando les da por cantar, entonces se estrellan contra los muros y se tropiezan con las soleras. Lo único que conservan, cuando se lo proponen, son dos hilos, uno azul, que oprimen contra su pecho, y en ocasiones una caja de tizas, por si se encuentran con una tortuga.

Los Cronopios dan la bienvenida a los que llegan a su hogar… Su casa es chica pero su corazón es grande… Su césped es suave como la presencia de su huésped… Son pobres, pero no porque así lo quieran… Desgraciadamente tienen tremendos perros en sus entradas. Sobre sus mesas de trabajo se encuentran apiladas montañas de cartas sin enviar, porque no han inventado estampillas decentes. En sus alcobas conservan las mismas sábanas de nacidos, pero colocan escrupulosamente otras floridas cuando los Famas los visitan para fecundar a sus mujeres. Por fuera, en sus balcones se encuentra regada por doquier una pasta rosada que el sol ha secado, entonces el Cronopio debe comprar cada mañana un cilindro de dentífrico y tres sombreros para los Famas.

Los Cronopios tienen una dieta rigurosa a base de tostadas aderezadas con lágrimas, y sándwiches de queso, nunca de jamón; sólo pierden el apetito cuando sus pacientes les regalan un ramo de rosas.

Ahora pasa que los Cronopios son grandes admiradores de la velocidad, como es natural, por eso esperan emocionados el momento en que su amigo el Fama los invite a subir a su automóvil.

*Este texto obtuvo el segundo lugar en el concurso sobre la descripción de un cronopio convocado por los organizadores del Festival del Libro del CUCSH 2009, evento dedicado a Julio Cortázar.

 

 

Comparte este texto: