Amigo o enemigo, de Elisa Corona / Vicente Alfonso

Al final del capítulo ii de la segunda parte del Quijote, Sancho Panza se sorprende al enterarse, por boca del bachiller Sansón Carrasco, de que la historia de su patrón circula en forma de libro bajo el título de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Aparecen allí no sólo don Quijote, Sancho Panza y la señora Dulcinea; se cuentan además cosas que han pasado a solas el caballero y su acompañante. ¿Cómo puede ser?, le pregunta el escudero a su patrón. Don Quijote, acostumbrado a ver por todas partes signos de encantamiento, responde: «Te aseguro, Sancho, que debe ser algún sabio encantador el autor de nuestra historia, que a los tales no se les encubre nada de lo que quieren escribir». Y sin embargo, el capítulo termina cuando, aguijoneado por la curiosidad, el flaco caballero envía a Sancho a buscar al bachiller para conocer de primera mano la noticia de sus aventuras puestas en libro.
    Don Quijote, loco genial, deduce que si su historia se ha convertido en libro debe ser por obra de algún sabio entendido en
cosas de magia. Llama la atención que en su locura sólo haya una disyuntiva: la posibilidad de que el sabio autor sea amigo o enemigo de los seres que narra. Al saberse personaje y cuestionar a su autor, don Quijote da el salto a la novela moderna. Con el hecho de asumirse como amigo o enemigo de quien lo está construyendo en el papel, el hidalgo altera el rumbo natural de la anécdota escrita, pues pone al mismo nivel al escritor y a los personajes. Más que una ocurrencia o una coincidencia, la frase amigo o enemigo encarna el debate múltiple que hoy nos convoca. Un debate que se mueve entre las dualidades maestro-alumno, ficción-verdad, forma-fondo, tradición-vanguardia.
    El pasaje se relaciona directamente con el más reciente ganador del Premio Nacional de Ensayo Joven José Vasconcelos (2008) —el más reciente, ya que este año el jurado decidió declarar desierto dicho premio. Al escribir Amigo o enemigo: el debate literario en Foe, de J. M. Coetzee, Elisa Corona Aguilar (Ciudad de México, 1981) nos coloca en el centro de estas reflexiones como si se tratase de un juego de espejos. Para lograrlo dialoga con Foe, novela del autor sudafricano J. M. Coetzee, Premio Nobel de Literatura 2003. Se trata de un eslabón que se añade a una cadena, pues a su vez el libro de Coetzee establece vínculos con la primera novela inglesa, The Life and Surprising Adventures of Robinson Crusoe, publicada en 1719 por Daniel Defoe.
    Para efectos prácticos, es útil visualizar primero el plano de los hechos narrados hace casi trescientos años por Defoe: se trata de las aventuras de un náufrago que permanece 28 años en una isla desierta acompañado sólo por Viernes, un nativo que el náufrago rescata de los caníbales. Así, dicho con delicadeza de elefante, el drama de este libro estriba en cómo Crusoe y Viernes sobreviven al naufragio en una isla.
    Hace apenas 14 años, J. M. Coetzee publicó un libro en el que narra no uno, sino dos naufragios: a un hombre que se llama Cruso (sin la e final) y a otro llamado Viernes se suma una mujer llamada Susan Barton que ha sido abandonada a la deriva tras registrarse un motín en el barco en que viajaba. Aunque la isla y el naufragio se mencionan a lo largo de toda la novela, el drama no se ancla en la zozobra náutica y en la supervivencia de los personajes, sino en la posterior necesidad que siente Susan de narrar su aventura. El conflicto aparece porque ella no se siente capaz de poner sobre el papel lo que ha vivido, y para ello busca a un escritor llamado Foe. Susan Barton es —diría Pirandello— un personaje en busca de autor. Pronto se muestra convencida de que el único ser que puede relatar su naufragio es Foe, y por eso se esfuerza en convencerlo. Su drama no estriba en la necesidad de sobrevivir en la isla, sino en que alguien la narre. Eliminando las barreras entre los distintos planos de la realidad, Coetzee construye una espiral que se parece mucho al embrollo en el que Cervantes metió hace cuatro siglos a don Quijote, a Sancho y al joven bachiller Sansón Carrasco.
