Conclusiones de terceros: dos libros de Gonzalo Soltero / Andrés Vargas Reynoso

Gonzalo Soltero fue mi compañero de cuarto en San Luis Potosí y en Guanajuato, durante los encuentros a los que asistimos por tener la beca de Jóvenes Creadores del fonca 2006-2007. Mi primera impresión, al verlo entrar cargando una enorme maleta, acorde a su tamaño, fue que se trataba de un geek de librería. No me equivoqué. Lo siguiente que supe fue que venía recién desempacado de Austria y que entre las paredes de su mondo cráneo guardaba un proyecto de novela, pieza de una trilogía (La trilogía de la sombra) cuyas dos primeras partes ya se publicaron —Sus ojos son fuego, fce, 2008, e Invasión, Tierra Adentro, 2008. Creí que era uno de tantos, como los demás, entre escritores, coreógrafos y artistas plásticos, que abordaban la beca con un sueño. No sabía que ese sueño ya se había materializado al ganar el vi Premio Nacional de Novela Jorge Ibargüengoitia, precisamente con Sus ojos son fuego. Aún más consternado quedé al enterarme de que el título sería reeditado por el Fondo de Cultura Económica, y semanas después de haber recibido la noticia por e-mail descubrí, al curiosear en una librería, que Invasión ya estaba a la venta. Compré el libro, invirtiendo mi fondo de supervivencia, y abordé el metro dispuesto a devorar sus historias.
    Lejos de lo que podría pensarse de un escritor joven que comenzaba a disfrutar del éxito provisto por sus alcances literarios, Soltero se manifestó como un gran ser humano, mejor colega y un escritor sumamente sencillo. Lo primero que hizo, después de estrechar mi mano y presentarse, fue colocar una botella de vodka sobre el buró, patentando el curso que seguiría ese primer viaje de autoconocimiento artístico. Después, con mucho cuidado, escogió el sitio idóneo para colocar el muñeco (irónicamente una rata de felpa) que mi hijo de dos años incluyó en mi equipaje para que me acompañara. «Así nos sentiremos como en casa», concluyó al colocar el roedor sobre el televisor. Durante los talleres, Gonzalo fue el más directo con sus críticas hacia mi trabajo, y por ende el más preciso. Sería que coincidíamos en un detalle de nuestras historias: oscuridad. Es hora, pues, de revirarle el resultado de su examen.
    Invasión fue leído en dos sentadas, primero en el vagón del metro y después en la banca de un parque, porque sentí, desde la primera línea de «Maduro», relato con el que arranca el volumen, una enorme necesidad de echarme de cabeza, más que adentrarme con tiento, en su literatura. Puede creerse, por la aparente sencillez de sus líneas, que Soltero apuesta por la facilidad que tiene al verter las ideas; sin embargo, lejos del síntoma minimalista que invade la nueva literatura, su prosa, si bien no se abstrae en detalles, cuenta con la capacidad suficiente para involucrarnos en esos pequeños universos personales que se interconectan de un relato a otro y que conforman una obra sumamente imaginativa y precoz.
    Hay un elemento que se distingue en cada uno de los personajes que aparecen tanto en Invasión como en Sus ojos son fuego, y del cual no puede liberarse el autor:la curiosidad. Mismo elemento que determina en el lector una nueva dimensión de la sorpresa. Sin remedio, las historias se relacionan porque sus personajes están en constante búsqueda. No importa el fin, como en el mismo «Maduro» y en «Un paseo por el bosque», sino los procesos. Desde Melquíades hasta el señor Sgarbi, respectivamente, pasando por Adrián Ustoria (Sus ojos…), podemos hallar esa urgencia por encontrar, más que descubrir. Tal vez, si se ahonda en la disección de los motivos, el autor va por el mismo camino y permite que su historia lo conduzca. Da la impresión, incluso, de que al final de sus relatos y de la novela misma deliberadamente deja carta abierta para conclusiones de terceros. Parece no haber un final y, de cualquier manera, no lo hay, por mucho que los lectores lo busquemos hasta el cansancio, porque el trabajo del autor, de un cuento a otro y de la antología a la novela, se funde como un idea circular de la que, sin embargo, pueden brotar muchas aristas. Tal y como brotan espinas de la bizarra papaya militar en «Maduro».
    Es imposible saber si lo suyo es el género detectivesco a la Chandler, o la atmósfera inquietante a la Poe, o el secreto conjurado a la Lovecraft, o la bifurcación elemental de Pérez-Reverte, o incluso el humor recóndito a la manera de Ibargüengoitia (uno de sus escritores predilectos), porque, a pesar de que la lectura se siente sosegada, el ritmo se monta en un vaivén controlado que proporciona diversos humores y ambientes que contagian al lector.
    Tal y como ocurre en la proyección musical de un artista como Roger Waters, la literatura de Gonzalo Soltero, dentro del desarrollo de sus historias, parece nunca estallar. Algo late debajo, en ocasiones muy por debajo, pero apenas se nos muestra un esbozo de lo que al final se conjugará con la mente del que lee y, sólo entonces, verá la luz —si es que queda alguna.
    Mientras que en los cuentos de Invasión la ruta de los personajes salta entre sitios insospechables —como una tienda de artículos chinos («Maduro»), el Ajusco («Un paseo por el bosque»), los cementerios Père-Lachaise y Montparnasse («Resplandece»), el Claustro de Sor Juana («Nadie lo verifique») o la habitación/estudio de una adivinadora («Matilde en un pliegue»)—, en Sus ojos son fuego el personaje principal es la misma Ciudad de México, amenazada por un desastre latente de proporciones apocalípticas. Si Nueva York ha sido destruido por alienígenas, meteoritos, lagartijas gigantes y monstruos sin identidad, México df es, o será, pasto de las ratas. Los ojos de fuego a los que el autor se refiere en el título no son más que la misma incandescencia que distingue a la ciudad más grande del mundo.
    Por suceder en territorio conocido, Sus ojos son fuego se cuenta sola y nos lleva a preguntarnos, obligadamente, qué pulsa bajo nuestros pasos cada vez que recorremos la misma ruta que el científico Adrián Ustoria, y qué tan cerca habremos estado de advertir un movimiento de tal magnitud.
Algo de místico tendrá Gonzalo Soltero, y es algo que nos hace estremecer, porque termina bordeando los límites de lo común. Será algo místico o algo premonitorio. Tal vez alguna cuestión personal. Hay una línea en «Resplandece», relato desprendido de Invasión, que describe el sentido que Soltero derrama en su literatura: «Siempre me habían gustado los panteones, pero ignoraba que sus profundidades me esperaban ese mismo día».
    No imagino, sin embargo, a Gonzalo Soltero traveseando en un panteón por las noches, como dicen que hacía Lovecraft; pero no quepa duda de que, más de una vez, en honor a su trabajo, lo habrá considerado.

Invasión (Fondo Editorial Tierra Adentro, México, 2008) y Sus ojos son fuego (Fondo de Cultura Económica, México, 2008), de Gonzalo Soltero.

 

 

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