El sombrero
Al principio yo quería simplemente algo circular, apropiado para la región del pensamiento, el sentimiento, los sueños, esa vida dentro de la vida o la vida que rodea a la vida, cualquiera que sea, el problema es el mismo, escapando y regresando a lo que nunca se puede dejar, volviendo a los orígenes que creíamos que estaban en el pasado pero de hecho siempre se están revelando en el futuro vuelto presente. Entonces, un sombrero, un dispositivo de contención, un escudo contra la mayor parte de lo que no podemos ver, un alojamiento adecuado para el movimiento de nuestras vidas, nuestras cabezas subiendo y bajando, yendo de aquí para allá en lo que imaginamos no ser bajo nuestros sombreros, es decir, el mundo. Y cada vez que lo retiramos, girando, flotándolo por el aire para que resida en el sofá, o colgándolo de un perchero, un gancho, la perilla de una puerta, nos maravillamos de su reversión instantánea en cosa, una cosa en el mundo lejos de nuestros pensamientos, nuestras cabezas, perfecta y admirablemente inútiles. Su pureza: circularidad sin propósito. Pero luego descubrí que la lluvia llenaba mi sombrero recientemente perdido y abandonado en una banca del parque. Mientras yacía ahí invertido y expuesto, completamente renacido como recipiente que reúne el más preciado de los elementos, utilitario y sin embargo trascendente ahora en su posición humana, me regocijé con semejante magia, tan maravillosa posibilidad, mi cabello empapado y mis pensamientos desnudos ante la nueva vida ahora empujada sobre mí.
Mario
Mario da largos paseos de noche, y cuando ve una ventana iluminada, se obliga a imaginar la escena interior. Esta noche, imagina a un hombre diminuto, grotesco, de cabeza grande como la de un roedor, que usa una chaqueta a cuadros amarilla y verde limón y lleva siempre consigo dos monos voladores, uno en cada hombro, llamados vagina dentata y el Pene de Ira. Tiene uñas negras tan largas que se curvan hacia adentro y raspan el pavimento cuando camina por las calles de su vecindario, provocando que los residentes se estremezcan y susurren maldiciones. Pero cuando pasa por una casa con una ventana iluminada, él, como Mario, hace una pausa e imagina la escena en el interior: esta noche, un hombre común y una mujer común que cada noche se abrazan, y el hombre dice: nunca te dejaré, y la mujer dice: tú eres mi vida, y luego, tomados de la mano, se van a la cama.
Versiones en español de Víctor Ortiz Partida
The Hat
At first I simply wanted something circular, appropriate to the region of thought, feeling, dreams, that life within life or the life that surrounds life, whichever, the problem is the same, escaping and returning to that which one can never leave, circling back to the origins that we felt were in the past but are in fact always revealing themselves in the future become present. So, a hat, a device of containment, a shield against most of what we can’t see, a suitable housing for the movement of our lives, our heads bobbing up and down, going hither and thence in what we imagine not to be under our hats, namely the world. And each time we remove it, spinning, floating it through the air to take residence upon the sofa, or hanging it upon a rack, a hook, a doorknob, we marvel at its instantaneous reversion to thingness, a thing in the world far from our thoughts, our heads, perfectly and admirably useless. The purity of it: circularity without purpose. But then I discovered rain filling my hat recently lost and left on a park bench. As it lay there inverted and exposed, utterly reborn as a vessel gathering the most precious of elements, utilitarian and yet transcendent now in its human position, I rejoiced in such magic, such wondrous possibility, my hair soaked and my thoughts naked to the new life now thrust upon me.
Mario
Mario takes long walks at night, and when he sees a lighted window, he is compelled to imagine the scene within. On this night, he imagines a tiny, grotesque man with a large head resembling that of a rodent, who wears a yellow and lime—green plaid jacket and carries with him always two flying monkeys, one on each shoulder, named vagina dentata and the Penis of Rage. He has black fingernails so long that they curve inward and scrape the pavement when he walks the streets of his neighborhood, causing the residents to shudder and whisper curses. But when he passes a house with a lighted window, he, like Mario, pauses and imagines the scene inside: on this evening, an ordinary man and an ordinary woman who each night embrace, and the man says, I will never leave you, and the woman says, you are my life, and then, holding hands, they walk off to bed.