Catorce años después del libro de Coetzee y 289 después de la novela de Defoe, aparece un tercer libro en esta conversación: el de Elisa Corona, quien, con su ensayo, nos hace ver que no se trata sólo de una ingeniosa forma de disponer a los personajes, sino de una discusión que tiene que ver con la estrecha relación entre vanguardia y tradición en la literatura: tal como el Quijote no es una novela de caballerías, Foe no es una novela de aventuras. O al menos no es sólo eso. Ambas son, en esencia, cuestionamientos al arte de narrar. Bombardeos al canon. Tanto Cervantes como Coetzee niegan una tradición, y al negarla la continúan. Dispuesto en siete textos, el libro es una invitación a meterse de lleno en las contradicciones que hacen avanzar a la literatura.
    «La literatura es rica en la medida en que es interpretable», escribe Corona en la página 64 de su ensayo. El ejercicio de esta libertad es una de las mayores virtudes de su libro. Si bien es cierto que Amigo o enemigo invita a leer Foe, hay que señalar que no resulta indispensable conocer el libro de Coetzee para leer el de Corona, de la misma forma en que tampoco es necesario leer la ficción de Defoe para disfrutar la de Coetzee. Amigo o enemigo no es una disección académica, tampoco un manual para leer un autor de moda. Del Quijote a Los detectives salvajes y de la contemplación de Las meninas al papel del escucha en la ejecución de la polémica sonata titulada 4:33, las preguntas que Corona detona en la mente de sus lectores pueden ser aplicadas no sólo a la narrativa y a la literatura en general, sino incluso a otras artes como la pintura y la música.
    Hay más debates incluidos en este número 356 del Fondo Editorial Tierra Adentro: sabemos que la relación entre un libro y sus lectores se determina, entre otros factores, por el lenguaje en que está escrito. El estilo conlleva una toma de postura del autor ante sí mismo, ante el lector y ante el mundo. Conocemos de sobra esta disputa. Por una parte están quienes, como George Orwell, se pronuncian por ser amigos del lector: deben procurarse la claridad y la sencillez. En la esquina opuesta se agrupan los seguidores de Theodor W. Adorno, quienes apuestan por la opacidad y la complejidad. De acuerdo con estos últimos, facilitarle las cosas al lector es subestimarlo. Lo deseable es desafiar a los lectores con textos que los obliguen a salir de sus hábitos de lectura y de pensamiento.
    Podemos pensar este problema como una variación de la forma en que cada náufrago se vincula con su isla: si la isla desierta de Crusoe (el de Defoe) es una tierra pródiga en donde sólo hay que extender la mano para tomar los frutos, la isla de Cruso (el de Coetzee) es un territorio hostil lleno de espinas e insectos. Es cierto que ambos —Cruso y Crusoe— dedican gran parte de su tiempo a escudriñar el horizonte, pero lo hacen por razones muy distintas. Como hay de islas a islas, hay también de libros a libros: la más reciente ganadora del Premio Nacional de Ensayo Joven José Vasconcelos opta por una prosa ágil, clara, concisa, que al mismo tiempo propone interrogantes y siembra dudas en el lector.
    En la página 82 del libro de Corona encuentro la siguiente frase: «Foe es una novela, no un ensayo; en esto radica su efectividad». Ahora bien, Amigo o enemigo es un ensayo, no una novela; de allí que nos permita asistir al debate literario desde una posición privilegiada. Para ahondar en esta última idea, echaré mano de la imagen con la que cierra el cuento «He and His Man», leído por el narrador sudafricano durante la ceremonia de aceptación del Premio Nobel en 2003: «Los artistas de diferentes épocas no se encuentran jamás, apenas se ven pasar como si fuesen marinos trabajando en barcos que navegan hacia rumbos distintos uno hacia el Oeste, otro hacia el Este. Las naves pasan cerca, pero el mar es rudo, el clima es tempestuoso: sus ojos cegados por la brisa, sus manos quemadas por las cuerdas, pasan de largo, demasiado ocupados incluso para decir adiós».
    Me pregunto si a pesar del temporal podemos descartar que cerca de allí, quizá en una isla, alguien esté escudriñando el horizonte tal como con este excelente libro lo ha hecho Corona. Alguien atento a seguir el movimiento de los barcos, dispuesto a dejar por escrito sus hallazgos y sus dudas cada vez que dos o más navíos se cruzan en la borrasca. Alguien que se pregunte, cada vez que un mástil aparece a lo lejos punzando el horizonte, si se trata de un amigo o un enemigo.

Amigo o enemigo: el debate literario en Foe, de J. M Coetzee, de Elisa Corona Aguilar. Fondo Editorial Tierra Adentro, México, 2008.

 

 

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